CELTA - ESPANYOL

El zancudo yugoslavo con pies de bailarín adicto a la Coca-Cola y 'víctima' de Raúl Tamudo: "Ya no se ven delanteros como él"

Leyenda en Osasuna y Zaragoza, el delantero balcánico también goleó en el Celta y el Espanyol.

Savo Milosevic jugó una temporada de celeste. /AFP / Miguel Riopa
Savo Milosevic jugó una temporada de celeste. AFP / Miguel Riopa
Marc Mosull

Marc Mosull

Cuando Savo Milosevic nació, en los setenta, eran tiempos de paz en la antigua Yugoslavia. En su Bijeljina natal, al noreste de Bosnia y Herzegovina y de mayoría de población serbia, la suya fue una niñez sencilla y agradable, entre partidos callejeros y chapuzones en el río Drina, el mismo que ahora dibuja una frontera que antes no existía entre Serbia y Bosnia. Todo se pudrió en abril de 1992, cuando los Tigres de Arkan, un grupo paramilitar serbio, llegaron al municipio y asesinaron a 27 civiles musulmanes en uno de los primeros capítulos de la limpieza étnica en la que se convirtió la Guerra de Bosnia, que segó 200.000 vidas.

Entonces, Savo tenía 18 años y estaba lejos de su casa, pues acababa de debutar con el primer equipo del Partizán de Belgrado, uno de los dos grandes de Serbia. El fútbol le permitió esquivar la guerra. No así a su gran amigo de la infancia, que, como otros muchos conocidos, murió entre bombas. Milosevic siempre defendió que se sentía serbiobosnio, que amaba por igual a Serbia y a Bosnia, y que tenía nostalgia de Yugoslavia; creía que el conflicto bélico dividía y empequeñecía a todas las naciones. Y contribuyó como pudo a cambiarlo, financiando con el apoyo de su padre distintas acciones para recuperar la región en la que nació.

Su fulgurante carrera, la de uno de los mayores talentos balcánicos de finales del pasado siglo y comienzos del presente, le llevó a representar internacionalmente a tres territorios distintos; Yugoslavia, Serbia y Montenegro, y Serbia, con la que se enfrentó a Bosnia en un partido de clasificación para el Mundial y luciendo el brazalete de capitán. Jugó contra su propio país en una de las tantas contradicciones del conflicto en los Balcanes, una región convertida en polvorín durante los noventa que Savo Milosevic pudo abandonar con su mejor arma: los goles.

En el Partizán metió casi tantos como los partidos que jugó durante sus tres temporadas en el equipo grobari. Sus dianas le valieron un billete a la Premier después de que el Aston Villa desembolsará por él una cantidad récord, 3.5 millones de libras. Todavía fue más caro su aterrizaje en España: en 1998 el Zaragoza pagó mil millones de pesetas, el equivalente a seis millones de euros. Y fue un negocio redondo, pues en el conjunto maño siguió perforando redes, rozando los 40 goles en dos temporadas en LaLiga y clasificándolo entre los cuatro primeros de la competición.

Milosevic a su llegada al stage de Peralada.  EFE / Robin Towsend
Milosevic a su llegada al stage de Peralada. EFE / Robin Towsend

Cuando el Espanyol fichaba “cracks europeos”

En vistas de su facilidad cara al gol, el Parma rompió la banca abonando más de 20 kilos por el gigantón serbiobosnio en el año 2000. Sin suerte en Italia, regresaría año y medio después a la Romareda, a préstamo en enero. Pero no pudo evitar el descenso a Segunda División de un Zaragoza que pasó del cielo al infierno en un santiamén. Entonces, en julio de 2002, Dani Sánchez Llibre y Josep Lluís Marco, presidente y director general del Espanyol, cerraron con su agente Zoran Vekic su cesión al club perico.

"Imagínate lo que significaba que Milosevic viniera al Espanyol. Es que tenía mucho nombre. Para nosotros era un crack a nivel europeo", enfatiza Àngel Morales, que compartió vestuario con el atacante balcánico. "La alegría entra en casa del menos rico", declaró Sánchez Llibre en la presentación del futbolista, en el stage de pretemporada de Peralada. Ese día, el balcánico no quiso marcarse una cifra goleadora, pero puso el listón muy arriba: "Se está haciendo un equipo muy potente. Sería muy bonito estar arriba, pelear por la Champions League o la UEFA. Cuando llegué al Zaragoza, ese equipo tenía rasgos muy parecidos a este y luchamos por el título hasta el final del campeonato".

