Los "tiktokers" del fútbol en los 90: "Llevábamos chupa-chups, que ahora me da la risa, y te podías subir al autobús con Roberto Carlos"
La distancia entre jugadores y aficionados ahora parece insalvable, pero hubo un tiempo en el que futbolistas como Fernando Redondo hablaban con normalidad con los fans.

La bronca de Iñigo Martínez con un Tiktoker malencarado está ya bastante relatada, pero detrás de ese momento, esa fricción momentánea, se cuenta la historia de un distanciamiento. No de él concretamente, es algo mucho más amplio, una fractura del fútbol con su gente. Especialmente en los grandes equipos, pero no solo.
Hubo un momento en el que los aficionados iban con normalidad a los entrenamientos, un pasado en el que los jugadores no tenían que esperar quince días para ver a sus fans en la grada. El fútbol no vivía en un búnker.
Con 12 o 13 años, Gema era una de esas fans que con mucha frecuencia acudía a la vieja Ciudad Deportiva del Real Madrid, en el norte de la Castellana, donde hoy están las cuatro torres más altas de la capital. "Yo era muy fan del Madrid aunque más que madridista era redondista, me di cuenta cuando se fue que a mí lo que me llevaba a ir era Redondo", explica.
Cualquier pieza de informativos de la época muestra las mismas escenas, jóvenes cargados de fotos, banderas o papeles, en busca de un autógrafo. Un autógrafo que, a diferencia de hoy, nadie sospechaba que lo pidiesen para venderlo en Wallapop o similares. Y no solo por el hecho obvio de que Internet no existiese más allá de unas pocas universidades y centros militares en Estados Unidos, también había de fondo una relación completamente diferente entre los aficionados y sus ídolos.
"Ahora no tengo ni idea cómo va el tema, si se puede entrar a ver los entrenamientos, pero en aquella época de la que te hablo íbamos a la Ciudad Deportiva, veíamos el entrenamiento y luego nos movíamos a donde tenían ellos aparcados los coches. Había como una valla, pero cuando había poquita gente la valla la abrían y tú entrabas y te hacías fotos con ellos", recuerda Gema.
El recuerdo es similar al que guarda Joan Collet. Él era un gran aficionado espanyolista, tan aficionado que terminó siendo presidente, pero esa es otra historia. "Yo tenía una empresa, hacía de comercial, muchas veces me organizaba los horarios de mis visitas por Barcelona para ver el entrenamiento", rememora.
No había ninguna restricción para poder ver a los suyos en el día a día. "Siempre estaba la misma gente y charlabas con todos, era otro ambiente, sobre todo había gente jubilada, claro", relata.
El Madrid de los Ferraris era el de Mijatovic, el de Suker o Roberto Carlos. Un conjunto que, además de ganar la Séptima, era casi un fenómeno social en la ciudad, un equipo tangible para el aficionado, con mil historias de día y de noche. "Recuerdo llevar chupa-chups, porque llevábamos chupa-chups, que yo ahora lo pienso y me da la risa esto, y a lo mejor Roberto Carlos te decía que quería uno y tú subías al autobús, hablabas con él y te bajabas", dice.
No era solo en la Ciudad Deportiva, incluso cuando se iban a concentrar era común que los más fieles acechasen a los jugadores. "Ellos aparcaban el coche en el parking de la esquina del Bernabéu y fuera había un autobús que los recogía. Tú te metías en el parking y hasta que se subían al autobús ibas hablando con ellos como podrías hablar con cualquier persona", explica.

Collet también recuerda esa cercanía. "Aquí siempre hemos tenido una relación cercana, la ciudad deportiva era muy abierta e incluso dentro de la ciudad deportiva podías parar a los jugadores, no como hacen ahora, que esperan fuera. Antes la gente entraba y podía hablar con los jugadores, igual que en Sarriá cuando salían. Ahora está todo muy profesionalizado", comenta el expresidente del Espanyol.
"Cuando estábamos en Sarriá había lo que llamaban el campo de la chatarra, que era un campo que era un poquito más grande de fútbol sala, pero no mucho más, que estaba debajo de la tribuna y no había ni puerta. Tú entrabas allí, te ponías y los veías entrenar a tu lado. Claro, esto ahora es impensable, ¿no? si cada día lo hacen a puerta cerrada", remata Collet.
Gema recuerda un cumpleaños en el que se llevó la camiseta de su ídolo, Fernando Redondo. "Mis amigas le explicaron que iba a ser mi cumpleaños, y él ya me conocía. Querían que me diera una camiseta y debieron quedar con él para ir un día a la Ciudad Deportiva y ese día que fuimos me la dio", rememora. La camiseta, por supuesto, está enmarcada.
De vuelta desde Milán
La anécdota demuestra bastante cercanía, pero por si no quedase claro del todo, vayamos con otra todavía más ilustrativa. Es también una prueba de que los futbolistas, algunos futbolistas al menos, son seres humanos capaces de apreciar a la gente que les da cariño.
La situación es esta: han pasado unos años, Redondo se ha ido del Real Madrid y juega en el Milan. El equipo rossoneri viaja a España para jugar contra los blancos en Copa de Europa. Gema, que ya no es una niña, estudia periodismo y en la universidad le han pedido que le haga una entrevista a alguien que admire.
"Vino con el Milan y me enteré de dónde se iban a concentrar. Fui a verle y le escribí una carta explicándole lo del trabajo que me habían mandado y pidiéndole una entrevista. Sin más, yo le di la carta, nos estuvimos saludando y me preguntó qué tal estaba", cuenta.
Pero la historia no termina ahí. "Esa tarde me llamó en la casa para decirme que, por supuesto, me daba la entrevista. Al día siguiente fui al hotel a hacérsela", cuenta.
"Estaba alucinando un poco, y de hecho no me dejaban ni entrar al Palace, porque claro, imagínate eso, lleno de gente esperando al Milan. Él me llamó, me preguntó dónde estaba y salió a buscarme", recuerda.
La entrevista se desarrolló con normalidad, dentro de la anomalía que es que un jugador como él, el del regate de Old Trafford, concediese su única entrevista en España a una estudiante. La intrahistoria luego terminó en el Marca, para dolor de Gema: "Yo me cabreé bastante, porque creía que le estaba poniendo en apuro a Redondo, que al final estaba concentrado".
Ha pasado el tiempo y en algún momento todo esto se rompió. A veces por decisiones de los clubes, otras muchas por la inercia de un fútbol que ha pasado de pasatiempo a industria. Los jugadores se convirtieron en ídolos invisibles e inaccesibles, los medios de comunicación se multiplicaron hasta pedir a gritos un poco de orden, los aficionados se globalizaron y ver al Real Madrid o al Barcelona terminó siendo un evento turístico. Surgió Internet, y con él las redes sociales y la sociedad en la que incluso lo más inocente, el darle un autógrafo a un joven, puede tener un valor económico. Y si aún quedan jugadores como Redondo, señoriales, cercanos, educados, difíciles de reprochar, es posible que nunca lleguemos a saberlo.