El Clásico, entre el polvorín y un polvorón

Los Clásicos, se jueguen cuando se jueguen, marcan el paso. Y éste, por supuesto, no será menos. Una victoria del Madrid resucitaría los fantasmas del Barça. Ya saben, que lo del Bayern fue un espejismo y que todo es muy bonito hasta que llega la primera curva seria. Y un triunfo del Barça acentuaría alguna que otra tensión interna del Madrid que permanece latente y que sólo los resultados tapan. Gane quien gane, los focos siempre apuntarán a la derrota. Por eso, si les dieran a elegir, todos firmarían ahora mismo tablas y a otra cosa. Salir vivos del Bernabéu es el gran objetivo a estas alturas de la temporada.
El Madrid está bastante lejos de donde pretende y está obligado a situarse. Nada nuevo cuando aún apuramos octubre y él siempre florece en primavera. Sin embargo, más allá de las matemáticas, lo que le inquieta de verdad son las sensaciones. Estos meses, con la Decimoquinta en la vitrina y Mbappé en la buchaca, más de uno ha confundido cuál fue la clave del éxito y se ha envalentonado ahí dentro, varias relaciones se han tensado por celos y desconfianzas, y la jefatura del técnico, con tanto ajetreo y roles confundidos, ha empezado a mostrar sus primeras grietas. Son las típicas consecuencias de cuando uno tiene la tripa llena, la jerarquía se diluye y los códigos de vestuario se destensan.
Florentino está mosca porque considera que no se puede jugar peor con una plantilla tan buena. Y lejos de esconderlo, se preocupa en airearlo para que llegue a quien debe. Este sábado quiere ver ya otra cosa. El entrenador, por su parte, anda agitado porque le llegan esos quejíos desde arriba y, sobre todo, por tres motivos básicos que hasta hace nada no existían: haciendo autocrítica, sabe que no está dando con la tecla; no le gustan ciertas filtraciones de datos, planes y onces que hacen un flaco favor a la plantilla; y, más que nada, palpa que hay algún avispado que, siempre que aparecen las dudas, se apresura a explicarle a los jefes que el problema se centra única y exclusivamente en la pizarra.
Por no hablar del sentir de los jugadores: con tanta sobreactuación alrededor reciben más órdenes que de costumbre, desde fuentes muy diversas y, lo peor de todo, en ocasiones con mensajes contradictorios entre lo que piensa uno y verbaliza el otro. Hoy opina hasta cualquier recién llegado de cómo debe recibir Tchouameni o de qué manera tiene que guardar la línea Rüdiger. Y así hay riesgos de que, en noches que se tuercen como ante el Alavés, Celta o Dortmund, la caseta parezca El Camarote de los Hermanos Marx.
Vinicius José Paixão de Oliveira Júnior.
Fútbol en Movistar Plus+ (@MovistarFutbol) October 22, 2024
𝐔𝐧𝐚 𝐟𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐢𝐧𝐚𝐠𝐨𝐭𝐚𝐛𝐥𝐞 𝐝𝐞 𝐦𝐚𝐠𝐢𝐚. ⚽️⭐️@vinijr #UCL #LaCasaDelFútbol pic.twitter.com/ecTPTR7RH3
Menos mal que está Vinicius y, entre dimes y diretes, los goles maquillan todo rumbo al Balón de Oro. El fútbol es así. Igual que el martes había una sensación generalizada de que esta semana había demasiado en juego, con las tensiones que ello acarrea, la nueva remontada de Champions ha permitido que se afronte la visita del Barça con algo más de aire y con algún temor menos. Ni siquiera la lesión de Rodrygo se vio como un drama, ya que, una vez interiorizado que en el Clásico se sufrirá sin balón, jugar con cuatro medios puros y no un tridente arriba es la mejor de las noticias. Por muy conservadoras que sean. La caída de Courtois sí que hizo más pupa porque, quién lo iba a decir hace nada, hoy se respeta al Barça como si el 10, en vez de lucirlo Ansu Fati, siguiera siendo propiedad de Leo Messi. La culpa de todo la tienen Raphinha, Lewandowski y Yamal.
El Madrid afronta la visita de su eterno enemigo como quien se come un polvorón en pleno agosto en la orilla de la playa. Todo el mundo da por descontado en Valdebebas que será un partido de digestión más bien lenta y que es una noche para remangarse y no para egoísmos o florituras. El equipo de Flick muerde y enseña las uñas. Si por algo suplican en la capital es porque la línea tan adelantada que ahora tiene a Cubarsí en mediocampo siga firme, para que así Vinicius y Mbappé puedan mostrar en estampidas su galope. O que al técnico alemán le dé un ataque de entrenador como esos que tenía Cruyff cuando llegaba a Madrid. Puestos a elegir, incluso que siente a Raphinha para darle aire, el gran temor, o que le devuelvan a la banda para que no le busque las cosquillas a los mediocentros entre líneas. Pero no hay mucha fe en que nada de eso ocurra. Nuri Sahin, que cambió el paso el martes con 0-2 y mutó la eficaz línea de cuatro en una defensa torpe de cinco, sólo hay uno. Él solito mató psicológicamente al Borussia y envalentonó a su exequipo.
Contra todo pronóstico, sobre todo el mío, que sobrestimaba a los de blanco viendo el álbum de cromos e infravaloré a los blaugrana influenciado por el sainete institucional, el Madrid se juega mucho más que el Barça en este duelo. En concreto, que no estalle el polvorín antes de este Lunes de Gloria ni se atragante con el polvorón.