REAL MADRID

Cómo era ser psicólogo en el Real Madrid de los 90: "Prosinecki no creía, pero luego me pedía una máquina para detectar la ansiedad"

Emilio Lamparero fue psicólogo con Benito Floro en aquel Albacete que rozó Europa y en el Madrid. "Éramos vistos como 'chalaos' que fumábamos en pipa y decíamos sandeces", dice a Relevo.

Benito Floro, dirigiendo al Real Madrid en la final de Copa de 1993./
Benito Floro, dirigiendo al Real Madrid en la final de Copa de 1993.
Sergio Gómez

Sergio Gómez

La escena sucedió el 7 de octubre de 1992 en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. Emilio Cidad, el primer psicólogo que fichó Benito Floro para el club blanco, invitó a la plantilla a saborear un limón imaginario. La práctica desató alguna risa, varias miradas de escepticismo y muchos titulares ácidos en la prensa de la época. Se quedaron en la corteza, en el lado cómico, antes de interesarse por el fin, que era el de educar a los futbolistas en la visualización.

"Lo que hizo Emilio es el ABC de la práctica imaginada. Lo primero que se pensaba en aquella época era que el psicólogo era un gilipollas, perdón por la expresión. Que era un 'chalao' que fumaba en pipa y decía sandeces", recuerda Emilio Lamparero (Arcos de Jalón, Soria, 71 años). Él era el elegido por Floro para acompañarle en su aventura en el Real Madrid después de convertir al Albacete en un queso mecánico. Ambos trabajaron codo con codo en aquella temporada inolvidable (1991-92). Sin embargo, en un arrebato de lealtad, decidió permanecer en el equipo manchego y recomendar al técnico la contratación de Cidad. La salida de éste en 1993 propició, ahora sí, su fichaje por la entidad entonces presidida por Ramón Mendoza.

Lamparero, uno de los pioneros en aquel amanecer de los años 90, mira atrás y ve cómo la figura del psicólogo ha ido transformándose como el rostro de un alpinista que sube por la cara más fea del Everest. Ya vislumbra la cumbre. El fútbol les percibió primero con recelo; luego como hacedores de milagros ("eso nos hizo mucho daño"); llegaron a considerarles una moda que pasó a mejor vida "como un sarampión", escribió un periódico generalista; hasta ir conquistando su espacio al mismo tiempo que el futbolista perdía el miedo a ser visto como un enfermo, un loco, o casi peor, un débil incapaz de maniatar a sus fantasmas.

Emilio Lamparero y la relación de Prosinecki con la psicología.

Se han necesitado más de tres décadas para comprender, aceptar y (casi) normalizar que en el fútbol se trabaja con los pies y se juega con la cabeza. Este deporte, acostumbrado a actitudes caducas y prejuicios enraizados, tardó demasiado en reconocer a la psicología como una viga maestra del entrenamiento del jugador, de importancia similar a la que puede tener la técnica, la táctica o la fisioterapia. Nunca es tarde. "Estoy contento por los cuatro o cinco que empezamos con el tema. De todos modos, creo que se hubiera instalado igualmente. Al ver que efectivamente los rendimientos mejoran, la gente hubiera dejado de resistirse", afirma Lamparero. Su verbo se aleja del lenguaje técnico y pedagógico: "Eso es lo que me hizo encajar en el vestuario del Real Madrid". Duró poco, pero fue intenso.

Todo empezó en Albacete... al lado de una fotocopiadora

Al Santiago Bernabéu llegó por Albacete. Emilio residía en la ciudad manchega, donde desde finales de los años 80 trabajaba como coordinador de Orientación en la Dirección Provincial de Educación. Un cruce de caminos con Ginés Meléndez, institución en el Carlos Belmonte y en las categorías inferiores de la Selección, modificó el rumbo de su vida hasta introducirle en el fútbol. El encuentro sucedió en un entorno singular, junto a una fotocopiadora: "Yo estaba haciendo copias de todos mis títulos. Uno de ellos era muy curioso: estudios superiores en Psicología Sofrológica. Realmente lo que aprendí fue técnicas rápidas de relajación. El caso es que llega Ginés, compañero de trabajo y muy amigo, y me dice señalando el papel que estaba sobre una mesa: '¿De quién es este título?'. 'Mío', le respondí. Y me informa que el míster, refiriéndose a Benito Floro, estaba buscando a alguien de mis características. Era la primera temporada del Alba en Primera. Días después me llamó".

