Un pepinazo de Mbappé y el papelón de González Fuertes dejan LaLiga en una cosa de dos

El Real Madrid es un deporte aparte. Esta noche de marzo en el Bernabéu no despertó ni por una arenga ni por un resultado: lo hizo por una pedida de mano. Llegó en el descanso, mientras el público merengue silbaba a los suyos tímidamente, perdiendo 1-2 contra el Leganés. Un buen hombre, instado por una acción del club blanco con Fly Emirates, le rogó matrimonio a su mujer en el entretiempo de un partido del equipo de su vida. La mujer aceptó y las pantallas del nuevo estadio filmaron los besos, justo antes de que se pusiera el anillo el Real Madrid.

A la vuelta de vestuarios fueron otros. Un conjunto distinto, enérgico, con ganas de agarrar el embrollo por el pescuezo. Bellingham, el más gallo del vestuario, fue el que tomó el timón. Empató raudo, lanzándose con todo tras un rechace al poste, y le sirvió el ataque a Kylian Mbappé, que dictó sentencia a un buen lío con un lanzamiento de falta a lo David Beckham. El Leganés puso todo de su parte para llevarse un punto del Bernabéu, pero González Fuertes hizo todo lo contrario, protagonizando otra actuación arbitral calamitosa.

Respira el Madrid y se envalentona el cuadro pepinero, en sus luchas por los títulos y la permanencia.

Los mejores futbolistas del mundo son los que siguen marcando goles cuando no están nada bien. Kylian Mbappé lo hizo, en un inicio de curso escarpado con el Real Madrid. Imaginen cómo estará ahora, que la vida le sonríe una jornada sí y la otra también. Su exhibición contra el Leganés en el Bernabéu le eleva a lo más alto, con un doblete a lo panenka y una rúbrica ganadora de falta directa.

Mbappé ha ido limando recursos. De fallar penaltis decisivos, en Liverpool y Bilbao, a transformarlos con maestría. Todo ello, entre la presión del Real Madrid. De apenas pedirla para chutar las faltas a coger el balón para resolver un partido cuando más ardía. Si hay títulos, Mbappé ya es el favorito para llevarse el Balón de Oro. No sólo por su fútbiol, también por sus gestos. Rápido, dispuesto, proactivo, feliz. Y eludiendo los problemas.

Hubo parón y a la mayoría se le olvidó que en el lateral diestro del Real Madrid juega Lucas Vázquez. El público del Bernabéu no tardó en recordarlo. Desesperó a la afición local, y en ocasiones fue culpable de una sensación que recorrió la defensa merengue: parecía una ciudad devastada.

Sobre todo en cada contragolpe del Leganés, en el que por arte de magia (la deficiente ocupación de los espacios de Fran García, Lucas, Asencio y Rüdiger) se abrían las aguas para los atacantes pepineros. Ancelotti no lo veía nada claro, y tuvo que retirar al de Curtis por Fede Valverde en los minutos finales, que venía de un viaje transoceánico.

El Leganés de Borja Jiménez hizo un partido por el que Butarque podría sentirse orgulloso. Compitió en el Bernabéu hasta el último minuto, con remontada momentánea incluida, y desafiando a un Real Madrid que fue con todo en la segunda mitad. Dmitrovic lo paró casi todo, Renato Tapia lo barrió y Dani Raba le dio el aire diferencial a los suyos. Sólo les faltó conciliar con los árbitros, que lo pitaron casi todo también del revés.

No fue suficiente para puntuar en el templo blanco, pero sí para salir de la cita con el pecho hinchado de orgullo para lo que resta: una lucha ardiente por librarse del descenso a Segunda División. Como se suele repetir en muchas jornadas en las que un equipo juega contra los de Ancelotti, si compitieran como en esta noche, tendrán muchas papeletas para salvarse.