El Barça se monta una fiesta en Cornellà y se corona campeón de Liga

El primer título importante sin Messi. El primero con Xavi. El primero de los Pedri, Gavi o Balde. El último de Sergio Busquets y Gerard Piqué. Volver. El Barcelona regresó porque durante un tiempo se exilió, perseguido por las dudas y habiéndose convertido en un huésped habitual de las caídas. El Barça de las áreas, del cuadrado, el que volvió a tratar el balón con caricias, es ya campeón de LaLiga.

Volvió el Barça que mata lentamente, en el día a día. El pueril pero cada vez más maduro Barça de Xavi ve Europa como un parque de atracciones a ojos de niño: ilusión y miedo, respeto. En casa, en LaLiga, reconciliados con la duda y con las heridas del pasado cerradas, se ha sacudido el bajón crónico de los domingos por la tarde que también se llevaban por delante su fútbol. El Barcelona regresó con tanta fuerza que Real Madrid y Atlético se doblegaron a las puertas de la primavera, cuando todo aún está por ganar.

El Barça ganó LaLiga de la mejor forma posible. Doblegando a su máximo rival, haciéndole bailar a ritmo de sus centrocampistas y con goles de Lewandowski. Fue un final redondo, el que merecía el equipo. Al otro lado, un Espanyol cansado que no sabe si llegará a la orilla. El público se hartó, cantó contra la directiva, contra los jugadores. El instinto de supervivencia blanquiazul no derribó la escalera al cielo del Barça.

Cuando el Barcelona saltó a calentar, en el RCDE Stadium comenzó a sonar la canción de Shakira y Bizarrap. El ambiente en Cornellà, horas antes y hasta el minuto 10 de partido, era de día grande. De aquellas previas que te envuelven y te hacen pensar que todo es posible, que todo está por hacer. Pero el Barça sacó su melodía para apagar las llamas que salían de las gradas.

Tac, tac, tac, tac. El fútbol blaugrana aletargó al Espanyol y lo sumió en la triste realidad que vive el club. El balón fue la tiranía del Barça hacia la victoria. Durante muchos tramos de partido sólo se escuchaba el sonido de la pelota, imantado a los pies de Busquets, Pedri, De Jong y Gavi. La maestría de Sergio, el temple de Frenkie, el fútbol tranquilo e hipnotizante de Pedri y los acelerones de Gavi. La pizarra de Xavi también gana ligas.

Fue la carta que usó el Barcelona para competir desde el primer día. El equipo daba señales de inocencia propia de la juventud, es una de las plantillas con menor media de edad. Y Lewandowski, curtido en mil batallas, apadrinó al equipo y se encargó de sumar puntos en el primer tramo de temporada.

Su actuación en el derbi firma una temporada redonda. Al inicio revelador le siguió un nudo en el que pegó un ligero bajón tras el Mundial -reconocido por él mismo-. Fue el Lewandowski más fino de las últimas semanas. Pulcro en las recepciones, participativo en el juego y motivado para marcar las diferencias. En el Día D, el Robert de toda la vida. Se autoinvitó a la fiesta perica y lo celebró de la forma que mejor sabe.

La irrupción de Alejandro Balde esta temporada bien puede considerarse como un título más. Y de los grandes, de los importantes. El lateral rompió el techo de cristal entre el filial y el primer equipo -si es que alguna vez lo hubo- y gobierna de forma autoritaria el carril zurdo. No le hace falta nada más. Ni a él ni al equipo.

Plantó el Espanyol una línea de cinco atrás que emparejaba a Óscar Gil con Balde y a Brian Oliván con Raphinha. Cuando Balde lo detectó, sacó el puñal. En el primer duelo con Óscar Gil tiró de piernas y se fue por fuera. El gol no llegó por poco. El segundo intento fue idéntico. Lewandowski apareció en la escena del crimen para anotar el primero. En el título liguero estará tatuado el nombre de Balde.

Quién les habría dicho a Luis García y a Xavi, que compartieron aulas en busca del carné de entrenador, que en su primer reencuentro en las canchas se jugarían la vida. Al perico se le enganchó algo del libreto del blaugrana. Desde el primer día, su Espanyol ha intentado ser equipo propositivo a pesar de desfilar cerca del precipicio.

La apuesta por Luis García llegó tarde. El técnico reconoció en los Darder, Melamed o Denis Suárez peloteros sedientos de balón. Puado, otro sucedáneo, hizo uno de los goles blanquiazules. Luis García descolgó el cartel de 'prohibido jugar a fútbol'. El curso del Espanyol arrastra males crónicos desde el primer día de pretemporada. Pocas piezas han logrado hacer frente a la irremediable corriente que los fue conduciendo jornada a jornada hacia abajo.

Han demostrado Sergi Darder y Nico Melamed que son felices con un balón. Y que cuando el Espanyol no lo tiene defienden con el corazón en la mano. Sea feliz o triste el final de los pericos, el camino de Luis García ya ha empezado.

No es fácil entender la sensibilidad barcelonista, el contexto que vive el culé desde la cuna. Tanto emocional como futbolísticamente. De ahí gran parte de la importancia de cuidar La Masia. Y entre el relato blaugrana, se coló un protagonista que nadie esperaba, un futbolista que ni tenía el ADN ni se sabía culé.

Ese personaje es Araujo. Unos años después de su llegada a Barcelona se puede decir que pocos futbolistas sienten y entienden al Barça y al barcelonismo mejor que el charrúa. Sus cuerpo a cuerpo con rivales destapan la vena más visceral del aficionado. Un tackle o su enorme superioridad física respecto al rival también enciende a la hinchada blaugrana. Araujo es uno de los culpables de que los culés celebren de la misma forma una jugada bien trenzada como una acción defensiva del charrúa.