Un viaje al barrio de Lamine Yamal: "Ahora los vecinos me preguntan cómo pueden entrar sus hijos al Barça"
Recorremos Rocafonda, el barrio de Mataró que le vio crecer.

Cuando Xavi regresó de Catar fue a cenar con su círculo más íntimo. La conversación de sobremesa, como no podía ser de otra forma, derivó hacia el fútbol. El entrenador, que no pierde detalle del fútbol base blaugrana, sacó a relucir el nombre de Lamine Yamal. "Si le cuidamos, llegará al primer equipo", prometió. Por aquel entonces, el canterano, ajeno a un futuro inevitable, peloteaba en la pista del barrio de Rocafonda, en Mataró. Las calles que le vieron crecer le han convertido ahora en un ídolo, en un referente. Y España ya le disfruta con la Selección. Contra Georgia debutó y marcó; anoche, ante Chipre, no fue goleador pero sí referencia.
Son las ocho de la mañana y Abdul sube la persiana de su panadería. El tío de Lamine lleva 30 años viviendo en Catalunya y se prepara para otro domingo con fútbol de fondo en Rocafonda. Su local está en frente del campo del equipo del barrio. Vende de todo: pan, patatas, croissants, chuches, pizzas... En el rótulo del local aparece Lamine. Dentro, otra referencia para el sobrino. Encima de las Pringles y debajo de los zumos, la imagen de Yamal debutando con el primer equipo, el abrazo con Gavi justo antes de saltar al Camp Nou.
"El chico va haciendo", comenta Abdul. Habla con naturalidad, todavía incapaz de calibrar el tsunami que su sobrino está generando. En el barrio, sin embargo, todo sigue prácticamente igual. Abdul sigue levantándose cuando el sol todavía bosteza para ir trabajar. "Ahora muchos vecinos me piden la camiseta de Lamine y otros me preguntan cómo pueden entrar sus hijos al Barça", explica. En la panadería guarda dos tesoros: una camiseta de Lamine con el dorsal '10' que usó con la Selección Sub-17 y otra blaugrana con el '27'. Las muestra con orgullo. Ahora deberá hacer hueco para la de su debut con la Absoluta.
De casa a la cancha y de la cancha a casa
Rocafonda es un barrio obrero y futbolero. Se ven camisetas del Barça, pero también del Madrid, del Olympique de Marsella o del Borussia Dortmund. Tampoco faltan los chándales del Paris Saint-Germain. Lamine no llegó a jugar en el club de su barrio. Jugó en La Torreta, cerca de Granollers. Un año allí le bastó para fichar por el Barcelona. Donde pasaba más horas era en la pista pegada al campo del Rocafonda. "Iba de casa a la cancha y de la cancha a casa", recuerda Moha, su primo.

"El Barça está arruinao", afirma un hombre con la segunda equipación del club sentado en el bar de la cancha. Todavía no son las doce, esa hora fronteriza entre el café con leche y el vermú, y la mesa está inundada de botellines. Desde fuera del campo llega un aroma a marihuana en el que nadie repara. A escasos metros, los colegas de Lamine pasan la mañana charlando mientras el cadete del Rocafonda juega un amistoso. El aspecto de los chicos no encubre su edad: acaban de terminar la ESO. Musa, uno de sus colegas, se pasaba tardes enteras peloteando con él. El fútbol tampoco se le da mal. Ha pasado por el Espanyol, la Damm y ahora juega en el Sant Andreu. Todavía es juvenil. Todavía baja a jugar con el resto de amigos a la pista. "Bajas y siempre te encuentras a alguien", dice.
"El regate y el desequilibrio lo ha aprendido aquí, en la calle"
Primo de LamineMoha, que también ejerce como chófer de Lamine, a sus 28 años ya le queda un poco más lejos aquella etapa. Pero no esconde que los domingos por la tarde a veces se une a los torneos improvisados que surgen. La cancha, como todo el barrio, está bañada del 304, el número que representa el código postal de Rocafonda y con el que Lamine celebra muchos de sus goles. "Ha aprendido a jugar a fútbol en La Masia, pero el regate y el desequilibrio lo aprendió aquí, en la calle", cuenta Moha. "Se está perdiendo el regate", lamenta.
A sus 16 años, Lamine sigue viviendo en La Masia. Igual que hicieron Ansu Fati o Gavi hasta cumplir los 18. "Sus compañeros lo viven con naturalidad, es uno más", cuentan desde dentro. Cuando los horarios del fin de semana se lo permiten, Lamine se escapa hasta su barrio para ver la familia. Moha se encarga de que el lunes por la mañana su primo esté en la ciudad deportiva. De camino, la música, como tiene que ser, la elige el copiloto. Raro es el día que Lamine no llega entre media y una hora antes al entrenamiento. Como todo niño, sólo tiene ojos para el balón.
Moha también es su mentor. Lamine es de los que tiende a pararse a firmar autógrafos y hacerse fotos a la entrada y salida de las sesiones. "Tú también les pedías fotos a Suárez o a Neymar", le recuerda su primo. Aún no son del todo conscientes, pero en la familia todo ha cambiado, les protege una capa de humildad que les envuelve. Los partidos de Lamine los siguen viendo todos juntos, sea en casa, en la panadería de Abdul o en algún bar del barrio. Hay detalles que evidencian que el niño es ya una estrella. "Ahora ya no podemos ir a la bolera", cuenta Moha.
Más partidos de fútbol siete que de fútbol once
Justo un año después de debutar con el Juvenil A en la Youth League, Lamine vistió por primera vez la camiseta de La Roja. Es uno de los datos que demuestra la absurdez hacia la que se está proyectando, convirtiendo récords históricos en nimiedades. Un chico que, según cuenta el periodista Jaume Marcet, ha disputado más partidos en campos de fútbol siete que en los de fútbol once. Qué esperar de un chico que debutó antes con el primer equipo que con el filial. O que ha marcado antes con la Selección que con su equipo. O que en su segundo partido con La Roja ya fue guía.
España goleó con hijos de migrantes sobre el campo, como Lamine o Nico Williams, y también con jugadores nacidos en el extranjero, como Laporte o Le Normand. La Selección también recibe los beneficios de la migración. En Rocafonda menos de la mitad de la población nació en Catalunya. El pequeño de los Yamal es inspiración para decenas de niños del barrio que crecen en situaciones límite.

Lamine es algo inevitable, un talento imposible de esconder a ojos del mundo. Xavi quería ir poco a poco con él, pero Yamal eleva cada semana todavía más el reto. El chico sigue viviendo entre la burbuja de La Masia y el orgullo de un barrio que le enaltece y le recuerda de dónde ha salido. 304. Lamine, el chico al que el fútbol profesional le quitó horas de pelota en la calle pero al que su juego le sigue enraizando a la pista que le vio crecer.
El futuro de Lamine es un secreto guardado bajo llave. Una llave que se ha tirado al océano. Es también el vértigo de saber que en 2030 cumplirá los 23. Sobre él se cierne un torbellino de expectativas que no llega al barrio. No es que Lamine tenga prisa, es que el fútbol todavía no está preparado para él. Todavía no sabe qué obstáculos ponerle. Con el infinito por delante, en su familia explican su irrupción con sencillez. "Dios le ha dado un don y él lo ha trabajado", cierra Moha.