El año más convulso del Celta: el puño de hierro de Marián Mouriño, un vestuario 'rebelde' y el germen de un ilusionante futuro
El equipo vigués seguirá en Primera División tras doce meses de auténtica locura.

El Celta puso ayer en Granada punto y final a su temporada. Pese a que todavía queda una jornada de LaLiga en la que los vigueses recibirán al Valencia, el curso ya se ha terminado. El triunfo en la ciudad andaluza certificó la permanencia en Primera División, un objetivo menor hace tan solo nueve meses pero que muchos habían firmado la pasada primavera. Y es que el club ha vivido una auténtica montaña rusa desde que hace poco menos de un año Gabri Veiga les diese otra salvación agónica. Empecemos por ese día.
El 4 de junio de 2023, un Celta en caída libre recibía al Barcelona, ya campeón de Liga. Lo hacía con la obligación de ganar para seguir en Primera División. Un doblete del canterano dio el triunfo a los gallegos. Era el penúltimo servicio de Carlos Mouriño como presidente de la entidad. El máximo mandatario ya había tomado la decisión de dejar el cargo a su hija, y aunque se mantendría hasta los actos del centenario en agosto, las decisiones ya no pasarían por sus manos y sí por las de ella, que momentáneamente asumía el puesto de directora general dejado por Antonio Chaves.
Marián, celtista de cuna, quería cambiar cosas en el club. Muchas. No iba contra la labor de su padre, sino que entendía que el Celta necesitaba una nueva dirección, más cercana a los aficionados. Una de sus primeras decisiones dejó claro que no le iba a temblar el pulso a la hora de tomar medidas. Sin previo aviso decidió no renovar a los responsables de comunicación, muy criticados los meses previos por alejar el idioma gallego del día a día del club. Una decisión valiente e inesperada que mostró su firmeza.
La nueva presidente celeste quería poner el plano deportivo en el centro del todo. Para ello, se apoyó en Luis Campos, el afamado director deportivo que había llegado a Vigo un año antes (aunque compartía función en el PSG) y dieron el ok a la llegada de Rafa Benítez. El técnico fue recibido con entusiasmo por prácticamente todo el celtismo. Al club llegaba un entrenador contrastado, con experiencia y caché. Sin embargo, el resto del verano no fue como a Marián le hubiese gustado.

Campos apenas pisaba la ciudad. Su forma de trabajar era a distancia, aunque sí que se le veía mucho en París, algo que comenzó a molestar un poco en el Celta. La cúpula sabía que el acuerdo era ese con el portugués, pero era uno que ellos no habían firmado, sino que venía heredado. Aunque la relación de ambas partes se extendía hasta este mes de junio, la presidenta quiso cortarla antes de Navidad al no compartir modelo con el luso. Y así lo hizo. A Mouriño no le tembló el pulso para romper el contrato de Campos y traer a Marco Garcés para el puesto, un hombre que ya conocía y que sí iba a estar presente en el día a día del equipo.
La mala dinámica deportiva del equipo, que se mantuvo todo el curso en puestos de descenso o cerca de ellos, hizo que el ambiente se fuese enturbiando con el paso de los meses. Hasta que en primavera explotó. El vestuario no creía en la idea de juego que tenía Benítez y varios jugadores le mostraron su disconformidad con algunas de sus decisiones tácticas. Uno de los más vehementes fue Guaita, aunque no fue el único. La plantilla le reclamaba un cambio al técnico, que poco a poco fue perdiendo la confianza del grupo.
Una serie de malos resultados y sobre todo, algunas declaraciones de Benítez en las que mostraba cero autocrítica, provocaron que Marián Mouriño tomase la decisión de cesarlo. Tras caer con contundencia en el Bernabéu (4-0), la presidenta estuvo 24 horas dándole vueltas a la situación hasta que optó por el despido. Asumía la responsabilidad y el riesgo que significaba aquello, sobre todo porque apostaba para el banquillo por Claudio Giráldez, míster en el filial y sin experiencia en el fútbol profesional. Quedaban 10 jornadas por delante.

La apuesta no pudo salirle mejor. El equipo ha jugado mejor, ha competido mejor, ha sumado más puntos y, sobre todo, ha vuelto a tener a la cantera muy presente. Los futbolistas de A Madroa siempre han tenido importancia mayúscula en el Celta y con Benítez su presencia había sido mínima hasta, incluso, desaparecer por completo de una alineación por primera vez en 15 años. Giráldez ha apostado por los talentos de la casa y los chicos han devuelto con buen fútbol la confianza.
Esas decisiones con puño de hierro de Marián Mouriño y ese vestuario 'rebelde' han logrado que la comunión entre club y afición haya crecido y posiblemente sea la más fuerte de la última década. El público ha vuelto a Balaídos y anhela con especial ilusión lo que pueda suceder a partir de ahora. La llegada de la presidenta ha sido una montaña rusa, pero ahora mismo el celtismo está encantado, aunque no ha sido fácil. A mayores, destacar que el club ha saldado, por fin, una deuda pendiente con la creación de un equipo femenino que irá acompañado de una estructura formativa.
PD: en este año de locura hay que hacer mención especial al himno creado por C. Tangana para el Centenario, una canción que perdurará para siempre.