"Cuando entré en el Albacete el mundo se me vino un poco encima: periódicos, televisión, ruido mediático… Yo no estaba acostumbrado a esto"

EMILIO LAMPARERO Psicólogo

Hubo química en esa primera cita. Las ocurrencias y el humor de Lamparero calaron en ese entrenador con maneras de profesor de Ciencias. "Una de las primeras cosas que me preguntó fue que qué podía hacer para que sus delanteros metieran goles los domingos. Entonces le comuniqué con precisión todos los pasos a seguir. Le indiqué que debía ir a un sitio que se llamaba La Labradora, al lado del mercado, donde vendían cirios de cera de abeja. Que se comprara dos y, a continuación, que se dirigiera a la Catedral, los encendiera y rezara lo que supiera", se carcajea como un estertor al recordar ese instante en el que Floro advirtió que estaba ante un tipo particular.

No le contrató por su vis cómica sino por un conocimiento que comenzó a palpar en ese primer encuentro. "No se trata de que un gurú les haga a los tíos así (mueve las manos lenta y majestuosamente) y ya marquen goles. Es un entrenamiento que lleva su faena. Así se lo dejé claro. Ellos tenían que aprender tres cosas. En el deporte en general hay un estrés que es el precompetitivo, que reduce el rendimiento; otro el competitivo; y el último el postcompetitivo, que provoca que quien ha fallado esté varios días dándole vueltas al error. Todo esto contribuye a que se entrene mal porque el estrés tensa los músculos y causa lesiones. Le expliqué en qué consistía, a grandes rasgos, un entrenamiento psicológico en el deporte. Llegamos a un acuerdo y empecé a trabajar con la plantilla. Ahí el mundo se me vino un poco encima: periódicos, televisión, ruido mediático… Yo no estaba acostumbrado a esto", concluye.

Desde que una lesión en el hombro le apartó del balonmano, Lamparero se zambulló en el mundo de la psicología. Acabó su carrera en Valencia y pronto comenzó a ejercer en temas clínicos: "La gente trataba a niños y yo ya me inicié con los adultos para darles estrategias". Pero siempre con el foco en el deporte. La fascinación y la inquietud son gasolina para los investigadores y él tenía excedente de ambas. En una época sin Internet, su interés le llevó a consultar bases de datos de Canadá para leer artículos que se publicaban sobre la aplicación de su especialidad en deportistas de alta competición: "¿Te acuerdas de aquellos levantadores de pesos de Checoslovaquia o la Unión Soviética? Nos enteramos que todos pasaban por un entrenamiento psicológico antes del deporte y que aquello mejoraba el rendimiento". Comenzó a aplicar su aprendizaje en el tenis y en el triatlón hasta que Floro le pasó la pelota.

El primer consejo de Floro: «Tienes que hacerte con la tropa»

Un vestuario no es una plaza fácil para alguien ajeno al gremio de futbolista. Antes incluso de acceder a él ya tiene colgado el cartel de sospechoso. "Tienes que hacerte con la tropa", fue el primer consejo que le dio el técnico gijonés. Era un destacamento integrado por gente como Conejo, Catali, Chesa, Geli o Zalazar. "No todos eran iguales, lógicamente. Cada uno pensaba del psicólogo una cosa distinta. Pero ahí no valía una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión. Conté también con la ayuda de Pepe Portolés, preparador físico de Benito. Era profesor de la Universidad Jaime I de Castellón y estaba muy por la labor de introducir nuestra figura. Sabía mucho del tema". Enseguida se puso el traje de faena para hacer ver a la plantilla que no iba a instalar ningún diván pero que sí se iba a entrenar. Y mucho. Ejercicios de tensión, de distensión o de respiración para controlar las emociones hasta lograr que la estrategia fuera automática.

