Barça y Real Madrid en un Clásico que ha dejado de serlo

La vida es esto. Levantarte un lunes feliz y emocionado porque tu equipo juega dos finales esta semana y notas, con cada segundo, el peso inmenso que tienen las expectativas en tu rutina. Uno proyecta cosas. Imagina. Vive vidas que no son suyas. Y se llega al domingo, que es el día en el que mueren las ilusiones, y ve que lo prometido es deuda. Y lo peor es que asume, en forma de remontada que ya ni duele, que no será saldado.
A veces pienso en los Clásicos que eran Clásicos. En ese tiempo en los que me levantaba con nervios y me acostaba sin saber que lo visto sería ya irrepetible, un tiempo escaso de una vida que ya no nos pertenece pero que un día fue todo lo que tuvimos. Una con Messi y con Cristiano como héroes y villanos, con Guardiola y Mourinho como defensores de unos mundos que parecían inabordables. No había Clásicos amistosos en 2011 porque nadie podía comprar una pirotecnia que no llevase fuego como para prenderlo todo. Cuesta acostumbrarse a que los mejores partidos ya solo lo sean por el nombre y porque todos nos resistimos a negarle un reino que no posee.
El Barça llegaba al Clásico con la urgencia de quien se ve en la calle, sin techo ni vivencias que guardar, y con el único tesoro de una juventud que debutaba en este partido y que no ha podido imponerse a un futuro que parecía marcado desde el inicio. De hecho, el encuentro ha seguido de forma precisa el guion que la temporada le ha reservado al FC Barcelona: siempre ha habido resquicios para creer, con el 0-1 de Christensen o el 1-2 de Fermín, y como sucedió ante el PSG,el fútbol le dice al Barçaque todavía no, que como mucho le cede el pequeño triunfo de la primera ventaja y le niega la definitiva, recordándole que para ello tendrá que remar todavía más.
Últimamente el Barça ya no juega por títulos, sino por dinero. En vez de disfrutar, hace cuentas. ¿El romanticismo que le queda al culer es agarrarse a acabar segundo para disputar la Supercopa en Arabia? Este equipo ha ido desnutriéndose poco a poco, perdiendo con cada paso un gramo de ilusión y competitividad, y eso ha llegado a tal punto que uno no vive para salir de fiesta los sábados pensando en qué anécdotas recordará a la mañana siguiente, sino cuántos sábados quedan para que pasen rápido y uno no tenga nada más que recordar. El fútbol, que es una máquina ingrata de generar memorias ha llevado al Barça a querer parar el curso mismo de este deporte, a invertir el curso y a querer olvidarse hasta de sí mismo.
La tensión apenas apareció un minuto. Ni con el gol no dado al FC Barcelona ni por el hecho que para los de Xavi era la última bala de la temporada para enfrentar el resto de partidos con un grado de ilusión mínimiamente potable, aunque solo fuese un placebo para acabar con sentido y cierto grado de dignidad un curso que rescatarán las individualidades y no lo colectivo. Todo en el verde sucedía con tranquilidad y calma, como si el Real Madrid supiese que el resultado siempre le valdría y el Barça que ni la victoria le daría algo de orgullo. Ver el Clásico era presenciar un escenario enorme, todavía con los mejores decorados presente, pero sin ese guion que diese emoción a una voz que ya no grita aunque lo parezca.
Incluso las polémicas han dejado de tener ese poso agresivo y definitivon de antaño. No se rodea al árbitro y las quejas son siempre en solitario, aspavientos. Como si el dolor fuese fingido. Uno echa en falta hasta aquello que antes no quería ver solo para comprobar que lo que te molesta en un momento determinado es siempre mucho mejor que la ausencia de aquello que te enfada. Me he sentido ofendido viendo la indiferencia con la que durante muchos minutos se ha jugado la última final de la temporada. Cuando las finales eran finales, el fútbol olía mejor.