OPINIÓN

Lamine Yamal y Cubarsí son las Bolas de Dragón de este Barça

Lamine Yamal ante el Mallorca. /AFP
Lamine Yamal ante el Mallorca. AFP

El partido explotó con un disparo a la escuadra de Lamine Yamal, un gesto tan sedoso como lúcido, tan potente como frágil, y se cerró, con el pitido final, tras un rechace de Pau Cubarsí, que convirtió el área del Barça en su parque, transformando al gigantón Muriqi en parte del decorado, algo insólito para quien debería estar durmiendo a esta hora de la noche. Reclamo el derecho a enamorarnos aún cuando apenas conocemos a la otra persona, a un cosquilleo prematuro e inocente que es, pese a quien le pese, la fuente de toda belleza en esta vida.

Siempre suelo pensar en por qué nos gusta lo que nos gusta. En el caso de los jugadores, es evidente que hay varios componentes que entran en juego. El emocional, el estético o aquel que nace de la duda, casi por sorpresa, cuando te encuentras bancando a un jugador sin saber por qué al igual que tarareas una canción hasta desgastarla. Los futbolistas son canciones con el hándicap de que envejecen muy rápido, tanto que a veces uno trata de no enamorarse para no desprenderse demasiado pronto del objeto deseado. Confieso, con un poco de miedo, que Cubarsí y Lamine Yamal son dos hits a los que ya visualizo como dos de mis bandas sonoras favoritas de siempre. En ellos se junta todo.

Cubarsí es la prueba viviente de que la veteranía no es un grado, sino una virtud que se puede llevar dentro. Los centrales alcanzan su madurez una vez han disputado mil batallas, siendo durante su adolescencia poco menos que bancos de pruebas. Cubarsí ha irrumpido con una energía desbordante, defendiendo como lo hacen los maestros siendo un pipiolo. Convencido que en sus ratos libres Cubarsí le hace la declaración de la renta a sus padres y se sabe para qué sirve el modelo 037. Su sabiduría, que es insultante para un chaval, tiene la fuerza suficiente para secar a delanteros que le sacan 20 kilos y varios centímetros y años de vida profesional. Su aparición tiene tintes divinos porque ante el páramo absoluto que es este Barça, su tacto y liderazgo permiten que el culer sueñe y no solo sufra.

¿Qué hay en Lamine Yamal que absorba tantas miradas? Su superioridad estética es evidente. Es un adolescente que todavía lleva aparatos y sonríe de la misma forma que todos los chavales de 16 años a los que las clases se le hacen largas y monótonas. Lo suyo es el patio, ese espacio donde su talento y genio pone las reglas y las leyes escritas desaparecen para que sea su talento el que marque la diferencia. Está reservado para los mejores, los elegidos, el poder de rescatar a sus equipos de la mediocridad. Los compañeros han pasado de mirarlo como a al alumno recién llegado que todavía no tenía ningún derecho garantizado, a hacerlo como al profesor de repaso el día antes del examen. Es todo urgencia cuando recibe, todo prisa y unas mariposas en el estómago que evocan algo muy grande que todavía está por definirse.

Hoy que el dibujante de Bola de Dragón (Akira Toriyama) ha fallecido, es un buen tributo el hecho de ver en Cubarsí y Lamine una suerte de dibujos animados, chicos que todavía deben ver a escondidas en el vestuario las peripecias de Goku sin darse cuenta que las bolas de dragón las tienen ellos. Que el adjetivo se nos agotará antes que su talento y el futuro, siempre incierto, está por conquistar.