El tic tac de Mbappé gusta, lo del escudo del Atleti cansa

El asunto del cambio de escudo del Atleti resulta cansino para algunos aficionados al fútbol. En los tiempos actuales entretiene más el tic tac de Mbappé, lo de que Messi hubiese llegado al Barça o la lluvia de millones que ofertan a los jugadores de LaLiga desde Arabia. Suelen ser los mismos que, por ejemplo, siguen llamando Wanda, a secas, al Metropolitano y no Spotify, a secas, al Camp Nou. Me imagino, inspirado en los libros de Saramago de los Ensayos sobre la Ceguera y la Lucidez, cómo sería un fútbol en el que, por ejemplo, los aficionados dejaran de ir a los estadios.
No encenderían sus móviles o televisiones para ver los partidos. No se venderían camisetas; tampoco, por consiguiente, se acometerían fichajes. Tampoco existiría humo. Nos quedaríamos con la nada más insignificante porque, algún día, alguien decidió, erróneamente, que en este negocio se podía ir recortando, en pos del beneficio económico y temporada tras temporada, la razón de ser de todo esto: la ilusión de l@s que lo sustentan.
Seis años después de que los dueños del club rojiblanco cambiaran el escudo sin consultar la opinión de sus socios, los aficionados del Atlético de Madrid han demostrado que no toda decisión legal realmente resulta legítima. El club colchonero ha seguido los pasos de lo ocurrido en Zaragoza, entre 2008 y 2011, que reculó también con el cambio de escudo después de que Agapito convocase un referéndum, en plena campaña de renovación de abonos, para regresar al escudo anterior.
Todos, dirigentes y aficionados, se abrazan al romanticismo, pero ninguno es tonto, aunque a veces se lo hagan: los primeros son capaces de rectificar cuando asoman pérdidas económicas y los segundos, dejar de pagar cuando sienten que la tomadura de pelo es infinita. Por eso, como dice mi compañero Walter Zimmermann, el tema del escudo se ha convertido en la mejor campaña de marketing. No ha hecho falta ni spot. El Atlético de Madrid ha vendido una consulta democrática para rectificar una decisión empresarial equivocada con el fin de recuperar el 'fichaje' más importante, el de su propia masa social. Como le gusta decir a mi amigo Fermín Elizari: "Esto se estudiará en las Universidades".
Algunos aún creen que esto del emblema sólo interesa a los aficionados del Atlético de Madrid. "Es sólo un escudo", argumentan sobre el antiguo emblema que lucirá el equipo rojiblanco a partir de la 2024-25. Como al que se le ocurrió en su día poner un partido a las 22:00 horas entre diario. "Es sólo un partido", decían antes y lamentan ahora sin posibilidad de cambio. O cuando los Lim, Piterman, Al-Thani, Ali Syed y demás venían a salvar económicamente al Valencia, Alavés, Málaga o Racing: "Ahora nos irá mucho mejor", soñaban antes y maldicen ahora. O cuando se han ido cargando, poco a poco, los míticos torneos veraniegos de nuestro país por giras norteamericanas y mundiales, cada vez más lejos de sus aficionados en España. "Con las giras, podremos fichar más", argumentaban antes y ahora alegan la imposibilidad de luchar contra los clubes Estado, a la par que apuestan por una Superliga.
En Valladolid, por ejemplo, piensan ahora que a lo mejor se puede hacer algo más que rechistar cuando te cambian el escudo. Lo vimos con los hinchas del Cardiff, cuando obligaron al magnate malasio Vicent Tant a regresar al color azul en su camiseta, tres años después de que lo cambiara por un rojo que nadie aceptó. "El mejor jugador no es siempre la mejor compra", confesaba a Matteo Moretto el exsecretario técnico del Atlético de Madrid, Luis Rodríguez Ardila. Parafraseando esta idea, el mejor verano no es siempre el que tu equipo hace más fichajes, ni la mejor vida es la que disfrutas de más dinero. Tampoco el mejor equipo es el que más veces gana. Esa realidad, la de imponer unos mínimos principios dentro de este negocio, es la que eligió la afición del Atlético: "El corazón tiene razones que la razón no entiende". Aunque sus propios dirigentes se guarden el comodín del "con todo lo que vamos a gastar con el cambio de escudo, ficharemos menos". Pero esto no iba sobre fichajes sino de sentimientos...