OPINIÓN

Raphinha o el extremo brasileño que nos mintió a todos

Raphinha o el extremo brasileño que nos mintió a todos

No hay nada como darse cuenta a tiempo de lo que uno no es para así poder ser. Dejar de vivir en un condicional, en una promesa a punto de romper, para empezar a hacerlo en la realidad que te ha tocado, aunque no sea aquella que imaginaste en tu momento. Algo así le está sucediendo a un Raphinha que apareció en la vida de los aficionados del Barça como un extremo brasileño, una etiqueta que es un adjetivo en sí mismo, y una firma que evoca en quien la escucha una imagen ineludible. Algo que Raphinha nunca ha sido.

Como alguien que es hijo de Marcelo Bielsa, Raphinha habla siempre a toda velocidad. No conjuga la pausa y como no existe ese lapso de tiempo para que la magia aflore, porque todo sucede a máxima velocidad, el brasileño es un jugador cincompleto, una foto fija que no está revelada. Sin el atributo que uno asocia a cualquier extremo brasileño, Raphinha tiene que basar su lenguaje habitando otros espacios, diciendo las cosas con otras palabras. Y recientemente se ha descubierto que el extremo brasileño es, en realidad, mejor jugador interior que de banda.

Durante algún tiempo, a Raphinha se le ha forzado a interpretar un papel para el que no tiene los gestos necesarios. Enclaustrado en un rol que dejaba a la luz de todo el mundo unas limitaciones todavía más punitivas que las del resto, porque las suyas ponen en evidencia una profecía incumplida, la de un extremo brasileño que no lo parece, y es precisamente ese rechazo a lo que debería ser lo que en muchos casos dibuja un escenario más agresivo del que debería alrededor de su rendimiento en el Barça.

El gol que ha hecho Raphinha ante Las Palmas es un grito de rebeldía en tanto que demuestra que su mayor aval como brasileño no es la magia, sino la profundidad. No es el balón al pie, donde se inicia la jugada imposible, sino al espacio, donde se consuma. Xavi lleva unas jornadas situando a Raphinha en un rol que le sienta mejor porque le facilita el camino. En vez de exigirle que abra el campo, desborde y genere, le dice que aparezca por dentro para dar toques ágiles, arrastrar a su marca, y atacar el espacio que se abre a su espalda. La voracidad de Raphinha es un regalo para un equipo con problemas de juego, porque abre puertas de forma prematura, saltándose pases que el Barça no está sabiendo encontrar.

Ya el pasado curso, donde Raphinha fue extremo durante toda la temporada, el brasileño encontró su gran arma siendo el jugador que atacaba la profundidad, marcando de cabeza goles salvadores ante Osasuna o Mallorca, algo que ha repetido ante Las Palmas. La aparición casi milagrosa de Lamine Yamal en la banda que Raphinha ocupaba además de la llegada de Joao Félix, han forzado a Xavi a repensar la posición del atacante en el Barça, llevándolo al otro perfil y permitiéndole que en vez de abrir el campo, lo haga muy largo. Al fin y al cabo, un jugador nunca puede ser reducido a una etiqueta, y por mucho que se asocie Brasil a un tipo de extremo concreto, la tarea de quien entrena es despojar al futbolista del tópico para que aflore todo su potencial.

Entre debates acerca de si Raphinha tiene o no el nivel para ser una de las tres patas titulares de la delantera del FC Barcelona, el brasileño sigue produciendo, sumando siempre pequeños detalles que a veces no son suficientes pero que en un equipo que está bajo mínimos en tantas cosas resultan totalmente relevantes. En un país perfecto, quizás Raphinha no estaría donde está, pero en época de entreguerras, basta que alguien entienda cómo hacer la vida más fácil al vecino para que todos consideren que está donde merece estar.