OPINIÓN

Atados a un sufrimiento placentero que solo entiende el Celta

Hugo Álvarez celebra su gol ante el Athletic./EFE
Hugo Álvarez celebra su gol ante el Athletic. EFE

¿Sabéis esos niños que ven una llama, la tocan, se queman pero de nuevo vuelven a tocarla? Esos son el Celta y sus canteranos. El equipo vigués acumula varias temporadas en las que lo pasa más mal que bien en Primera División. Y esta no es una excepción. El conjunto vigués todavía tiene que certificar su permanencia en las dos últimas jornadas del campeonato, aunque la tiene en su mano tras la victoria de este miércoles frente al Athletic Club. Un triunfo que no son solo tres puntos, sino que va mucho más alla por el cómo y el quién.

En Vigo no sabemos lo que es ganar una Copa del Rey ni una Liga. El primer título lo han rozado en alguna que otra ocasión, pero en su caso la tostada siempre cayó por el lado que no debía. Sin embargo, son varias las imágenes que el celtismo tiene grabadas en su memoria en los últimos 15 años, todas ellas ilustrando drama, sufrimiento, algo de dolor y, en el fondo, alegría. Todo empezó en 2009.

En junio de aquel año, un imberbe Iago Aspas se disfrazó de héroe para anotar un doblete que salvaba al Celta del descenso a Segunda División B y, quién sabe, quizás también lo salvaba de la desaparición. En Vigo nos ha tocado de cerca lo que significa jugar en esa categoría, con el máximo rival, el Deportivo de la Coruña, jugando y perdiendo contra el filial celeste durante cuatro años seguidos. Aspas, un canterano, evitó aquello.

Él mismo lideró al equipo en su regreso a Primera durante la temporada 12/13 que acabó en una histórica permanencia. Las cuentas aquel año a dos jornadas para el final eran claras: el Celta apenas tenía un 4% de opciones de salvarse. El crack de Moaña, ahora leyenda de LaLiga, se echó a la espalda a una plantilla llena de futbolistas formados en A Madroa que pusieron la base de las casi 13 campañas seguidas en la élite. De nuevo, drama, sufrimiento, algo de dolor y, en el fondo, alegría.

Una historia que se repitió en 2019, la temporada de A Nosa Reconquista y en la que Aspas convivió con el drama de las lesiones. Tres meses apartado antes de reaparecer con la capa de superhéroe puesta para lograr otra permanencia con las que poco contaban a diez jornadas del final. La cantera, como en las ocasiones precedentes, fue clave. Como siempre, los chavales de casa tirando del carro.

El curso pasado el Celta llegó a la última jornada con la obligación de ganar tras una racha de resultados para olvidar en el tramo final. Y el delantero de Moaña no podía ser de la partida por unos dolores en la espalda que prácticamente no le dejaban salir de la cama. Había que coger el testigo, y lo hizo Gabri Veiga, que con un doblete dejó al equipo de sus amores en Primera.

Esta temporada tocó dar un paso atrás para luego dar varios hacia delante. En febrero, el Celta presentó un equipo sin canteranos por primera vez en 15 años. Aquel día se ganó, pero fue una victoria amarga. El celtismo es cantera y aquello fue un puñal directo a su corazón. Por eso ver que el equipo casi firma la salvación con una remontada que perdurará en la retina de los aficionados con Claudio Giráldez en el banquillo e Iván Villar, Carlos Domínguez, Damián, Hugo Álvarez e Iago Aspas en el campo significa tanto.

El celtismo sabe que lo normal es no ganar y prueba de ello son los cien años de historia que tiene el club. Tampoco se le exige que lo haga, sí que lo intente. Lo que también se le pide es que se apueste por los de casa, por los nuestros, por los de aquí, por los que sufren y sienten los colores, por esos niños que se quemarían por el escudo pero que no dudarían en poner de nuevo la mano en el fuego acto seguido por él. El Celta está atado a ese sufrimiento placentero que le lleva al drama por la situación que le toca vivir y al placer que provoca que un chaval de la casa lo salve.