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Más allá de Flick... cómo lidiar con los futbolistas que llegan tarde: "Tuve uno así y le llamaba a las ocho de la mañana para que no se durmiera"

Todos los técnicos lidian alguna vez con situaciones como la de Koundé, pero el contexto obliga a menudo a un difícil equilibrio entre la autoridad, el respeto al grupo y los resultados.

Jules Koundé. /EFE
Jules Koundé. EFE
Mario Ornat

Mario Ornat

En el mundo del fútbol profesional no existe el registro horario y para los jugadores el verbo fichar tiene un significado muy distinto al del resto de los trabajadores del mundo. Pero sí hay una jornada laboral regulada por convenio y, a la hora de la verdad, un control exhaustivo para que los horarios se cumplan. El último en comprobarlo fue Jules Koundé, a quien Hansi Flick, entrenador del FC Barcelona, le hizo sentir el lunes su concepción germánica de la disciplina. El francés llegó tarde a una charla y empezó el encuentro frente al Rayo en el banquillo.

No es la primera vez que ocurre. Ni con Koundé, reincidente en la falta, ni con Iñaki Peña: el portero ya pasó por lo mismo en la Supercopa y por la grieta se coló Szczesny en la titularidad. En realidad, esto les pasa a todos los entrenadores alguna vez. Por lo general, los retrasos en la llegada a entrenamientos, sesiones de vídeo, concentraciones o salidas en el autobús se solventan con multas. A veces llega a más. Pero el modo de gestionarlo depende mucho del contexto y las circunstancias en que se muevan cada entrenador y cada vestuario.

"En principio todos funcionamos más o menos igual y buscamos mantener un régimen de funcionamiento a través de las multas", indica Francisco, ex técnico de Rayo Vallecano, Elche, Girona y Huesca, entre otros. "Es un aspecto que toca mucho al respeto por los compañeros: y las faltas de respeto no se pueden permitir en ningún grupo... y menos en el fútbol", señala el técnico.

Otra cuestión es cómo se sancionan. Ahí es el entrenador, y el club en caso de que el problema trascienda por su gravedad, quienes ejercen la potestad del castigo, por lo general especificado en los reglamentos internos de comportamiento. Pero los entrenadores suelen apelar a la responsabilidad del grupo, sobre todo cuando las indisciplinas se repiten: "Los propios jugadores son los primeros que no permiten este tipo de situaciones. Yo siempre les hago partícipes y, si lo que ocurre está poniendo en quiebra al vestuario, son ellos quienes deben solucionarlo: les doy esa responsabilidad a los capitanes", indica el entrenador.

El serbio Ranko Popovic lleva años dirigiendo a distintos equipos en Japón y allí no se ha enfrentado con este tipo de problema: "En Japón la cultura de la puntualidad es muy fuerte y los japoneses nunca llegan tarde: si les digo que estén 45 minutos o una hora antes del entrenamiento, la mayoría llegan dos horas antes y tienen sus propios rituales, gimnasio, sauna, algún tratamiento, estiramientos, etc.", cuenta el ex técnico del Real Zaragoza.

Sí ha debido gestionar situaciones así en otros países en los que ha trabajado. "En Novi Sad tuve a un futbolista congoleño que tenía a menudo problemas para levantarse de la cama... Yo lo sabía porque me lo había comentado, antes de ficharlo, un amigo que ya lo conocía de otros equipos. Dos veces en las que adelantamos la hora del entrenamiento se retrasó, pero las dos pidió perdón tanto a mí como al grupo. Yo le dije al capitán que le creía y que para mí el asunto estaba zanjado, pero pedí a los jugadores que fueran ellos los que lo gestionaran como mejor considerasen en el vestuario", cuenta Popovic.

Cuando un técnico se encuentra en la plantilla con un ejemplar de impuntual crónico, es consciente de que tarde o temprano deberá lidiar con las consecuencias. "Los entrenadores por lo general sabemos quién dentro de una plantilla va a ser proclive a este tipo de problemas", subraya Francisco. "Tuve a un jugador así, trataba de anticiparme y yo mismo lo llamaba por teléfono a las ocho de la mañana, en cuanto llegaba a la Ciudad Deportiva, para intentar que no llegara tarde. En estas cosas hay mucho de gestión diaria del entrenador", cuenta Francisco.

"Los entrenadores sabemos qué jugadores son proclives a este tipo de problemas: yo tuve a uno así y en cuanto llegaba a la ciudad deportiva a las ocho de la mañana lo llamaba para que no se durmiera"

Francisco Entrenador

Por lo general, los retrasos cotidianos quedan en anécdota y no suponen un problema de convivencia más allá de lo puntual. Incluso conforman el anecdotario interno del grupo o, si el protagonista tiene relevancia singular, se convierten en asunto viral. Es lo que le ocurrió a Iker Casillas con su célebre atasco en octubre de 2011, cuando quedó atrapado con su coche en un embotellamiento de camino a la sesión del Real Madrid. Y el técnico al frente era el inflexible Jose Mourinho. 

