Dani Olmo tiene trampa, es extrañísimo

Si el fútbol se jugase sin moverse, usando única y exclusivamente el control como herramienta para generar ventajas, probablemente Dani Olmo sería uno de los tres mejores futbolistas del planeta. El catalán es un futbolista extrañísimo, pues su juego no concuerda con un físico que aparenta pesado, carente del ritmo que tienen los mejores en esa zona, como si al haber nacido con una cadera de goma y unos pies hechos de plastilina, el Dios del fútbol le hubiese negado la potencia que convertiría a ese cuerpo en una trampa. Y aún así, Olmo es capaz de destrozar partidos solo con controles, recibiendo y girando, en un ejercicio de dominio de algo que es, en él, un arte.
El Barça viene acostumbrándose a ganar partidos que se le atragantan porque ha entendido que las Ligas, más allá de ganarlas cuando se merecen más que el resto, se ganan también en pequeñas batallas en las que quizás no merecías tanto, en un sufrimiento que sabe a más de tres puntos. Ya se puede decir que Diego Martínez es el entrenador de LaLiga que mejor ha planteado los partidos ante el Barça de Flick, entendiendo cómo, desde una lógica limitación de talento, se le puede molestar y desordenar, buscando ganar las segundas jugadas para poner de cara a los interiores y ser profundo con los jugadores de segunda línea. Durante tramos, los de Flick dominaban sin molestar, y corrían demasiado hacia su portería, pendientes de cerrar espacios en vez de abrirlos.
Víctima de esta imprecisión fue un Lamine Yamal que durante la primera mitad no lucía su habitual talento, errático en el último gesto y precipitado en el pase. No hace falta que nadie le diga al genio que estaba jugando mal porque si algo posee Lamine es un sentido muy agudo de su rendimiento, una honestidad clara y poco adolescente que le hace saber cuándo rinde a su nivel y cuándo no. Y no hay dos mitades en las que Yamal juegue mal. En el segundo tiempo su técnica hizo imposible que se le presionase, inclinó el campo y eliminó rivales con la facilidad que solo él tiene; quiebros, fintas y arrancadas que pusieron el miedo en el cuerpo hasta que Olmo lo confirmó. Demasiado talento junto.
De Cubarsí se halagan siempre los pases y su finura, pero a veces olvidamos que si no tuviese nada de esto seguiría siendo uno de los mejores defensores jóvenes del mundo. Su concentración, activación y lectura le han empujado a dominar a Mcburnie cuando ha caído en su zona, ha cortado infinidad de balones largos y se ha impuesto en área propia (7 despejes), demostrando que es ante todo un central, por mucho que se le intente poner una etiqueta sin sentido alguno. El Barça ha sobrevivido, aguantando el resultado en área propia, con Eric y Cubarsí, algo que muchos apuntaban que nunca sucedería. El fútbol y sus tópicos.
De la victoria quedarán muchas lecturas, pero ninguna tan peliaguda como la de Lewandowski y Ferran, un debate que parece no tener recorrido por las decisiones de Flick, pero sí por la disparidad en el rendimiento entre ambos jugadores. Ferran parece cómodo en ese rol de delantero suplente, aportando siempre que entra, pero el polaco deberá comparecer más allá de los goles para que el equipo no note en demasía que en realidad su nueve no suma cuando el balón no le llega para rematar.