La cabeza de Xavi, las trenzas de Kluivert y la bota de Lewandowski: resucitar es cuestión de pulgadas
Xavi revivió a Van Gaal en 1998; Kluivert, a Rijkaard en 2004. El tiempo dirá cuánto vale el tanto del polaco en Mestalla.

Una pulgada consta de 25,4 milímetros y en ella puede almacenarse la suerte de un proyecto. Vivir o morir depende a veces de una fina y caprichosa línea. Lo saben, para bien, Louis Van Gaal y Frank Rijkaard. A Ronald Koeman, en cambio, le tocó la cara amarga. Es pronto para saber cuánto vale el gol de Lewandowski en Mestalla, pero Xavi espera que la diana del polaco marque un antes y un después en su etapa en el banquillo culé.
El egarense lanzó un 'boomerang' en diciembre de 1998 y este podría volverle ahora. El karma existe, pensaría el técnico al ver a su delantero celebrando el 0-1 sobre la bocina en Valencia. Hace 24 años, él también fue Lewandowski. Van Gaal se jugaba el cargo ante el Valladolid y un tanto de cabeza del egarense, su primero en Liga, reavivó un proyecto herido de muerte. Ese partido fue el inicio de una racha de ocho triunfos consecutivos, un arreón clave para acabar conquistando la Liga.

Kluivert levantó el vuelo de Rijkaard
A Rijkaard, como dice el tópico, lo que no le mató le hizo más fuerte. Su Barça llegó al Pizjuán con la soga al cuello. Era enero de 2004 y el nombre de Scolari sobrevolaba la ciudad condal tras un dubitativo arranque de curso. En un partido gris, como el de ayer en Mestalla, los azulgranas salieron airosos gracias a un gol de cabeza de Patrick Kluivert. Luis García la puso con música y el holandés, rozando el cuero con las trenzas que lucía, desvió lo suficiente como para batir a Esteban. Nervión supuso el pistoletazo de salida a una segunda vuelta espectacular. No alcanzaría para campeonar pero sí para sentar las bases de lo que estaba por llegar: dos ligas y una Champions.

Un penalti sentenció a Koeman
¿Qué habría sido de la era Rijkaard si ese centro de Luis García hubiera ido un centímetro más largo o más corto? Los resultados mandan y muchas veces cambian por completo por el más mínimo detalle. Hace un año, Memphis marraba en Vallecas un penalti para empatar el partido. Horas después, el Barça rescindía el contrato de Ronald Koeman como entrenador culé. En un golpeo desde los 11 metros puede caber el destino de un entrenador.

Luis Enrique también tuvo su punto de inflexión particular en enero de 2015. Con problemas en el vestuario y también de juego, los azulgranas medían su situación frente al correoso Atlético, por aquel entonces vigente campeón de Liga. Aquel triunfo por 3-1 dejó una imagen para la posteridad: Luis Suárez, Messi y Neymar celebrando juntos el tanto que certificaba la victoria. Pocos meses después, el Barça consumaría el segundo triplete de su historia.

Un gol para silenciar el ruido
Solo el paso del tiempo fija el valor de cada recuerdo. Hoy aún es pronto para descubrir qué se esconde tras la agónica diana de Lewandowski en Valencia. Ya nunca nadie sabrá si otro tropiezo tras quedar fuera de la Champions habría encendido todas las alarmas. Incluidas las de Joan Laporta. La única realidad es que la acrobacia del polaco para impactar el envío de Raphinhacoloca a Xavi en el lado suertudo de la moneda, aquel en el que se brinda un extra de calma y tranquilidad para revertir la situación. El egarense aspira a buenos resultados a través del buen juego, pero la ecuación también puede funcionar al revés si los números otorgan la confianza necesaria para brillar.

Balsámica inyección de autoestima
Cuentan desde el vestuario que pocas veces habían visto al cuerpo técnico tan eufórico como ayer por la noche. Conocedor de la peligrosidad de las dinámicas, que te atrapan como un remolino, Xavi le da un valor mayúsculo a los tres puntos obtenidos en Valencia. No porque la actuación de su equipo convenciera, sino porque sabe que en el camino hacia el éxito siempre hay bifurcaciones que dictan sentencia.
A la espera del Real Madrid-Girona de hoy, el Barça es líder provisional de la Liga y aspira a llegar al parón del Mundial sumando nueve de nueve. Vencer a Almería y Osasuna no haría olvidar el fiasco europeo pero sí confirmaría que el enfermo respira tras las puñaladas asestadas por Inter y Bayern.