Los detalles salvan al Barça... y a su discurso

Hace una semana, Xavi Hernández hablaba de aquel enemigo común (o amigo, según se mire) del que siempre escribe el gran Enrique Ballester: los detalles. El técnico azulgrana acudía a ese tópico, ese escollo al que va todo lo que uno no puede explicar, para dar explicación a la victoria sufrida del Real Madrid en el Clásico. Ante la Real Sociedad de Imanol Alguacil, técnico que lucha por controlar hasta la extenuación cada detalle, el Barça se benefició de los mismos que le condenaron hace una semana para ganar un partido que quizás no merecía, aunque los merecimientos en el fútbol son los aplausos de la pandemia; no sirven de nada más allá de para autoconvencerse a uno mismo.
El Barça ganó con un gol del jugador que mejor representa esa repulsión al azar, no porque no la tome como algo propio del juego, sino porque su mentalidad le impide entrar al campo pensando en condicional; Araujo nunca juega a un fútbol subjuntivo, sino siempre en presente y de forma afirmativa. Donde el juego de su equipo parece no llegar, lo hace el ímpetu y la competitividad de alguien que amenaza con entrar de lleno en el escudo de los azulgrana. El gol de Araujo, en el último suspiro y con el suspense que añade el VAR, es un recordatorio del fútbol al Barça diciéndole que los detalles nunca van en tu contra, sino que sencillamente están. Como el oxígeno.
Se dice que el fútbol es inexplicable. Y los entrenadores viven en una encrucijada permanente, porque deben explicar algo que, muchas veces, no tiene un argumentario lógico. Del punto A al punto C no siempre se llega desde la misma forma, y este deporte obliga a los técnicos a tomar decisiones al instante sin tener un manual delante. Xavi habló hace unos días de esos detalles que les habían condenado y alabó el rendimiento de su equipo en un Clásico de mínimos en el que el Barça marcó precisamente por el mismo motivo que marcó Bellingham su segundo gol: el rival falló. El error es imposible de disasociarlo de un buen rendimiento, y la sensación es que muchas veces el discurso de Xavi tiende a alejarlo de su diagnosis.
Fue entrar Pedri y el Barça volvió a respirar tranquilamente. A encontrarse el pulso cuando se notaba muerto. El canario es tan bueno que el fútbol se obzeca en alejarlo de los terrenos de juego el tiempo suficiente para que su retorno sepa lo mismo que una cerveza en verano; lo aleja del aficionado para volvérselo a acercar justo en el momento necesario. Xavi avisó: "Pedri nos va a cambiar la cara", y en las pocas pelotas que tocó ya demostró que, estando su equipo agobiado y nervioso, no hay mejor remedio para agarrar la pelota que la firme voluntad de tenerla por encima de cualquier otra cosa. Pedri la quiere. Y la quiere bien.
Al final, la semana del Barça se resume en discursos. Xavi se mostró satisfecho en una derrota y crítico en una victoria. ¿Será que ahora, ganar o perder, no importa? ¿Que cuando se gana se juega mal y cuando se pierde se juega bien? Los azulgrana están en un proceso de crecimiento tardío, son un adolescente que no ha acabado de pegar el estirón y mira con rabia a sus compañeros desde abajo. Es un adolescente enrabietado que gana mal y pierde bien, cuando querría hacer todo lo contrario. Porque si algo nos han enseñado es que el Barça, cuando gana, siempre lo hace bien. Con los mejores jugadores regresando al once, esto será mucho más sencillo.