Cantalapiedra, un español pichichi en Grecia gracias a su psicóloga: "Necesitaba ayuda"
Suma ocho goles en siete partidos y su equipo, Panathinaikos, es líder. Detrás del éxito se esconden muchas claves.

Son las 09:00 y amanece en Glyfada, una lujosa localidad costera a apenas media hora de Atenas. Aitor Cantalapiedra es feliz. "No puedo pedir más". Su sonrisa le delata. Los focos le buscan y la gente le aclama. Este barcelonés de 26 años se ha convertido en el ídolo de la afición de Panathinaikos, que vibra con el momentazo de su equipo: siete victorias en siete jornadas y otros tantos puntos de ventaja sobre su eterno rival, el rutilante Olympiacos de James y Marcelo. El gran protagonista de cada triunfo es Aitor, que va a más de un gol por partido y a exhibición por duelo.
"¿Si estoy en el mejor momento de mi carrera? Por supuesto. El equipo y el entrenador confían mucho en mí". Cada palabra que sale de su boca emana la alegría de quien se encuentra en la cumbre, pero también la conciencia de quien se ha visto en el pozo. "El día que salgo en todos los periódicos y se me puede ir la cabeza, me acuerdo de por qué he pasado". Porque en su retina, sabia, los éxitos presentes no apartan los momentos de sufrimiento. Y ha habido muchos. En semanas de máxima felicidad, Aitor elige Relevo para contar su travesía. Con trabajo y esfuerzo, todo puede cambiar en cuestión de meses.
Un «entrenador pasota», la pandemia y la depresión
Cantalapiedra es uno de los productos más brillantes de la cantera catalana. Pasó por el Espanyol y maduró en el Barça, con el que llegó a debutar en el primer equipo. Después, pasó por Villarreal B y Sevilla Atlético y puso rumbo a Países Bajos. Dos notables temporadas en el Twente provocaron el interés de Panathinaikos, que le tentó con un contrato de tres años y un planteamiento ganador a medio plazo. Todo parecía maravilloso, pero se torció.

"Cuando vine aquí, en la 2019/20, firmé con un director deportivo español (Xavi Roca) y un entrenador español (Dani Poyatos). Era un proyecto para volver a poner a Panathinaikos en el mapa: competir por la liga y por la Copa, jugar en Europa… y se fue al traste en tres semanas". Los resultados, como tantas veces, dictaron sentencia demasiado pronto. "Después, trajeron a un técnico que era todo lo contrario a Dani. Era muy pasota. No vino a disfrutar del equipo que teníamos, sino a otras cosas. Me tocó ver la parte mala del fútbol". Aitor, que venía con la vitola de jugador con caché, dejó de contar. Pasó por el banquillo y conoció la grada. No se sentía a gusto en los entrenamientos. Y llegó la pandemia.
"Estuve solo y me encerré en mí". Todo se juntó. Había tocado fondo, pero dio con la tecla exacta para volver a emerger. "Entré en depresión y decidí que me ayudara una psicóloga, Laia. Eso me ayudó mucho a enfrentarme a situaciones a las que no estaba acostumbrado: verme en el banquillo, ir desconvocado… Fui cogiendo confianza en los entrenamientos y empecé a rendir como yo sé". Desde ese momento, Laia se convirtió en su mano derecha. "Es lo mejor que me ha pasado, un pilar muy importante para mí. Me ha ayudado a salir de un pozo del que no veía salida. El nivel que estoy teniendo también es gracias a ella".
Un giro radical
Tras aquella "horrible" primera temporada, el Panathinaikos cambió de entrenador, pero Aitor tenía claro que su sitio no estaba allí. Pidió marcharse y ejercitarse al margen hasta encontrar destino. "No veía un futuro aquí y no quería ser un estorbo. No tenía ganas de entrenar. Sabiendo que había otro técnico, lo que menos quería era que perdiese el tiempo conmigo. Me intentaron convencer de que todo iba a cambiar, pero me negué a escucharlos". Las semanas avanzaron sin que llegase alguna oferta atractiva. Se quedó y, después de ocho partidos sin ir convocado, una conversaciones con Ivan Jovanović supuso otro punto de inflexión.
"Me dijo que no creía que pudiese revertir la situación, que me veía una persona que estaba con los brazos caídos y que no me gustaban los objetivos". Aquellas palabras fueron gasolina para Aitor. "Me sirvió de motivación. Claro que me gustan los desafíos. Hice un cambio de chip y volví a disfrutar en cada sesión. Todo con mucho trabajo, tanto dentro como fuera: psicólogo, buena alimentación…". Dos semanas después, Cantalapiedra ya fue titular. En la segunda mitad del curso explotó y anotó nueve goles, incluido uno muy especial: el que otorgó a Panathinaikos la Copa de Grecia, su primer título después de ocho años.

La consagración
Si el final de la anterior campaña ya fue de sobresaliente, el arranque de esta está siendo de matrícula de honor. El PAO es líder con pleno de triunfos y el catalán ha marcado ocho tantos en siete jornadas. Su cambio de posición, relata, también ha sido clave. Acostumbrado a jugar como extremo derecho, en Grecia su posición es la mediapunta. "Ivan me da mucha libertad. Jugamos con el extremo diestro muy abierto y el izquierdo metiéndose hacia dentro, actuando de '10' para dejar la banda libre al lateral. Es mi sitio".
Su nivel ha llegado a tal punto que los aficionados de Panathinaikos han comenzado una campaña por redes sociales para pedirle que se nacionalice y pueda jugar con la selección griega. Él, lejos de contemplarlo como un planteamiento descabellado, no lo descarta. "Se lo he comentado a mi novia y se lo ha tomado a coña, pero se lo dije en serio. También lo he hablado con un par de compañeros. Todavía tengo que estar aquí dos años más para poder obtener el pasaporte, pero… ¿por qué no?".
Su contrato termina en junio de 2023. Aunque en enero ya será libre para negociar por cualquier club, prefiere no pronunciarse acerca de su futuro. Su presente es tan brillante que ni siquiera necesita otear el horizonte. "Todo parece muy bonito en el fútbol, pero no siempre lo es. En este momento es cuando más lo recuerdo. Uno tiene que saber por dónde ha pasado y ser lo más humilde posible". Aitor vuelve a ser Aitor. Aitor vuelve a sonreír.