REAL MADRID

El fútbol español despide a Miguel Ángel entre lágrimas de nostalgia: "Estuve más con él que con mi familia"

Compañeros del Gato de Orense recuerdan al portero: "Es una leyenda, creó escuela, pero yo ahora no pienso en el jugador, se me ha ido un amigo".

Miguel Ángel forma en un once de la temporada 1982-83. /ARCHIVO.
Miguel Ángel forma en un once de la temporada 1982-83. ARCHIVO.
Sergio Gómez

Sergio Gómez

"¡Ay, el Gato!". El lamento resbala por el teléfono en cada llamada. Hay apodos que son títulos nobiliarios y este martes el Real Madrid perdió uno de los más legendarios, Miguel Ángel, víctima de la ELA. No hay consuelo para las porterías. El gallego, tercer guardameta con más partidos de blanco (346) tras Casillas (725) y Buyo (454), marcó una época bajo los palos con un estilo felino de agilidad y reflejos, fue voz autorizada durante décadas en el vestuario y generó admiración por su honestidad a unos colores y su fidelidad a un club. De 1968 a 1986, aglutinó un palmarés de exposición (7 Ligas, 3 Copas de España, 2 Copa de la UEFA y 1 Copa de la Liga) pero fue algo más, uno de esos madridistas que deberían ser bordados junto al escudo.

Natural de Las Burgas (Ourense), llegó a La Fábrica con 19 años gracias a una habilidosa gestión de Miguel Malbo, el impulsor de la cantera de 1943 a 1993, que se adelantó al Celta y le arrebató a la leyenda. Cedido primero al Ourense una temporada (1966-67) y otra al Castellón, llegó a la primera plantilla del Real Madrid en la 1968-69. Por la competencia con Junquera y Betancort, y las fobias de Miguel Muñoz, atravesó dos años por un erial. Las cualidades de Miguel Ángel nunca le entraron por el ojo al entrenador. Con Molowny y Miljanic vio el cielo abierto y la titularidad.

En esa etapa ya convivía con él Mariano García Remón, que también llegó a compartir apodo, el Gato (de Odessa). Aterrizó en 1971 procedente del Oviedo y se instaló en el once con continuidad. Sin embargo, una lesión le dio las llaves a Miguel Ángel. Desde entonces se estableció una alternancia tan extraña como poca polémica. "Fueron muchos años juntos, hasta 15 (ambos se retiraron en 1986). Estuve más con él que con mi familia: viajes, entrenamientos, concentraciones, todo... Fue después de mi primer problema físico cuando llega todo aquello de los cambios en el once: sólo las lesiones nos quitan a él y a mí de la portería. Eso quedó en la historia y ahora una figura no se separa de la otra, nos asocian a ambos", declara a Relevo.

Miguel Ángel.
Miguel Ángel.

Ambos presentaban atributos similares. Eran porteros sin una gran envergadura que suplían la falta de centímetros con velocidad de piernas, potencia de salto y una capacidad de reacción extraordinaria: "Ahora se quiere un meta titular y otro que sirva como suplente; nosotros éramos dos primeros porteros. Nadie en el Madrid, ni el club ni la afición, reclamaron nunca la necesidad de fichar a un guardameta. Eso dice mucho. Teníamos características parecidas y los entrenadores decidían. Miguel Ángel era un jugador muy completo, rapidísimo, con muchos reflejos. Antes se jugaba menos con los pies, se estaba más bajo los palos. La reglamentación ha cambiado mucho la manera de jugar de un portero. Por eso antes había más actuaciones dentro de la portería y paradas tal vez más espectaculares".

Como la que dibujó el propio Miguel Ángel en el Mundial del 78 ante Austria. Whilhem Kreuz remató de volea con la zurda y el Gato de Orense voló hasta atrapar el balón con las dos manos. "Esa capacidad de blocar también la tenía, ya se ve poco", añade García Remón.

No se atisba en la conversación ningún indicio de rifirrafe ni enemistad en esa lucha por el puesto a guante partido. Sencillamente porque no los hubo. "Lo bueno que tuvimos, por nuestra personalidad y nuestro modo de ver un equipo, es que supimos aceptar nuestro rol cuando tocaba. Éramos muy parecidos y así debían vernos los entrenadores. Era lo que tocaba y lo llevamos bien. Eso fue lo que nos permitió mantenernos juntos 15 años con el máximo respeto y comprensión", dice antes de confesar: "Qué pena que en tanto tiempo no compartiéramos habitación en las concentraciones y los viajes. Parecía que los técnicos querían separar la figura de los dos porteros. Nunca tuvimos roces", sonríe con un punto de nostalgia.

Porque este martes se vistió de negro triste, melancólico: "En los últimos tiempos, Miguel Ángel estaba regular, pero no pensábamos que iba a ser todo tan rápido. Era un tío de carácter. Estar en un equipo como el Madrid, ante 100.000 personas, soportando la presión máxima, requiere eso. Pero yo ahora no pienso en el jugador, se me ha ido un amigo".

El gallego era un tipo con mucha ascendencia en el madridismo. Entre los que fueron sus colegas de vestuario y los que soñaron con serlo hasta conseguirlo. Como Míchel. Su mensaje en redes sociales condensa al deportista, pero también al hombre: "Adiós Gato. Al líder silencioso, al compañero de al lado, al hombre de confianza y del consejo medido sin reproches. En este día duro, recuerdo cómo contigo estábamos protegidos. Hasta en tu marcha has sido valiente y sensato. La paz que tenías te la llevas para siempre".

“Introducía a los nuevos en el grupo, era un capitán, capitán”

Miguel Ángel heredó el brazalete de capitán de Pirri y lo honró con compromiso y actos. Lo recuerda Miguel Ángel Portugal, que caminó con el portero cuatro temporadas (1979-83). Más allá de las propiedades futbolísticas, lo que caló en el exfutbolista y ahora entrenador fueron sus brazos abiertos, su puerta de par en par, su hombro para cualquier cosa: "El Gato era espléndido, de un trato muy agradable hacia los que llegaban nuevos al Real Madrid. Conmigo lo hizo también. Se ofrecía para todo, te introducía en el grupo; ejercía de capitán, capitán. Era un compañero excelente y un portero de antología".

Portugal no puede ponerle diques a su tristeza. "¡Ay, el Gato!", repite en varios momentos. "Es que El Gato era especial, tenía unas connotaciones particulares. Sacaba el carácter cuando lo tenía que sacar. Por ejemplo, chocó con Boskov. Pero recuerdo esos años de alternancia con Mariano García Remón en la portería... ¡Buenísima armonía! Luego llegó Agustín y convivieron los tres a la perfección. No voy a descubrir nada si digo que era un portero de leyenda. No era muy alto pero todo lo suplía con una agilidad tremenda, una ardilla. Nos quedábamos a tirarle faltas sin barrera y ¡lo que paraba! Pero si por algo lo recordaremos los que tuvimos la fortuna de conocerle es por entregarse en la integración de todos en un club como el Real Madrid. Creó escuela en lo suyo pero nos marcó en lo importante, en lo buen hombre que era".