OPINIÓN

Claudio Giráldez le ha cambiado la vida a miles de personas en el Celta

Claudio Giráldez, en un partido con el Celta./EFE
Claudio Giráldez, en un partido con el Celta. EFE

El Celta no ha ganado nada esta temporada y no lo va a hacer de aquí al mes de junio, al menos no en sentido material. Su museo no se estrenará con un trofeo de enjundia. Tampoco lo necesita para ser feliz. Ni sus aficionados. Porque el equipo, la plantilla, los seguidores y la ciudad viven en un estado de euforia que hacía mucho tiempo que no sucedía. En el año de Europa con Eduardo Berizzo al frente había una gran corriente de ilusión por lo que estaba sucediendo en ese instante. Ahora también la hay por lo que ocurre domingo tras domingo (muchas veces a la hora de comer), pero sobre todo, por lo que está por venir. Y eso es gracias a Claudio Giráldez.

Cuando das un puñetazo sobre la mesa, puede salir muy bien o muy mal. Acostumbraba a decir Carlos Mouriño, presidente del club hasta hace bien poco, que si lo dabas era para romper la mesa, no para hacer ruido. Y tenía toda la razón. Su hija recogió el testigo y un bendito día de hace 13 meses decidió que ya visto todo lo que debía a Rafa Benítez en Vigo. Le destituyó casi sin previo aviso y le dio la manija del primer equipo a un 'desconocido' más allá de la provincia de Ourense.

Y desde ese día, todo ha cambiado en Vigo, creo que en parte por su forma de actuar y en parte porque algo sobrenatural le ha elegido a él, a Claudio Giráldez, para hacer el bien a través del fútbol. Lo que antes eran días grises en la ciudad, ahora lucen soleados. Donde antes había gritos de "dimisión", ahora se entona A Rianxeira. Donde, antes se peleaba por no bajar a Segunda, ahora las miras están puestas hacia ese sueño europeo que tiene una deuda con el club.

Yo soy de los que piensa que el fútbol no es más que un deporte, una forma de entretenimiento que sirve para que muchos amigos o familiares se junten, pasen tiempo juntos y compartan momentos. Sé que hay mil cosas más importantes, lo tengo claro. Lo que pienso no va en consecuencia con lo que practico, al menos no cuando juega el Celta. Porque te enfada, te alegra, te hace llorar, a veces de alegría y otras, las que más, de tristeza. El equipo vigués ha sido una bomba anímica la última década y es probable que todos sus seguidores hayan cedido días en su contador vital. Pero algo ha cambiado.

El actual Celta es otra cosa, es especial. Un entrenador de la casa lidera un proyecto lleno de canteranos que tiene a decenas de miles de fervientes seguidores adheridos. Podrá salir mejor o peor y lo normal es que acabe mal porque así ha sido en los cien años de historia de la entidad, pero nadie en Vigo dejará tirado a su equipo, a su líder, a Claudio, un hombre de lo más normal que ha virado los sentimientos de mucha gente.

El celtismo vive feliz, ilusionado con el presente y con el futuro. Porque lo más probable es que el Celta no gane ningún título, pero lo bonito va a ser vivir ese camino con alegría, con ilusión, con felicidad. Ayer dijo Borja Iglesias que, en cierto modo, Claudio Giráldez le había cambiado la vida. Y estoy de acuerdo porque en cierto modo también me ha cambiado la mía y me arriesgo a decir que la de miles de celtistas. Es así.

Existe un antiguo pasaje en el que una persona le pregunta a otra: ¿Qué es más importante, el viaje o el destino? Y la respuesta del segundo fue: "La compañía". No puedo estar más de acuerdo. El viaje del Celta ha comenzado y el destino es desconocido, pero al menos podemos estar tranquilos de que la compañía de Claudio Giráldez es inmejorable.