El guardameta y también Álvaro Arbeloa expresaron su frustración en las redes sociales. "La semana empieza mal. Los madrileños y no madrileños nos hemos encontrado con los atascos y, yo en particular, con una multa que me ha puesto Mourinho por llegar tarde al entrenamiento. ¡Adjunto prueba!", publicó Casillas en su cuenta de Facebook, junto a la foto de la interminable fila de coches varados en el asfalto. Mourinho no ablandó su régimen disciplinario pese a las alegaciones de Iker contra los elementos. El post generó miles de comentarios y, como casi todo lo que en aquel momento tenía que ver con el portero y el entrenador portugués, mucho ruido en los medios convencionales.

Cosa distinta son los infractores seriales, cuyas impuntualidades acostumbran a considerarse un síntoma: el indicador superficial de un problema mayor. En su fugaz estancia en el Real Madrid, el francés Nicolás Anelka llegó a ser suspendido de empleo y sueldo durante 45 días y asumió una multa de 55 millones (más de 330.000 euros a día de hoy) por pasar tres días sin presentarse a entrenar. En su biografía adujo que había pedido de forma reiterada una reunión con los entrenadores y que los aplazamientos le mostraban una falta de interés a la que correspondió faltando a las sesiones de los siguientes días.

Para el francés, aquel episodio fue la gota que colmó el vaso de su inadaptación en el vestuario blanco, donde en su biografía dijo sentir el rechazo de los veteranos desde el primer día y no haberse llevado bien con nadie. Aunque 17 días después del incidente pidió perdón, lo ocurrido acabó de convencer al Madrid de la necesidad de soltar lastre con el delantero: sólo jugaría 33 partidos en aquella temporada, aunque para el recuerdo quedan sus goles en la semifinal de la Champions contra el Bayern, providenciales para que el equipo blanco levantar su octava copa.

El portugués Dani Carvalho también estuvo en cierta ocasión 72 horas sin presentarse en los entrenamientos del Atlético de Madrid, aunque sus razones diferían mucho de las de Anelka: Dani había conocido a una famosa con la que pasó desaparecido esos tres días, que le debieron de parecer 55 noches. No encontró tiempo ni motivo para volver a entrenarse hasta que ella se marchó a su trabajo.

Seductor consumado en sus días de futbolista, se cuenta que Paulo Futre —entonces director deportivo del club— le llegó a poner en una ocasión una pistola en las rodillas y lo desafió a decirle en cuál quería que le disparase. Con esa visceral terapia de choque quiso El portugués reconducir a su joven compatriota, tras encontrarlo de fiesta hasta el amanecer en los días previos a un partido. Otro relato más o menos apócrifo, más o menos legendario, sitúa a Dani como protagonista de un incidente con Luis Aragonés. Tras llegar tarde a la citación del equipo para salir en el autocar de viaje, Dani se encontró con una orden taxativa de Luis al delegado rojiblanco: "Dile que coja su coche y que venga conduciendo detrás del autobús".

De Dani se cuenta que en cierta ocasión llegó tarde a la salida de un desplazamiento del Atlético y Luis Aragonés le ordenó al delegado: "Dile que coja su coche y venga detrás del autobús"

En esa división de los incorregibles militaba también Jermaine Pennant, quien a su paso por el Real Zaragoza acumuló un buen número de multas que asumía con deportividad: tenía las sanciones contempladas como una partida más en su presupuesto festivo. En el Hércules, Miroslav Djukic debió gestionar las constantes faltas de Royston Drenthe. En cierta ocasión lo sancionó sin entrenarse tras llegar 20 minutos tarde a una sesión vespertina. El neerlandés era otro sospechoso habitual: "A Drenthe siempre se le moría alguien —declaró al final de la campaña Djukic—. De siete entrenamientos, llegaba tarde a cuatro".

Ousmane Dembélé se forjó también una fama complicada en sus años en el FC Barcelona, como tuvo ocasión de comprobar Ernesto Valverde. En febrero de 2020, el hoy jugador del PSG llegó al entrenamiento hora y media tarde y el club lo mandó a trabajar solo, junto al preparador físico. Apenas un mes antes, Valverde lo había fuera de la convocatoria de un partido de Copa con el Betis, tras fumarse una sesión completa. No es que llegase tarde. Es que ni apareció. El club mandó al médico a su domicilio para comprobar su estado, que era el previsible: Dembélé se había dormido. La versión oficial fue otro clásico: el club declaró que lo había afectado una gastroenteritis. El francés reincidiría la temporada siguiente con Xavi.