"Comencé con una técnica que se llama de inoculación de estrés. Hay muchas prácticas. Una por ejemplo es que cierren los ojos. Yo les digo que iré andando por el vestuario y a quien toque el hombro le haré una pregunta, no demasiado íntima pero sí algo personal. Entonces, voy caminando por la sala y al cabo de un rato les pido que abran los ojos. Yo no he tocado a nadie pero la tensión del momento hace que haya una respuesta física, que se da en milésimas de segundos. Hay unos que lo pasan peor que otros. Después de hacer esto, vas a su plano y les dices: 'Cuando estás el sábado en la concentración en el Parador de Albacete ya estás pensando, por ejemplo, en Fernando Hierro, en que te va a abordar, en cómo le puedes pasar para marcar gol… Todo eso que estás pensando está reduciendo tu rendimiento porque cuando estás estresado, estás consumiendo. Los músculos en tensión consumen más oxígeno del que te hace falta y cuando lo necesites no lo vas a tener'". Esa fue la primera estrategia para atraer a su lado a los jugadores. "Había unos que decían: 'Es que a mí el psicólogo me la suda', el otro no sé qué… Hasta que poco a poco ven que esto funciona".

Formación del Albacete Balompié, en 1992.  GETTY
Formación del Albacete Balompié, en 1992. GETTY

Y funcionó. Lamparero llegó al Albacete con la temporada iniciada, con el equipo penúltimo. Al poco de aterrizar, el equipo encadenó 15 jornadas consecutivas imbatido. Floro cogió al equipo en Segunda B, lo catapultó hasta Primera y estaba desatado, desplegando un fútbol que derrumbaba los sistemas de la aristocracia futbolística hasta asentarse en puestos europeos. El trabajo del técnico era evidente, el coraje y el talento de plantilla no merecía debate; sin embargo, muchos apuntaban al psicólogo. No se lleven a engaño. Los piropos, en un primer momento, no iban dirigidos a la ciencia sino casi a la hechicería y la superstición. 

Emilio Lamparero y la anécdota con los jugadores del Albacete.

Hay una anécdota que ilustra cómo se percibía el gremio: "El Alba no se concentraba por aquella época. Nos empezamos a concentrar en el Parador, durmiendo por la noche, después del partido del Madrid de aquel año. Antes no. Antes iban los chavales a comer al Parador y después de comer y del rato de siesta hacían conmigo una sesión para preparar alguna jugada, hacer práctica imaginada y luego cada uno en su coche se iba al estadio. Recuerdo ir en un coche con Parri, Geli y Juan Carlos Balaguer y oigo que dicen: '¿Ya lo ha tocado?'. 'Sí, venga, guárdalo'. Entonces yo paro el coche y les digo: 'A ver, ¿qué pasa aquí?'. Y resulta que si yo tocaba un impermeable verde que tenían, ellos pensaban que ganaban el encuentro. Me atribuían propiedades casi mágicas, una tontería como un castillo. Eso sí, al principio esa atribución de causa y elemento nuevo me facilitó trabajar con ellos mejor, ir metiendo más cosas y que fueran aprendiendo. Me vino bien".

La práctica imaginada y cómo Hierro acabó desquiciado

En varios puntos de esta conversación, Lamparero hace referencia a la práctica imaginada. Uno de los pilares en 'su' Albacete: "Si imaginas una escena constante, completa, tienes muchas posibilidades de que se despierten los mismos componentes de tipo fisiológico y emocional. Cada vez que se originan ese tipo de respuestas fisiológicas, emocionales, tienes la posibilidad de poder controlarlas, con lo cual ese entrenamiento de práctica imaginada va dirigido a mejorar la práctica deportiva, el rendimiento deportivo. Si yo me imagino una de las 80 y tantas jugadas a balón parado que tenía Don Benito Floro... Por ejemplo, la jugada de la jarra: un lateral llega cerca del área grande, centra la pelota, sale alguien y salta por encima, atrae a los defensas y Chesa, que estaba en el centro del campo, se acerca, le mete un patadón y entra. Si me imagino dónde tengo que estar, qué tienen que hacer mis compañeros, el que golpea el balón, con todo lujo de detalles, y hasta incluso que acaba bien la jugada, tienes muchas posibilidades de prepararlo. Y además lo preparas en un periodo de descarga física, en la cama, con relajación. Eso te dispone a rendir mejor". Un plan fabricado casi a la medida del jugador: difería si el interlocutor era defensa, portero o delantero.

