OPINIÓN

La ceguera con Benzema

La ceguera con Benzema

Hay miradas rutinarias, indiferentes. Como las que lanzamos a un semáforo o a un paquete de lentejas en el Supermercado. Las hay especiales, como cuando te impacta la belleza de alguien en el Metro o te tropiezas con una abuela haciendo carantoñas a un bebé, dos polos opuestos de vida que continuamente se atraen. Y existen miradas cómplices. Son las que más me gustan y las que más empleo. No por gozar de un especial encanto físico, pues soy un tipo de lo más común, de belleza funcionarial diría yo. Sino por formar parte de un grupo, legión en los últimos años, arrepentido. No me escondo. Estaba ciego. Quien esto escribe se sentaba en la grada del Bernabéu y cada vez que Benzema fallaba un gol, miraba a mi compañero de tribuna, meneaba la cabeza y apuntaba con el pulgar hacia abajo. Los arqueólogos de las redes sociales sólo tienen que sacar una rasqueta, un pico y una pala para comprobarlo.

Eran tiempos del Cristiano más voraz, absorbente del gol, y de ese Benzema con duende pero sin temperatura. Me excitaba tanto como me desesperaba. Y al final siempre me vencía el negativismo. El dorsal era mi argumento. Para alguien que creció viendo a delanteros como Hugo Sánchez y Zamorano, no contemplaba otra opción que no fuera un '9' obsesionado con el gol, que rematara hasta el bajo de los pantalones. El prejuicio no me dejó ver el ecosistema. Benzema siempre fue un jugador extraordinario, cuya virtud era la diferencia. Un genio en su innovación. Pero no le supe entender por mi fijación con los números. Tal vez si hubiese llevado el '10' hubiese sido amor a primera vista porque cuenta con un extra que me derrite: habla francés.

El caso es que se marchó Cristiano y Karim sacó el carácter al mismo tiempo que seguía bailando claqué. Fue entonces cuando los que le mirábamos con recelo, y no sabíamos definirle, comenzamos a no saber calificarle. Porque pasó a hacerlo todo: capital y capitán. Marca, asiste, está con un ojo en los jóvenes y alza la voz en los momentos complicados; un ángel de la guarda. Tengo la 'pedrada' de que fue la fractura de su dedo meñique la que le transformó. Desde entonces, su dedo sí que señala el camino del Madrid. Sobre todo la temporada pasada, donde fue clave en la Liga y determinante en una Champions 'milagrera' que ya está grabada en oro en los libros del madridismo.

Este año recibirá, por fin, el reconocimiento que llevan exigiendo sus primeros cofrades: el Balón de Oro. Y, un segundo después de alzar el galardón, renovará automáticamente con el Real Madrid, tal y como ha podido confirmar Relevo. Recompensa merecida para un jugador que comenzó siendo debate en corrillos, pero cuya figura ya tiene el reconocimiento unánime. De los fieles de siempre y de los conversos, que nos miramos, cómplices, en silencio para no llamar la atención.