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El Sevilla pierde su escudo en el Sánchez-Pizjuán: sin Jesús Navas no gana en casa

La última victoria como local fue el 14 de diciembre, en el baile final del palaciego. La presión de jugar en su feudo, contraproducente para un grupo débil mentalmente.

Jesús Navas, emocionado en su último partido en el Sánchez-Pizjuán./EP
Jesús Navas, emocionado en su último partido en el Sánchez-Pizjuán. EP
José Manuel Rodríguez

José Manuel Rodríguez

Increíble, pero cierto. Y difícil de creer por la historia reciente del club. El Sevilla de García Pimienta juega infinitamente mejor lejos del Sánchez-Pizjuán que dentro. O, al menos, saca unos resultados completamente mejores. Si como visitante promedia números de Europa, como local los tiene de casi descenso: el quinto peor de toda Primera División.

Junto a Las Palmas, el Sevilla es el único equipo de toda la liga que aún no ha ganado un partido como local en este 2025. Tampoco ha sido capaz de encadenar dos victorias consecutivas... porque para eso debe salir triunfante algún día en el Sánchez-Pizjuán. Y eso no pasa desde que se le fue un trozo enorme del escudo: Jesús Navas González.

Para ver la última victoria del Sevilla en casa hay que remontarse al 14 de diciembre de 2024. Una tarde mágica en Nervión, señalada y muy emocionante. Fue el último partido profesional de Jesús Navas en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Ante el Celta de Vigo y con un gol nacido de la cantera, obra de Manu Bueno, Nervión sonrió por última vez viendo a su equipo en casa. 1-0. Qué tiempos aquellos...

Pero, ¿Cuál es el motivo? Nervión aprieta e incomoda a los rivales, pero en los últimos meses es totalmente al contrario. Y todo se explica por la juventud de un grupo no preparado para la exigencia de jugar en casa. El Sevilla, ante el Athletic, volvió a jugar con fuego a la hora de sacar el balón. Eso provocó el runrún de un estadio que históricamente ha repudiado ese fútbol horizontal. En el Sánchez-Pizjuán son viejos rockeros: correr, correr y correr.

Y en esos momentos, el Sevilla de García Pimienta se cae. No es magia, es una consecuencia. El equipo, capitaneado por un Saúl que se volvió a llevar una pitada en el cambio, no tiene la suficiente personalidad para aguantar la presión de su gente. Por eso fuera, cuando comete los mismos errores, acaba sacando resultados positivos. Y en casa, al contrario.

Tampoco es casualidad, sino causalidad, que todo haya coincidido con la marcha de Jesús Navas. Algunos se preguntarán que qué le daba el palaciego al Sevilla, si estaba que no podía ni prácticamente jugar con la cadera. Pues el eterno capitán de Nervión era un salvavidas para sus compañeros. Denle la presión a él, que la quiere, la mima y la trata como los auténticos campeones. Porque era el único con mentalidad de campeón en ese vestuario.

También era el único futbolista imposible de pitar para el Sánchez-Pizjuán. Su leyenda, su mayor baluarte. Su escudo. Sin él, no es casualidad todo lo que ocurre. El Sevilla actual es un equipo nervioso, sin calma, sin paciencia y con mucha debilidad. Nada raro en un grupo tan joven e inexperto. Eso lo ganas con la experiencia. Y el futbolista que la tiene, Saúl, no ha logrado ser ese bálsamo para el vestuario.

Un divorcio totalmente visible. El Ramón Sánchez-Pizjuán no se siente identificado con lo que ve en su propia casa. Y ante eso, incluyendo la complicadísima situación a nivel de entidad, no duden que el sevillismo protestará. Porque eso es lo que le hizo grande. Y eso es lo que seguirá ocurriendo, para bien o para mal. Que cambie la mentalidad el vestuario, que su gente no piensa cambiar la filosofía. Y menos mal.