El descenso que sufrió el Celta el año de la Champions y que ahora aterra al Girona: "No entendimos que había que disfrutarla y que lo importante era LaLiga"
Varios exjugadores del equipo vigués analizaron en Relevo los motivos que les llevaron a Segunda el año que jugaron Champions.

El 15 de junio de 2003, el Celta tocaba el cielo con sus dedos tras clasificarse por primera y única vez a la Champions League. El 23 de mayo de 2004, el Celta se quemaba las manos en el infierno tras su doloroso descenso a Segunda División, el penúltimo en la historia del club. Dos realidades opuestas, dos estados de ánimo adversos y dos golpes directos al corazón, uno bueno y uno malo, que todavía se recuerdan en Vigo y que ahora asustan en Girona.
Porque el equipo de Míchel está en medio de una crisis tan profunda que muchos lo ven como un claro candidato al descenso. Cuatro derrotas consecutivas y diez jornadas sin conocer la victoria han reducido su ventaja sobre el descenso a apenas tres puntos, un partido. Este jueves visitan Leganés (19:00) en un duelo a vida o muerte y aunque en la ciudad catalana nadie quiere hablar de Segunda, la posibilidad está ahí. Justo el año de su primera participación en la Champions, justo como le ocurrió al Celta hace dos décadas.
Aunque ambas situaciones son idénticas, las causas no tienen por qué coincidir, aunque sí que es cierto que hay muchos puntos en común. En los últimos meses, Relevo ha charlado con algunos integrantes de aquella plantilla del Celta que conoció el cielo y el infierno en menos de un año y que explican cómo se puede pasar de la Champions a Segunda División. Y sus explicaciones ponen luz a lo que hay detrás de la crisis del Girona.
Para equipos como el Celta o el catalán, la Champions debe considerarse un premio, algo con lo que disfrutar sin distracciones. "Prefiero diez años en Primera que uno en Europa", acostumbraba a decir Carlos Mouriño, presidente de los vigueses hasta hace año y medio. Y lo cierto es que la máxima competición continental focalizó demasiados pensamientos de ambas plantillas.

"Muchas veces he pensado en lo que nos pasó, porque teníamos un equipazo. Quizás el hecho de jugar la Champions descentró un poco, algunas lesiones que nos perjudicaron… Quizás no entendimos que había que disfrutar de la Champions, pero que lo más importante era LaLiga", apunta Edu, atacante brasileño que posteriormente pasó por el Betis. "La Champions League distrae", expuso Manuel Pellegrini el lunes tras vencer en Montilivi.
Y la Champions, además de distraer, castiga. Los equipos que llegan de manera ocasional no están acostumbrados a jugar domingo-miércoles-domingo, algo agotador a nivel mental y físico. Se entrena menos y se entrena peor, con lo que aparecen las lesiones. Aquel Celta y este Girona las tuvieron de todos los colores y gravedades, lo que condiciona, y mucho, el trabajo de sus entrenadores.
"La plantilla se quedó muy corta. No llegábamos a las tres competiciones", explica Ángel, que pese al descenso en 2004 siguió en Vigo para devolver al Celta a Primera División. "Da hasta respeto jugar, estamos esperando a ver quién será el próximo en caer lesionado", comentó hace unos meses David López, uno de los referentes del cuadro rojiblanco.

Otro nexo común está la fragilidad. Los dos equipos se cayeron en lo físico y en lo psicológico y prueba de ellos son los datos de sus goles en contra. El Celta pasó de encajar 36 goles en la campaña 2003/04, con Pablo Cavallero como Zamora, a recibir 68 un curso después y ser el equipo más goleado. La temporada pasada el Girona encajó 46 goles y en la presente ya acumula 51 con seis jornadas por delante.
Por último, también está el runrún alrededor de los equipos, eso es una constante. Cuando se gana, todo son flores, alabanzas y buen rollo, pero cuando se pierde aparecen los problemas, las críticas y los conflictos, tal y como recuerda Everton Giovanella. "Fue un año atípico y de repente pasó de ir todo muy fluido a tener muchos problemas. En realidad, cuando algo no va bien es más fácil encontrar problemas". El Girona tiene un mes para impedir que lo que comenzó en el cielo acabe en el infierno.