(No) Todos somos iguales
[Artículo escrito por el presidente de la Federación Guipuzcoana de Fútbol, Manu Díaz de Marcos, en su perfil de Linkedin]
No son buenos tiempos para los presidentes de las federaciones territoriales. Desde aquella mañana de finales de agosto en la que el fútbol español comenzó a cavar su propia fosa en un palco de Sídney, se han sucedido multitud de acontecimientos que han puesto en la diana a la clase dirigente. Tras una asamblea que ya es historia negra de nuestro deporte, llegaron las intervenciones no muy afortunadas de varios políticos de primera fila, la decisión firme de la FIFA, la retahíla de demandas de todo tipo, la elección de la vía equivocada para el proceso electoral, la aparición de la UCO en sede federativa persiguiendo ilícitos de toda condición y, debido a todo ello, la generalización indiscriminada y la estigmatización de todas las personas que tenemos responsabilidades federativas.
A esta tesis se han sumado medios de comunicación, cargos de las diferentes administraciones, antiguos dirigentes defenestrados ávidos de venganza y arribistas de todo tipo. Incluso las personas que perdieron una oportunidad histórica de dotarnos de una Ley del Deporte que cambiara de forma radical el sistema se llevan ahora las manos a la cabeza y dirigen su dedo acusador a una especie de casta de hombres (porque solo hay hombres) a los que culpar de todos los males.
Llegados a este punto, y aunque seguramente sea un esfuerzo baldío, es el momento de rebelarse con la única intención de que las personas que siguen este eterno serial conozcan otras opiniones. Y tienen que saber que hay voces que desde hace mucho tiempo venimos pidiendo cambios estructurales a todos los niveles. Me refiero a la regulación legal, al modelo de gobernanza, al sistema de elección de representantes y configuración de mayorías, al control financiero, a los criterios de contratación de personas, a la transparencia en el sentido de tratar a la RFEF como si fuera una empresa cotizada aun siendo una institución privada y, en definitiva, a todo aquello que redunde en una mejora de esta organización que tanto prestigio ha perdido. También en decidir dónde queremos estar: si solo nos interesa facturar, sea como sea, si merece la pena que la Supercopa se juegue en extramuros o que tengamos patrocinios que no deberían tener cabida por ser mal ejemplo para nuestra sociedad.
Aunque puede que muchos no lo crean, hay dirigentes federativos que están convencidos de que ese es el único camino. Al igual que hay presidentes de federaciones territoriales que no asistieron a la asamblea de la vergüenza y lo anunciaron públicamente días antes a la vez que dimitían de sus cargos. Del mismo modo que algunos defendieron, contra el criterio de los eruditos de la casa, que en septiembre era obligatorio convocar elecciones a la presidencia para el resto del mandato pendiente tras la dimisión del anterior presidente. Sí, aunque parezca mentira, también existe ese tipo de presidente, aunque pinte poco, muy poco o nada.
Estos días aumentan las voces que claman por una intervención de la RFEF o por un proceso de tutelaje temporal. Puedo entenderlo, pero no lo comparto en absoluto. Es cierto que nos hallamos ante una crisis reputacional sin precedentes, pero el daño de una operación de este tipo sería todavía mucho mayor y quedaría en el debe durante décadas. Pero hay que presentar una alternativa de gestión creíble que tranquilice al mundo del fútbol y a la sociedad en general. Dentro de mi inocencia, esa que da el llevar solo tres años presidiendo una federación, creo que el cambio se puede conseguir sin llegar a tales extremos. Con personas que no tengan otra ambición que trabajar por recuperar el respeto, con un nuevo modelo de gestión y gobernanza, con perfiles profesionales adecuados, con una implicación activa de todas las instituciones y entidades que tienen algo que decir en esto de refundar nuestras bases organizativas.
Y si, desde dentro, los presidentes de las federaciones territoriales no planteamos alternativas, no asumimos al protagonismo en este proceso y nos acomodamos en el discurso evasivo y victimista, tendrán razón los que dicen que todos somos iguales.