OPINIÓN

De tanto repetir la palabra 'autocrítica', el Barça se ha olvidado de cómo hacerla

De tanto repetir la palabra 'autocrítica', el Barça se ha olvidado de cómo hacerla

El Barça se ha abonado a la infelicidad. A los inviernos sin calefacción y los veranos bajo el sol. A levantarse a las cinco de la mañana y hacer tres horas de bus. A repetirse a sí mismo una historia que ya nadie cree, pero que sigue siendo lo único que mantiene ya no la ilusión, sino la posibilidad de que esta nazca en algún momento. El equipo ha caído en un estado de ingravidez y apatía totales de tal forma que los buenos minutos son, en el mejor de los casos, correctos, y los peores, cuando no terroríficos, son decisivos en su contra. Es un equipo que se hace de menos a sí mismo y hace enorme al rival. Las debilidades propias parecen insalvables y las virtudes del rival, inagotables. Es dificilísimo jugar 90 minutos en un equilibrio que requiere que el contrario nunca te ponga en aprietos porque si lo hace no habrá respuesta.

Las señales que ofrece un equipo para saber en qué punto está suelen estar casi siempre en la gestión de la adversidad. En cómo se levanta el equipo tras recibir el mazazo. El lenguaje corporal de los futbolistas del Barça es revelador, porque en esa forma de entender la derrota y el error está todo: jugadores que no levantan la cabeza, una triste aceptación de esta realidad como inalterable, como si en realidad fuese lo que toca, aceptando la mediocridad y el hastío con naturalidad. El jugador no se revela porque no sabe qué les pasa.

Xavi anunció que se marchaba porque el equipo necesitaba un cambio. Y dijo que regresaba porque ya lo había notado. Veía ilusión. El problema fue lo que el club siempre ha denunciado: fiarlo todo a la Champions. Después de París, el trance se apoderó de la institución y todo el mundo olvidó que el mejor termómetro para medir cualquier proyecto es el juego, el día a día, los resultados. Xavi vio en París algo que no se ha visto después, y lo doloroso es que este FC Barcelona tiene mucho más de lo visto ante el Girona que de lo visto ante el PSG.

Gündogan ya radiografió los problemas del Barça en octubre. Ante la adversidad, la respuesta siempre flaqueaba porque durante meses, en rueda de prensa se ha hablado más de errores puntuales que de juego, más de estados de ánimo que de soluciones futbolísticas. Entre todos hemos apelado a lo esotérico para que el Barça juegue bien, y lo más triste es que el principal motivo que esgrime Xavi para el buen juego de su equipo es, precisamente, el anuncio de su marcha. El Barça no necesita liberarse, a lo sumo reencontrarse. Y para eso hay que analizar. Ver. Entender. Hace tiempo que casi nadie entiende nada. Roberto dijo tras el encuentro que no merecieron perder el partido, haciendo evidente que el discurso de Xavi ha calado en el vestuario. No hay margen para la autocrítica porque el Barça cuando pierde siempre se dice a sí mismo que ha sido mejor que el rival.

De tanto repetir la palabra "autocrítica", el Barça ha olvidado cómo hacerla. Se habla de proyecto para convencerse de algo que no existe, poniendo a los chavales como ejemplo de algo colectivo que, en realidad, no es más que la expresión de talentos superiores. Lo cierto es que el equipo juega y compite mal y que el discurso no coincide con el diagnóstico que ofrece el juego, que no es otro que el de un Barça perdido en sus propias palabras, incapaz de reconocer los errores puntuales de los que son estructurales. El Girona ha puesto un espejo doloroso al Barça porque le ha enseñado el significado de la palabra proyecto, que no es otra que la que te dice que cuando ganes sabes el motivo y cuando pierdes siempre te quedará algo a lo que agarrarte para volverlo a intentar.