Milosevic con la camiseta del Espanyol.  EFE / Julián Martín
Milosevic con la camiseta del Espanyol. EFE / Julián Martín

La cosa empezó torcida, pues tras la tercera jornada, el club destituyó a Juande Ramos, el entrenador que había fichado ese mismo verano para liderar un ilusionador proyecto apuntalado con Savo Milosevic y Maxi Rodríguez, el fichaje más caro de la historia del club hasta entonces. Ambos eran los dos principales estandartes de la renovación de un equipo que tenía en Raúl Tamudo a su figura indiscutible. "Me encanta una delantera Tamudo-Milosevic. La afición se la merece", proclamó el presidente blanquiazul.

“Tamudo prefería jugar solo”

"A mí me gustaba mucho Milosevic y creo que con Tamudo hacía una buena dupla. Cuando podía los ponía juntos… pero a Tamudo no le gustaba mucho. Prefería jugar solo. Y él era el número uno de la afición", desvela Javier Clemente, que fue el tercer entrenador, después de Ramón Moya, en ese convulso curso en Montjuïc. Morales completa la exposición del técnico vasco: "Era difícil para un delantero venir al Espanyol porque el titularísimo era Tamudo, pero Savo asumió muy bien ese rol". Apenas disputaron mil minutos juntos.

"Pese a su áurea de estrella, era un tipo muy humilde y sencillo. Milo se acopló fácilmente al equipo. Era muy de la broma y congenió fácilmente con el resto", recuerda el centrocampista catalán, uno de sus primeros compañeros de habitación, quien guarda con cariño una anécdota con el futbolista balcánico: "Durante la pretemporada, cuando fuimos a jugar el Trofeo Colombino de Huelva, dormimos juntos. Recuerdo que le encantaba la Coca-Cola y tenía una botella de plástico en la mininevera del hotel, que le duró los tres o cuatro días que estuvimos concentrados. Y al levantarse, se bebía un trago de Coca-Cola. Era lo primero que hacía por la mañana. Luego por la noche, otro más. Es cosa que yo no había visto nunca".

"Bueno, mientras no bebiese whisky", responde con una carcajada Clemente, quien enderezó el rumbo en "un año muy conflictivo" en clave blanquiazul, en el que los tantos de Milosevic fueron fundamentales para alcanzar la permanencia. "Fue muy importante en las últimas jornadas de Liga, cuando Tamudo estuvo varias semanas lesionado. Sus goles nos ayudaron a salvarnos", sentencia Morales. Metió 12, dos más que el de Santa Coloma de Gramanet, y se consagró como Pichichi perico, dejando un grato recuerdo en su único curso en el Espanyol.

"Yo quise que Milosevic continuara, pero no había dinero y el club me dijo que no le podía pagar. Fue una pena", se lamenta Clemente. Y Savo se marchó al Celta de Vigo, al EuroCelta que iba a disputar por primera vez en su historia la Champions League.

Milosevic junto a Berizzo en una previa de Champions.  EFE / Manuel Corujo
Milosevic junto a Berizzo en una previa de Champions. EFE / Manuel Corujo

“Un delantero de Champions”

"Cuando se fue Mido, un delantero egipcio con características parecidas a las suyas que estuvo medio año con nosotros, el club consiguió la cesión de Savo. Era un gran refuerzo para el año ilusionante que se venía. Para nosotros era un reto muy bonito jugar la Champions", analiza el brasileño Edú, santo y seña del Celta durante los cuatro años que vistió de celeste y uno de los principales responsables de que el balón de estrellas rodara por el césped de Balaídos en la 2003-04.

