El entrenador que sufrió la misma enfermedad que Morata: "Se me paralizaba la mandíbula, no podía hablar ni comer"
Hablamos con Manel Moya, a quien se le detectó una infección en el trigémino en 2003.
Cuando Manel Moya se disponía a hacer la charla a sus jugadores del Vilanova, un dolor en la mandíbula le paralizaba. "Sentía un latigazo, era un dolor muy, muy, muy fuerte", recuerda en Relevo. Lo que al principio eran unas "corrientes" esporádicas se volvieron cada vez más recurrentes. Pasó por varios médicos y consultas hasta que, un año después, le diagnosticaron una infección en el trigémino. Justamente lo mismo que padece Álvaro Morata.
Moya, que a día de hoy entrena en Montcada, apenas se perdió un partido de su Vilanova. Ocurrió en 2003, cuando tenía 42 años. Lo peor, explica, fue todo el proceso hasta que los médicos detectaron exactamente qué le sucedía. La operación era arriesgada por la complejidad del sistema nervioso del cerebro. Y porque pueden quedar algunas secuelas. Moya, más allá de hacerse revisiones periódicas y de haber sentido una ligera pérdida de reflejos, lleva una vida normal.
¿Cuándo empezó a sentir que algo no iba bien?
A mí se me paralizaba la mandíbula y no podía hablar, no podía comer... Te podía suceder de un momento a otro: te estabas afeitando y sentías un latigazo, corrientes muy fuertes dentro de la mandíbula. Es como si tuvieras al mismo tiempo dolor de colmillo, de cabeza, en los dientes, la oreja...
¿Cómo le afectaba en el día a día?
Antiguamente se le conocía como 'el dolor del suicida'. Mucha gente se acababa quitando la vida porque era un dolor muy agudo, muy fuerte. A mí me operaron de los ligamentos y no me tomé antiinflamatorios, cuando voy al dentista pido la mínima anestesia... Pero aquel dolor era insoportable. A mis jugadores les decía: un momento, un momento. Podía estar dos minutos sin hablar. No podía hablar y de repente se me iba. Eran dolores constantes y muy fuertes. Primero era más esporádico, luego fue algo constante. Llegué a darme cabezazos contra la pared.
En su caso, el problema era que no detectaban el problema
No me lo encontraban. Me hicieron muchas pruebas: en el otorrino, el maxilofacial... Tardaron mucho en encontrármelo. Fue por casualidad. Fui de urgencias a Mataró y tuve suerte, porque había ido mil veces. Justo aquel día me atendió un médico que me mandó a hacer una resonancia de la cabeza. Ahí finalmente me lo encontraron. Hasta entonces, me daban medicamentos muy fuertes pero que no me hacían efecto. Me inyectaban morfina para calmar el dolor pero ya no podía seguir así. Al final, todo fue gracias al médico de urgencias.
"Me inyectaban morfina para calmar el dolor, pero ya no podía seguir así"
Entrenador de fútbol¿Qué le dijeron?
Me dijeron que tenían una noticia buena y una mala. Me explicó que tenía un tumor en la cabeza, pero que si fuera malo ya habría muerto. Llevaba un año buscando la solución. Me contaron que tenía una infección. Se hizo una bola de grasa y fue aumentando. Se colocó en una zona vacía del cerebro y fue creciendo. Justo por ahí pasa el nervio trigémino que es el que va a la oreja, a la mandíbula y a la cabeza. Son tres ramificaciones, de ahí el nombre. No sé qué efectos debe de tener Morata, pero yo sentía corrientes que me paralizaban y de repente no podía hablar, no podía afeitarme... Me quedaba enganchado, era una descarga eléctrica. Sentía mucho dolor.
¿Cómo fue la operación?
Me operó en Bellvitge el doctor Aparicio, uno de los responsables de neurología. La intervención tiene algunos riesgos. Depende de cómo esté enganchado el nervio, te pueden tocar el nervio facial y que la boca te quede un poco torcida, quedarte para siempre con un ojo abierto o que te afecte al equilibrio, que es lo que me sucedió. Fue poquito, por suerte. Lo recuperé porque era joven. Es una operación complicada pero te puedes recuperar bien.
¿Y el proceso posoperatorio?
La operación fue bien, me dijeron que eran tres meses de recuperación y a los tres días ya fui a entrenar. Me intervinieron antes de Navidad y en enero, antes de retomar la liga, ya estaba dirigiendo. El día siguiente de la operación, a pesar de que durante unos días veía mal, doble, me fui solo del hospital, en tren, a mi casa. Al fin y al cabo depende de cada uno y de los nervios que te pueden tocar. No te lo pueden sacar todo.
¿Cómo lo lleva ahora, 20 años después?
Hago vida normal, no tengo ninguna secuela. Me hacen revisiones cada dos años porque es una zona sensible. Recuperé el equilibrio. Sí que es cierto que no tengo la misma agilidad reflexiva. No tengo esa capacidad de reacción rápida, lo siento cuando voy a jugar a pádel o a fútbol. Pero hago vida normal: trabajo, juego a fútbol... Siempre existe un cierto riesgo, pero si la operación va bien, no queda ninguna secuela.