El soriano no sólo trabajaba el tema de la concentración propia sino la desconcentración del rival: "Si a un jugador rival le insultas, le llamas de todo, no le pasa nada porque está acostumbrado. Hay que hacerlo al revés. Cada vez que haga una cosa buena le dices: 'Joder, qué bien, eso me lo tienes que enseñar'. Y cuando haga una mala, cometa un error, le dices, tú que eres del Albacete y el otro, por ejemplo, del Madrid: 'Chaval, tú tranquilo, a la próxima te saldrá bien'. El cabreo que cogió Fernando Hierro en un partido… Le sacaron una amarilla y todo. ¿Qué jugador del Albacete se atrevió a desconcentrarle? El capitán, Catali". El ya bautizado como Queso Mecánico, en su primera temporada en la máxima categoría, murió en la orilla de Europa. En la última jornada. Perdió 4-1 ante el Atlético y se quedó a un solo punto del sexto clasificado, el Zaragoza.

Benito Floro, en el banquillo del Real Madrid junto a Pepe Carcelén, su ayudante.
Benito Floro, en el banquillo del Real Madrid junto a Pepe Carcelén, su ayudante.

El chasco del instante desapareció con la perspectiva, porque todo se ve mejor a distancia. Floro y sus pupilos hicieron un milagro de 40 puntos, con 16 victorias, ocho empates y 14 derrotas, seis de ellas en las diez primeras jornadas… Un impacto que le eyectó al banquillo del Santiago Bernabéu. Ramón Mendoza le tenía entre ceja y ceja. Ya le intentó fichar dos temporadas antes, con el Albacete en Segunda, pero el trato no culminó. Es en verano de 1992, y después del trauma de la primera Liga perdida en Tenerife, cuando el Madrid se echa en brazos del entrenador de moda. Y llegó con las líneas perfectamente marcadas. "Mi forma de trabajar no va a cambiar en el Madrid. Habrá responsables del área fija, deportiva, y también del área psíquica del jugador. Así es como entiendo el trabajo en un equipo de fútbol", declaró entonces a los periodistas. En 2022, en Relevo, confesó: "Cuando se lo propuse a Mendoza me dijo que le parecía bien y que ya había cuatro jugadores a los que él había recomendado ya un psicólogo porque sufrían estrés".

Emilio Cidad y la práctica del limón que tanto dio que hablar

Quiso llevarse con él a Emilio Lamparero, pero el club manchego le convenció para que mantuviera deshechas las maletas. "El presidente me dijo que si se iban Benito, Carcelén (segundo entrenador), Pepe Portolés (preparador físico) y yo, no iba a quedar nadie. Así que me quedé. Duré un partido. O dos", sorprende. La razón es que el relevo de Floro, Julián Rubio, no miraba con buenos ojos su ayuda: "No me daba ni siquiera espacio para trabajar con los jugadores. Me dijo que lo hiciera por la tarde. Pero cómo lo iba a hacer por la tarde. Si en pretemporada tienen doble sesión, ¿cómo le voy a meter otra hora con mi tema? Me van a mandar por ahí. Se le ocurrió preguntar en el vestuario a ver quién estaba de acuerdo con que hubiera psicólogo o no. Y dije: 'A mí no me sometes a ninguna evaluación'. Lo dejé porque no había manera. Julián Rubio era buenísima persona pero no llegamos a una entente cordiale".

Emilio Lamparero habla sobre la práctica del limón.