"Cayó de pie. Fue fácil porque era un chico muy amable y sencillo. En el vestuario era más bien discreto, muy tranquilo. Solo te puedo decir cosas buenas de él", explica el defensa Everton Giovanella, otra institución en Vigo, donde coincidió con el serbiobosnio. "Es verdad que era callado, pero era un buen chaval y un buen compañero", complementa Clemente. "Hablaba cuando tenía que hablar. Y lo solía hacer en el campo", remata Giovanella. Lo cierto es que sobre el césped tenía mucho carácter. Bien lo saben los centrales y los porteros a los que se enfrentó.

Milosevic en un partido de Champions contra el Ajax.  REUTERS / Victor Fraile
Milosevic en un partido de Champions contra el Ajax. REUTERS / Victor Fraile

En Vigo, por cierto, también confirman la anécdota de la Coca-Cola: "Es verdad que le gustaba mucho. No era al único, ¿eh? Pero sí, en el bar del hotel o en la habitación, siempre estaba con la Coca-Cola en la mano", asegura entre risas Giovanella, que contesta al teléfono desde el sur de Brasil, "donde las lluvias". Aunque sus excompañeros no lo mencionen, de vez en cuando Milosevic acompañaba el refresco con un cigarrito; en su día, Javier Aguirre ya se encargó de airearlo y normalizarlo.

Un bigardo con pies de bailarín

Lo que más llamó la atención a sus compañeros y entrenadores es la finura que tenía con los pies siendo un bigardo de casi metro noventa con pinta de futbolista desgarbado y descoordinado. "Era un atacante impresionante, me encantaba el tipo de jugador que era. Era muy habilidoso pese a su planta. Es que tenía una rara habilidad de asociarse y de hacer bien la pared. Y también de aguantar el balón", desgrana Edú, que actualmente dirige una agencia de representación de futbolistas en el estado de São Paulo. Clemente coincide en el análisis: "Es extraño que un jugador con esa envergadura tuviese las condiciones técnicas que tenía, aunque era algo innato en casi todos los yugoslavos".

Lo cierra Giovanella: "Físicamente, era muy fuerte y potente, pero con una calidad técnica importante. Realmente era un delantero muy completo, de los que ya no se ven. A eso, claro, hay que añadirle que finalizaba como pocos. La del gol era su mejor faceta; tenía una facilidad y una variedad de recursos tremenda en la definición". Por todo ello, los futbolistas de segunda línea se divirtieron como niños jugando con Milosevic: "Era una gozada. Facilitaba muchísimo el trabajo de los que jugábamos por detrás: te hablo de mí, de Mostovoy o de Jesuli", ratifica Edú, al que si algo le sabe mal es haber coincidido poco con Savo: "A principio de temporada tuve una lesión seria y estuve bastante tiempo fuera. Me encantaría haber disfrutado más de su fútbol".

Milosevic encarándose con Esteban.  CABANAS
Milosevic encarándose con Esteban. CABANAS

"Milosevic tuvo muchísimo protagonismo en la Champions. Hicimos un grandísimo torneo. Llegamos a cuartos de final contra el Arsenal, ¿eh?", declara con orgullo Giovanella. "El problema fue en LaLiga…", advierte el defensor brasileño. Pavlo Caballero, Luccin, Sylvinho, Cáceres, Mostovoy, Edú, Giovanella, Juanfran, Catanha… ese Celta era un equipazo, "pero hubo cosas que no se digirieron bien y lo terminamos pagando", expone Edú. Y el conjunto gallego acabó descendiendo a Segunda en un trágico e inesperado final de curso.

Milosevic, que fue el futbolista más utilizado de la plantilla y el máximo anotador celeste con 14 dianas en LaLiga, puso todo de su parte para evitarlo. Y es que si algo le definió a lo largo de su carrera fue la eficacia de cara el gol, alcanzando dobles dígitos en casi todas sus temporadas. Apenas un año después de su llegada a Vigo, en verano de 2007 y con la carta de libertad del Parma, se marchó a Pamplona para seguir escribiendo su leyenda en Osasuna.

"Fue una lástima que las cosas terminaran así porque Savo tenía muy buen trato con los compañeros, con la afición… bueno, con todo el mundo. Yo creo que hubiese continuado en el club si no hubiéramos bajado a Segunda", concluye con pena Giovanella al rememorar la figura del delantero serbiobosnio, cuyo paso por el Espanyol y el Celta de Vigo fue tan efímero como brillante y duradero su recuerdo.