Cuando los ultras quieren matar al mensajero: "Me dijeron que si no revelaba mi fuente no salía nadie del estadio"
Más allá de las gradas, muchos grupos de aficionados radicales extienden sus amenazas a la prensa. Unos cuantos periodistas cuentan sus experiencias.

Hubo un tiempo en el que lo de los ultras era tan habitual, estaba tan introducido en el mundo del fútbol, que pasaron a considerarse normales cuestiones que ni lo son ni nunca deberían de serlo. "Hemos pasado momentos malos por esa rivalidad Deportivo-Celta o Celta-Deportivo en la que se nos metía de por medio. A la hora de grabar las imágenes en Balaídos o Riazor para la afición eras siempre del otro equipo. Había insultos, algún objeto que ha caído cerca y tal, pero yo no recuerdo ninguna agresión física. Quizá alguna ventanilla rota porque la unidad móvil tenía el logo de la TVG", recuerda Terio Carrera, histórico de la autonómica gallega que no da mucha importancia a algo que, leído con detenimiento, es en sí mismo escandaloso.
Lo que ocurría en las gradas de los campos era visible para todos. Las bengalas, los gritos o la simbología extrema... ahora lo son menos, porque hay más cámaras, más normas y, por encima de todo, más voluntad general de que no monten el espectáculo en los fondos. Fuera, sin embargo, la vida no es tan fácil. La cosa ya no pertenece a los clubes y, como afirma el profesor de derecho Manuel Rodríguez Monserrat, la estadística ahora apunta a que el conflicto no ha desaparecido, sino que solo se ha trasladado a los alrededores del estadio. Esto es algo que la semana pasada se vio de manera cruda en A Coruña, cuando unos ultras del Málaga reventaron un bar.
Los ejemplos son muchos, pero uno de los colectivos más hostigados por los ultras son, precisamente, los periodistas. En el Bernabéu se han visto pancartas contra Manolo Lama o José María García, están muy contados los casos de cánticos injuriosos e incluso amenazas entre los radicales de los equipos más grandes. Pero el fenómeno no es exclusivo de los gigantes, una cadena de llamadas lleva rápido a encontrar muchos casos, incluso unos cuantos muy extremos. Algunos periodistas hablan con nombres y apellidos, otros cuentan su historia, pero prefieren no ser citados para no volver a llamar a los problemas. Se entiende el respeto.

Rodrigo Faez es un periodista célebre. Ahora trabaja en la cadena estadounidense ESPN, pero su recorrido es amplio y notable. Eso mismo ha hecho que tenga varias experiencias que contar. "El verano pasado me llegaron mensajes de una persona sobre todo, que entraba en el perfil y no te especificaba el equipo de fútbol, pero tenía la típica bandera de España, con el aguilucho. Me ponía: 'Sabemos que vas a correr todos los días, lunes, miércoles y viernes a Madrid-Río'. Esa fue la última, yo creo que más que nada fue por alguna información de fichajes, porque yo llevaba un tiempo tranquilo", explica Faez.
Ese mensaje por internet, muy extendido, en algún momento de su vida escaló a otros niveles. "Sería como en el año 2000, hace tiempo ya. Una facción de un grupo ultra empezó a llamarme desde números desconocidos, me llamó a la redacción entonces de Punto Radio diciendo que tuviese cuidado con lo que andaba diciendo por la radio, porque un día me iba a caer una paliza y tal, y que cuidado cuando fuera al estadio que sabían dónde curraba, para quién curraba y mis horarios", rememora.
La historia fue más allá: "El culmen de aquella amenaza, que fue gorda, es que llegué a tener un anónimo puesto en casa. Aquel día pillaba un avión y lo vi muy temprano, un cartel que ponía 'aquí vive Rodrigo Fáez, hijo de la gran puta', o no sé qué ponía, algo así. Lo pude quitar a tiempo, pero claro, saben dónde vives y todo. Era una de esas placas como las que pone el ayuntamiento para decir que en un lugar vivió alguien".
Donde todos se conocen
Las cosas se vuelven muy crudas en poblaciones más pequeñas, especialmente cuando los clubes viven momentos complicados y, todavía más, cuando de fondo hay problemas graves empresariales, como ocurre en Jerez con el Xerez Deportivo. David Gallardo tiene un programa de radio en Canal Sur. Habla con frecuencia de lo que muchos no se atreven. Y por eso ahora, cada vez que baja de su casa, tiene que leer en un muro una pintada que reza "Gallardo perro XCD o muerte". El mensaje se reproduce tal cual estaba, los ultras no ponen comas.
"A mí me da igual, porque yo ya cumplo 50 años y como diría Luis Aragonés tengo el culo pelao, pero me siento incómodo por mi familia, claro", explica al teléfono. Esta reacción es muy corriente, muchos periodistas asumen que es parte de la vida laboral, por extraño que parezca, pero una pintada en la puerta de casa implica algo que va mucho más allá del trabajo.