Estos casos muestran que, pese a la resonancia que están teniendo sus demostraciones de rigor prusiano, Flick no es el primero ni será el último técnico que eleva el grado de la sentencia dejando sin jugar a un infractor. "Yo también he llegado a dejar jugadores sin convocar", reconoce Francisco, quien sin embargo advierte de que no es lo mismo tomar estas decisiones maximalistas en el Barcelona que en un equipo con recursos muy diferentes: "Las medidas que toma el Barcelona no se las pueden permitir otros equipos que se están jugando, por ejemplo, la salvación".

En esos casos el técnico se debate entre la necesidad de respetar los principios de convivencia del grupo y no comprometer el rendimiento deportivo. A veces hay que mirar para otro lado. Como los padres desahogados que prefieren no prohibirle la Play al niño, no sea que tengan que acabar ayudándole a montar un Lego: "Si el problema lo tienes con un jugador de más de 2.000 minutos, te encuentras en un dilema: porque no es lo mismo poner a otro que juega mucho menos y que no puede darte el mismo nivel", argumenta Francisco.

Hasta Flick ha visto cuestionada su decisión por prescindir de Koundé y alinear a Héctor Fort. El maximalismo en las sanciones depende de la personalidad del entrenador, pero también del contexto y de lo que demande cada jugador y cada grupo. Lo que puede funcionar con una plantilla en determinadas circunstancias puede no hacerlo en otras: cada técnico ve qué es lo que mejor encaja en su caso", advierten los profesionales.

"A mí me han venido los propios capitanes a pedr que castigara a un jugador. A mí me gusta que se impliquen y en algún caso les he dicho que yo creía la versión de su compañero... pero que decidieran ellos"

Ranko Popovic Entrenador

Por ejemplo, qué ocurre cuando quienes infringen las normas son genios de la pelota, afectados de un indomable espíritu libre, gente en perpetua adolescencia: ¿Cuántas veces llegarían tarde un Maradona o un Mágico González? "Sé que soy un mal profesional, pero es que tengo una tontería en la cabeza: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo, juego para divertirme", dijo el inolvidable futbolista del Cádiz. Ahí se impone la permisividad, claro. Hay que pagar el precio.

Más difícil de solventar es cuando quienes reinciden son pesos pesados del vestuario, lo que suele ocultar un pulso más o menos explícito al entrenador o al club. Quique Setién, por ejemplo, se enfrentó a una situación de alta complejidad en el Camp Nou. En la docuserie FC Barcelona, una nueva era se coló una imagen en la que el técnico reprochaba a los capitanes Leo Messi, Piqué y Jordi Alba su retraso en la incorporación a un entrenamiento: "¿Siempre hay que esperaos a vosotros o qué?", se oía decir a Setién. La escena fue interpretada como parte de un silencioso pulso entre las vacas sagradas azulgranas y el entrenador.

En esos casos se hace más difícil equilibrar todos los factores sin socavar la autoridad del técnico ni el ecosistema del vestuario. Aunque no lo hace en respuesta a estas cuestiones concretas, Francisco sí alude a algunos principios básicos que pueden servir para delinear la forma en que los técnicos afrontan estas tesituras: "El entrenador tiene que gestionar todo esto y, en la medida de lo posible, anticiparse a los problemas. Y además teniendo en cuenta que el vestuario no puede ver un trato de favor".

Por lo general, los grupos suelen interpretar de manera positiva la disciplina, porque ayuda al funcionamiento saludable del colectivo. Javi Gracia cambió la dinámica a su llegada al Watford, en todos los sentidos. Y en parte lo consiguió —aparte de sus recursos como entrenador— instaurando un cambio de cultura interna en la caseta. Lo contó su capitán, Troy Deeney: "Antes los jugadores hacían las reglas y pensaban las multas, pero este año es el entrenador el que se hace cargo. La peor es la de 100 libras por cada minuto que se llegue tarde al entrenamiento, pero el respeto ha ido creciendo por parte de todos los jugadores", confesó Deeney.

Cuando Xavi llegó al banquillo del Barcelona habló desde el mismo momento de su presentación de la importancia que para él tenía el respeto a las normas: "No es disciplina, es orden; siempre que lo he tenido ha ido bien", argumentó el técnico. Se podrá pensar que este tipo de multas resultan calderilla para futbolistas con sueldos elevados, pero la realidad a menudo es otra. Pedri contó también en un programa de televisión que, con Xavi, los retrasos se pagaban a 1.000€ el minuto. Y el doble por cada minuto a partir del primero.

En esa línea andaba también el sistema de multas impuesto por Luis de la Fuente a sus internacionales en la última Eurocopa. Álvaro Morata reveló que cada minuto de tardanza se pagaba a 100€, el doble en día de partido. Pero eso no era todo: como explicó el capitán de la Selección, esa cifra se añadía a la multa base, que era... de 1.000€. Así que el minuto salía a 1.100, los dos a 1.200 y así sucesivamente. No se sabe a cuánto ascendería el bote final en el vestuario español, pero los jugadores se llevaron el premio gordo: el título europeo.