OPINIÓN

Barça, no hay nada peor que la mediocridad disfrazada

Xavi Hernández con gesto serio en el Santiago Bernabéu./AFP
Xavi Hernández con gesto serio en el Santiago Bernabéu. AFP

Nos hemos despertado y tenemos resaca. Una descomunal. Miramos a nuestro alrededor con la urgencia de quien todavía espera observar lo mismo que vio cuando cerró los ojos, como si nada hubiese cambiado. Pero el panorama es desolador. Vasos, copas y platos esparcidos por el suelo como señal de una decadencia que no supimos anticipar. No hay nada más triste que la imagen de un piso después de una noche de fiesta. Atrás queda un título de Liga y una Supercopa que venían a suponer algo mucho más profundo que golpes en el pecho. Eran el primer paso hacia algo nuevo. Algo mejor.

"Si no gano títulos, me iré". Antes de que Xavi anunciase que se marchaba en junio, que esa era la mejor decisión posible para el club, el técnico repitió como mantra esa frase que ataba el hecho de ganar con su continuidad. "Si no hubiese ganado Liga y Supercopa no estaría aquí", llegó a decir para defender su legado. No es que piense que el Barça no deba ganar, pero permitidme que ponga en duda que esta sea la (única) vara de medir de un equipo que, según el mismo Xavi, está en construcción. Cuando te asomas a las obras no pretendes ver el edificio impoluto al día siguiente, no esperas ver un techo sin que debajo haya nada que lo sustente, sino que te conformas con ver pequeñas mejoras. Un camino. Ladrillo, cemento, pared. La exigencia no era solo ganar, que al final todo es analizable, sino sobre todo afianzar el camino para estar en disposición de ganar. Xavi continuará finalmente con el reto.

El principal problema de fondo siempre ha sido el discurso de histeria colectiva, de hablar de títulos y de finales a la par que de futuro y construcción. El pasado curso, LaLiga legitimó las palancas porque el club necesitaba ganar y generar ilusión, que la gente volviese a ver al Barça como un activo ganador. "Estamos por encima de las expectativas", dijo Xavi en enero al referirse a los objetivos de la anterior temporada, que era ganar un título, y terminaron ganando dos. ¿Cómo se gestionan las expectativas? ¿Qué hace uno cuando gana? Volver a ganar, que diría Luis Aragonés. Pero para ello, el camino más sensato es elegir el que te acerque al objetivo, que en el Barça siempre ha sido el juego. De repente, en el discurso colectivo solo importaron las áreas. Se habló de errores individuales (que siempre se entrenaban), de efectividad y ocasiones para terminar evadiendo el núcleo. Hablar sin decir el verbo. Jugar. El gran problema del FC Barcelona es que en sus derrotas casi nunca se ha hablado de por qué sucedían más allá de los bordes (un día el error, al otro una ocasión fallada), lo que ha terminado por confundir al aficionado. ¿Si la casa no se levanta, es por los fundamentos o porque hay una ventana más grande que la otra?

Cuando se ganó LaLiga, el alivio fue generalizado. La sensación fue de redención, de un cansancio tremendo por algo que, desde el propio club, se consideró una gesta ante un rival superior. Importó la victoria, la solidaridad, el sacrificio y la atención. No por ello lo que uno evoca cuando piensa en ese título sean el sprint de todos los jugadores ante el Betis para recuperar en defensa (¿Habéis visto cómo corren?) y el gol de Kessié en el descuento para certificar el título de Liga. Pero hay poco juego, poco fútbol en esa Liga. Todo aficionado coincidía que el siguiente paso, más allá de tratar de volver a ganar, era hacer que el siguiente recuerdo que se generase fuese gracias al juego y no al sacrificio.

 Mientras que Laporta avisaba a modo de lema fundador que "perder tendría consecuencias", el Barça ha perdido mucho más que partidos, porque salvo el orgullo paternal de quien ve como La Masia se impone, el equipo ha terminado por ser irreconocible. El problema fue decir que perder sería inadmisible sin antes señalar que en el Barça lo inadmisible no es tanto perder como ser vulgar. Por eso el culer se identificó como la mejor de las victorias ante el Chelsea en 2012 y huyó de la autocomplacencia con triunfos que tenían más de circunstancial que de definitivo. No hay nada peor que la mediocridad disfrazada y el Barça debe volver a hablar del proceso en vez del resultado.

Entre todos hemos ido normalizando que un entrenador diga que se va en enero y atribuya su mensaje a una mejoría que nunca fue tal mientras un jugador (Lewandowski) dice que desde que saben que su entrenador se va en junio, entrenan con más intensidad. Todo para ver brotes verdes basados en una mayor concentración y atención al detalle, algo que debería ser fundacional en cualquier club. ¿Pero y el juego? Los motivos que Xavi esgrimió en su mensaje de despedida me parecieron coherentes, quizás el timing era sorprendente, pero cortaba con algo que parecía no ir a ningún sitio y le daba tiempo a la directiva para empezar a buscar otras opciones. Pero esta siempre se mantuvo firme en su intención de que Xavi siguiese y el club avanzó durante semanas con un técnico que dijo que se iba porque el cargo era cruel y un club que no se movía en su decisión de que este entrenador siguiese. Ahora, ya conocemos el desenlace final: Xavi cumplirá su contrato.

El Barça es un club que se nutre de sus propias creencias, mitos e historia. Pocas instituciones son tan autoreferenciales y poseen una carga simbólica tan grande como este, capaz de fabricar noches mágicas y momentos icónicos sin títulos de por medio. Es un poder redentor. Y convendría recordar, ahora que el club se encuentra en un punto delicado, que al final todo se reduce al verbo germinal que ahora, por cuestiones ajenas, parece no saber conjugarse: jugar.