Ese proceso de amenazas, pintadas, anónimos y llamadas en ocasiones va más allá. De eso puede dar constancia José David Palacio, periodista de la Cadena SER que ha cubierto durante años al Rayo Vallecano. Él conoció a los Bukaneros mucho más de cerca de lo que hubiese querido. Ahora cuenta la historia entera.
"Fue en 2016, cuando el Rayo había bajado a Segunda. Empezó la Liga con un par de jornadas malas y tuvieron una pequeña concentración en Almería, porque jugaban Liga y Copa. Se quedaron cinco o seis días allí, y el vestuario estaba bastante mal. Después del partido de Liga, que gana 3-0 el Almería, hay una bronca tremenda y ahí nos cuentan que Miku y Sandoval, el entrenador, llegan a las manos y tienen que separarlos", rememora.
Contar esa historia unos días después desemboca en el sábado. "Me levanté y tenía muchas llamadas de un número desconocido. Me volvieron a llamar y se me presentó como un ultra del Rayo que me pedía urgentemente que le dijese quién me había contado eso porque, si no, no salía nadie del estadio, porque tenía a los jugadores retenidos en el vestuario", sigue en su relato.
"Obviamente yo no se lo dije y me siguieron llamando para decirme que habían dejado salir a algunos pero que había otros a los que no iban a dejar salir. En una de esas me llamó un jugador rogándome que fuese al estadio porque no les iban a dejar salir. Ese mismo teléfono lo cogió el cabecilla de ellos para decirme que fuese y que lo resolvíamos cara a cara".
Cuando Palacio llegó al estadio se encontró esa escena, el jugador retenido en las escaleras de Vallecas y tres ultras con ese futbolista, diciéndole al periodista que él no iba a salir si no revelaba su fuente. "Yo les dije a ellos que yo ya les había dicho a los jugadores, a ese y a otros de la plantilla, que habían sido gilipollas por adherirse a algunas iniciativas de Bukaneros, porque les iba a pasar esto. La cosa se tranquilizó y a él le dejaron salir, pero a mí no".
En esa conversación le echaron en cara no haberse reunido con ellos y le reprocharon que no les siguiese en sus batallas. Mientras tanto, en otro lugar del estadio, se daba una rueda de prensa del entrenador. No había seguridad por el campo, no suele haberla en las previas, y la cosa se alargó. Finalmente, al salir de la rueda de prensa, varios periodistas y el propio Sandoval vieron la escena. Ahí el entrenador fue a reprocharle la información, pero también sirvió aquello para que la escena terminase.
Palizas, persecuciones
Es un caso extremo, pero no único. En la hemeroteca está que José Sánchez y Jordi Sibina, dos periodistas que cubrían el Espanyol para una revista especializada en el equipo, se atrevieron una semana a publicar una foto de un ultra y un editorial en el que se les denominaba como "la lacra del fútbol".
En el partido siguiente pasaron cerca del bar en el que se congregaban las Brigadas Blanquiazules. Treinta personas salieron en tromba, les persiguieron, empezaron a lanzarles objetos y terminaron recibiendo una paliza. Las consecuencias no fueron muy graves, salieron magullados y con un juicio pendiente. Fueron meses de miedo, de tener que ir protegidos, viviendo amenazados porque les habían dicho que lo que había ocurrido no era más que una advertencia.
Terminó el juicio en una multa, poco más. En este caso entró la policía y el sistema judicial porque la cosa había ido a mayores, pero los consultados explican que normalmente la propia policía avisa de la dificultad de perseguir unas amenazas, incluso una pintada al lado de tu casa.
Hay más llamadas, más mensajes. Historias que se cuentan pero sin nombres ni apellidos, por no revivir aquello. Un periodista recuerda salir corriendo en Toledo ante la persecución de algunos radicales y tener que meterse en un bar para que la cosa se calmase. También pancartas en el estadio, un estadio de provincias bastante fogoso, con su nombre y apellido. Las cosas siempre son más calientes, por lo que sea, cuando en el club hay inestabilidad. Las leyes concursales fueron momentos de ultras haciendo su trabajo, quizá porque la información en los días malos es siempre más importante para todos.
Y a veces incluso el propio periodismo azuza o justifica, lo que termina llevando a los ultras a encontrarse incluso cómodos en la amenaza. Lo explica Terio Carrera: "Sí que hay algún imbécil que va por la calle, que ha escuchado gilipolleces durante toda la semana y son de pensamiento único. Hubo una época que a nosotros nos perjudicaba mucho el periodismo local, nos hicieron un daño terrible porque en Galicia es difícil contentar a todo el mundo, aplicas criterios profesionales, pero en las radios locales te azuzan y son partidistas".