Los negacionistas se pasan al 'Caso Negreira'

No es algo nuevo. Pasó, pasa y pasará. Lo vivió en sus carnes Galileo, lo presenciamos en los orígenes de aquellos "cuatro gatos" que luego dispararon VOX y lo sufrimos hace nada con el Covid. Por poner simplemente unos cuantos ejemplos. El negacionismo, en su versión más light o en su rama más radical, independientemente de ideologías, siempre está presente en la sociedad. Por convicción o simplemente por no seguir la corriente a la mayoría.
El Caso Negreira que ha agitado al mundo del fútbol español, hasta ponerle en la diana, no iba a ser menos. Da igual que los trapicheos los destapara una emisora catalana, que el sumario no deje títere con cabeza, que Anticorrupción se esté remangando, que el principal protagonista haya reconocido los hechos y que el silencio del Barça produzca un ruido insoportable. A estas horas hay quien aún piensa que los Reyes son los padres. No hablamos de presunción de inocencia. Nos referimos a una fanática esclavitud a los colores.
Ahora cobra todo el sentido del mundo aquella recomendación que me hizo una buena tarde un aspirante a entrenador en categorías inferiores. Para bajar a tierra el manido concepto de "la mejor defensa es un buen ataque", se refugiaba ante mi asombro y el del resto del vestuario en las relaciones personales. El fútbol y la vida siempre van de la mano. Fue su mejor atajo para que un grupo de chiquillos entendiéramos de forma práctica qué es lo que en realidad quería transmitirnos Cruyff.
Mi formador venía a explicar -medio broma medio en serio- que si un día tu pareja te pillaba o sorprendía en un renuncio nada edificante, inmediatamente después, sin reparar a quién acompañaba la razón, y sin por supuesto entonar el mea culpa, lo más eficaz era responder a toda mecha. El plan debía ser entrenado a conciencia y, en él, la clave era reaccionar con algún secreto que hubieras descubierto de ella para dejarle fuera de juego. Aunque se hubiera producido hace tiempo, estuviera rebuscado o incluso hubiera que inventarlo. "¿Lo entendéis?", repetía dando manotazos a la pizarra. Supongo, y espero, que esta teoría no esté incluida en el curso de entrenadores.
Un ejemplo de lo que quería inculcar para que nuestro equipo siempre fuera dominador: "¿Que si te he engañado, cariño? Cómo te atreves... Pues… yo vi tu móvil hace unos días y he preferido hacerme el loco con lo que encontré y no liarla porque te quiero demasiado...". La estrategia, trilera y pueril, decía que pocas veces falla, demostrando, entre otras cosas, que hasta la teoría de la conspiración más irracional funciona porque todos tenemos muertos en el armario. ¿Que el Barça ha pagado dinero para influir en los árbitros? Pues el Madrid lo lleva haciendo desde la época de Franco. Y quien intente demostrar otra cosa o publique algo que no vaya en esta línea, será rápidamente demandado. Y chimpún. Un despeje al área contraria en toda regla.
Ríanse si quieren. Pero la realidad es un tortazo. Miren la mayoría de medios de comunicación de aquí y allá. A falta de hacer un análisis exhaustivo del sumario, quien sea el afortunado de tenerlo, a muchos compañeros de gremio les basta con los pedazos que el personal va filtrando intencionadamente o con extraer algún que otro párrafo aleatorio, obviando a propósito el resto del contexto, para señalar o proteger a quien convenga. Hay una lucha fratricida para defender al Barça o hundirlo y dejar nuestras pasiones, filias y fobias a salvo.
Cuando salió el caso a la luz hubo algunas portadas que hablaban exclusivamente del 4-3-3 y, lo peor, colegas que decían sin ruborizarse "esto sólo importa en Madrid". Como si las sedes de la UEFA y de la FIFA, que tienen ahora mismo las manos en la cabeza, estuvieran en Buitrago del Lozoya. Y también hubo otras que pretendían confundir a la opinión pública y hacían entender que, ya que el río baja revuelto, Messi, Iniesta, Xavi y compañía debían pedir perdón públicamente por aquel fútbol de seda en esa época turbia.
No sé cómo acabará este entuerto. Pero al menos, con el paso de los días, voy teniendo algunas cosas claras. Una: la justicia debe llegar hasta el final pase lo que pase. Dos: convendría seguir contando lo que sucede y está confirmado, y no lo que nos gustaría que pasara. Tres: me encantaría recibir una demanda en mi buzón porque eso querrá decir que tengo una exclusiva de este caso que busco y no encuentro. Y por último, y por encima de todo: ya sé por qué mi entrenador de hace 25 años, que hacía de ayudante, no ejerce actualmente en ningún equipo y ahora creo que anda divorciado.