No emprendió viaje a Madrid, pero sí ayudó al míster a contratar al primer psicólogo del club blanco: "Me pidió a alguien que viniera del ámbito universitario, que tuviera ideas de preparación física y le recomendé a Emilio Cidad. Vino a Albacete, estuvo hablando con mi socio y conmigo sobre lo que estábamos haciendo, le di material, estuvimos compartiendo cosas y empezó a trabajar en el Madrid a la semana". De la noche a la mañana cambió su despacho en la Universidad Autónoma de Madrid por el césped de la antigua Ciudad Deportiva y un enjambre de micrófonos y cámaras en busca de su imagen: camiseta de entrenamiento azul celeste con la publicidad de Otaysa bajo el pecho, gafas de aviador y una libreta. Su presencia era vista casi como una excentricidad. "Estaba en el punto de mira porque nunca se había visto nada igual, y a la mayoría solo les interesaban los chismes. Pero yo me lo tomé como un reto. De lo que se trataba era de abrir camino. Al principio me acogieron con escepticismo. Luego me dieron su visto bueno y comprobaron que no era un obstáculo. Mi única misión era ayudarles a rendir mejor", declaró en un artículo de El País.

Lo cierto es que Cidad lidió con alguna suspicacia y mucha presión. Nada más aterrizar, en septiembre de 1992, tuvo que escuchar de boca de Prosinecki un rotundo "yo no necesito un psicólogo". Una de las prácticas que dio que hablar fue la de visualizar un limón, tocarlo con la mente, olerlo, morderlo. Lamparero arroja luz sobre lo que propuso su colega: "Ese asunto que se publicó y muchos se rieron pero es el ABC de lo que es una práctica imaginada. Cada vez que piensas en una cosa salen tus emociones y tus respuestas físicas. Si piensas en algo luctuoso, vienen las lágrimas. Eso se llama memoria emotiva". Había reservas en parte de la caseta, aunque jugadores como Butragueño, Sanchís o Míchel acogieron la novedad de buen grado. Después del segundo revés en Tenerife y la Copa del Rey conquistada contra el Zaragoza, Cidad abandonó el Madrid. La versión oficial aseguró que dejó el cargo por incompatibilidades horarias con las exigencias del club.

Lamparero encontró un aliado en Butragueño

La vacante la cubrió, ahora sí, Emilio Lamparero. A finales de julio de 1993 fue presentado a la plantilla. "Estaban un poco quemados. Quiero pensar que me recibieron bastante bien. Yo no soy un elemento universitario. Digo más tacos que los jugadores. Creo que al tener el mismo tipo de verbo que los futbolistas, en líneas generales me sentí rápidamente aceptado por el vestuario", dice un hombre que siempre quiso mantenerse en la trastienda. Tanto es así que no es fácil encontrar imágenes suyas de esta etapa.

"Había gente, digamos, 'díscola', a la que no le iba la psicología. Gente muy honrada que te lo decía: 'Mira, no me fío de este tipo de personajes'"

EMILIO LAMPARERO Psicólogo

En Butragueño encontró a una suerte de aliado ("Absorbía bien los conocimientos porque le gustaba la psicología y era un forofo del yoga"), aunque también sufrió alguna resistencia, como la del mencionado Prosinecki. "Había gente, digamos, 'díscola', a la que no le iba la psicología. Gente muy honrada que te lo decía: 'Mira, yo he tenido problemas y no me fío de este tipo de personajes'. Pues vale, pero yo no vengo aquí a que creas o no. A creer uno va a la Iglesia. Esto es trabajo. Estaba el caso de Robert (Prosinecki). Decía que no creía, pero después me pedía aparatos que detectan la ansiedad. Eran pequeños y portátiles. 'Oye, ¿me puedes dejar el cacharro ese para que me lo lleve a casa?', me preguntaba. Para que no lo vieran trabajar ahí con todo el grupo". No fue una etapa fácil para el croata. Su país seguía en guerra y él aún tenía allí a familiares y amigos. A ese contexto bélico y preocupante se unían las constantes críticas por su poco rendimiento y sus muchas lesiones. "Lo pasó mal", reconoce el soriano.

