Ancelotti rompe el látigo de Florentino Pérez

Enzo Bearzot, entrenador de la selección italiana que ganó el Mundial de 1982, falleció el 21 de diciembre de 2010. Pocos meses después, se instauró en su país un premio que lleva su nombre, honra su memoria y reconoce a los técnicos que comparten con él valores e integridad. Carlo Ancelotti lo ganó en la cuarta edición por, según el jurado compuesto por 14 personas, "construir una carrera de éxito sin perder la humanidad y la simpatía que hacen de él una excepción en el panorama de los entrenadores top. Su bonhomía y trato paternal le han permitido tener de su lado a los jugadores sin ser un sargento de hierro". La bondad suele aparecer ante nosotros como algo fácil, natural. Y no hay nada más complicado que las cosas sencillas. Sólo hay que echar un vistazo al mundo.
#Exclusiva 🔏 El Real Madrid ya ha cerrado la continuidad de Ancelotti.
— Relevo (@relevo) December 29, 2023
Todo quedó pactado antes de las vacaciones de Navidad y sólo falta la oficialidad. @Santos_Relevo 🤝 @MatteMoretto https://t.co/V3cIAq7zR9
Por eso la renovación de Ancelotti por el Real Madrid hasta 2026, noticia adelantada en exclusiva por Relevo, desempolvó de mi desván alopécico el recuerdo de ese galardón y me reforzó un argumento que siempre he llevado por bandera: la mano izquierda antes que el látigo; la conversación antes que la imposición. Para dirigir una plantilla como la del Real Madrid, repleta de egos y susceptibilidades, el tacto se demuestra como la única solución posible. Estimular u ordenar. Persuasión o percusión. No hay dilema si hablamos de futbolistas que lo tienen todo, inmunes al castigo.
Por esa razón, Ancelotti produce en el Madrid el sonido de las cosas que encajan. Es un especialista en surfear las olas y silenciar el griterío para oír caer la lluvia. Un tipo calmado. A lo largo de su carrera, ha demostrado tener una especial habilidad para gestionar las crisis desde la serenidad. Un ecosistema que los vestuarios agradecen, aunque le haya acarreado muchas críticas. Alguna dirigida desde su propia casa y que le costó el puesto en 2015. La mano dura suele tener mejor prestigio en ciertas esferas que el guante.

Ni los disgustos, ni mucho menos los despidos, le han cambiado el paso y el carácter a Carletto. Sabe que es inútil desgastarse en guerras perdidas de antemano y en su historial se las ha tenido que ver con jefes de toda ideología y condición. De Berlusconi a Abramovich. De Al Khelaifi a De Laurentiis... Con Florentino. Con el presidente blanco conseguirá (si los resultados no le despeñan y se cumple el contrato) lo que hasta 12 técnicos, unos en las antípodas de otros, no pudieron: estar más de tres años en el banquillo. Una suerte de síndrome que hoy parece tener cura.
El italiano también fue víctima de la impaciencia y los cambios de dirección del presidente. Un año después de conquistar la Décima Copa de Europa del club y enlazar la mejor racha de victorias consecutivas, salió por la gatera. Varios desencuentros por la gestión de la plantilla le empujaron por el acantilado mientras atronaba el grito en el cielo de un vestuario que se oponía firmemente al desenlace. A Florentino le solía suceder: el resultado le tapaba el bosque (le llegó a tapar, incluso, a Del Bosque) y se lanzaba a dar el famoso impulso. En aquel 2015, el 'empujón' se llamó Benítez y a los cuatro meses se vio obligado a recurrir a un paraguas apacible como el de Zidane. Le salió tan bueno como los que venden en Casa de Diego.
El tiempo acaba apaciguando a todos, también a Florentino, a quien ya no le aburren los tramos rectos de carretera y se ha convencido de que no hay nadie mejor que Ancelotti para un puesto eléctrico y especial. El proyecto pasa por el banquillo, pocas veces visto antes en Chamartín. Han contribuido las de siempre, las victorias. Y también un lío en Brasil que transformó los cantos de sirena en señales de las que huir. Por supuesto. No obstante, la luz verde a su estancia habla muy bien de su labor.
Más allá de su gestión de vestuario (hay que ser un genio para no coleccionar enemigos en un entorno donde cada tres días debes hacer públicas tus preferencias), de tiempos y de nervios, hay que valorarle su destreza con los jóvenes, su tino con la pizarra (poco se destaca su altura como entrenador) y su maña en las catástrofes. Y esta temporada ha tenido demasiadas. Él supo cambiar las velas para acoplarse a la dirección del viento cuando las lesiones le partieron los planes y acabó el año como líder en la Liga e invicto en la Champions. Le imagino silbando cuando las balas le pasan cerca de la camisa.
Mención aparte merece su polivalencia. Aún está lejos de ser Camavinga pero su labor abrasa más. En las horas en las que no ejerce de técnico lo hace de portavoz. Un 'cargo' de representación y liderazgo donde la palabra es insustituible. Y en esa escuela, Carletto también es maestro. Pocos como él para ofrecer argumentos sin énfasis, porque no se necesita cuando estos son convincentes.
Me gusta Ancelotti porque sonríe, reconoce y rectifica errores sin ruborizarse, se toma la vida con calma y no hace una obligación de vida salir triunfante de cada batalla personal en un mundo, por cierto, en el que ocurre mucho eso. Su calma y valores, que casan con los del club, se trasladan a su alrededor y hacen que los grupos de trabajo que dirige funcionen bien. Y me gusta la decisión de Florentino de ofrecerle la renovación porque aparece como una prueba de que ha dejado atrás su inclinación al látigo.