Prosinecki, en un partido con el Real Madrid.  GETTY
Prosinecki, en un partido con el Real Madrid. GETTY

En el Real Madrid no sólo veía al primer equipo. Sus competencias abarcaban a varios equipos de la cantera: "Estuve con Rafa Benítez en el Castilla, con Toni Grande en el de Segunda B. Tenía desde los Sub-17, donde estaba Raúl. Con los chavales muy bien, se empapaban de todo. Con Benítez hacíamos hasta días completos de trabajo, de la mañana a la noche, para mejorar el equipo: desde jugar al ajedrez a hacer equipos y puntuar en rondos, que me daban por todos lados. Tenis de mesa, dominó... En el primer equipo no había manera. Lo intenté en alguna ocasión. 'Vamos a cenar juntos a la sierra y tal'. Nada. Me lo dijo Míchel: 'Lo estás intentando pero al final la gente viene con el maletín a jugar y se va a su casa, no quiere saber otra cosa. Y llevaba razón, estaban muy sujetos a la presión mediática. Con los chavales era distinto".

"En el Madrid estuve con la cantera. Con Rafa Benítez hacía días completos de trabajo: ajedrez, dominó... En el primer equipo no hubo manera"

EMILIO LAMPARERO

Lamparero insiste en que no hay que confundir el asunto clínico de la salud mental con el entrenamiento deportivo, aunque en muchas ocasiones se dan la mano. A lo largo de su carrera también ha tenido que manejar momentos en los que la vida extradeportiva del jugador pesaba: "No había consulta clínica, sino que charlábamos a ver de qué manera se le podía dar la vuelta a lo que sucediera, le ofreces posibilidades porque todo eso también genera un nivel de estrés que va en contra del buen rendimiento". Afirma que nunca ha recibido presiones de los clubes para que un determinado futbolista jugara aunque no se encontrara en condiciones anímicas de hacerlo, aunque sí cuenta que a veces el entrenador decidía algún titular en función de su 'diagnóstico': "Una vez le dije que uno estaba OK y nada más empezar perdió dos balones. El entrenador me miraba y me decía: 'O sea, ¿que estaba bien?'. Pues sí, me la jugué. Me pasó en el Alba…".

Su salida del Real Madrid y su finiquito

Su experiencia en el Real Madrid fue intensa, pero corta. Se marchó dos meses antes de que despidieran a Floro, tras la derrota en Lleida (2-1) y aquella tremenda bronca a sus jugadores en el descanso que captaron las cámaras de Canal+. "Tuve un problema personal. Era funcionario del Ministerio de Educación. Iba a Madrid dos días en semana y cuando llegaba a Albacete tenía mi trabajo para hacer por la tarde. Pero la Dirección Provincial de Educación me ordenó que tenía que trabajar por la mañana. Se complicó tanto la cosa que le dije a Benito que me tenía que ir. Y el Madrid se portó de maravilla conmigo. Me echaron para pagarme hasta el final de la temporada", desvela.

Lamparero y cómo ve la evolución de la psicología en el deporte.

De esto han pasado ya 30 años. Lamparero continuó con su trabajo como funcionario, remando para normalizar la ayuda psicológica, para quitarle el polvo del tabú. Ahora, desde su retiro en Alicante, ve satisfecho cómo ha cambiado el escenario, aunque aún sigue viendo alguna humedad en el fútbol: "Ha mejorado todo bastante, seguramente ahora hay gente mejor formada, hay muchísimos deportistas de competición que usan los servicios de un psicólogo del deporte. Aunque al mundo del fútbol creo que no ha llegado lo suficientemente bien, navega todavía en los espacios del pasado y lo de echarle cojones es lo que se llama activación. A mi modo de ver sigue siendo un poco reacio, pero en otros deportes se está llevando, está creciendo. Contento por los cuatro o cinco 'chalaos' que empezamos con el tema…".