OSASUNA 1 - REAL MADRID 1

La vena inglesa de Bellingham explica la boca caliente y su alta intensidad: "Esa emoción puede no dar lo mejor de ti"

La expulsión del futbolista del Real Madrid se explica desde su infancia en Birmingham y se ve con frecuencia en otros compatriotas.

Jude Bellingham se muestra sorprendido tras la expulsión de Munuera Montero. /AFP
Jude Bellingham se muestra sorprendido tras la expulsión de Munuera Montero. AFP
Gonzalo Cabeza

Gonzalo Cabeza

El fútbol mundial se ha ido estandarizando, el césped está igual en todos los rincones de Europa, la globalización ha hecho que los equipos se parezcan más los unos a los otros y cada vez es más difícil ver un estilo inglés, alemán o italiano de jugar al fútbol. Esa es la realidad, lo que no quiere decir que no queden trazas en sus deportistas que lleven la memoria al tópico: Bellingham se parece mucho al corajudo y voluntarioso inglés que hizo del fútbol británico un escenario de ida y vuelta con mucho balón aéreo, mucho choque y una intensidad fuera de límites.

"Soy un jugador inglés, soy de fuera y me sale natural decirme ciertas cosas en inglés, quizá debería decirlas en español", reflexionaba el todavía muy joven jugador de Birmingham. Se refiere en este caso al idioma, porque a uno las cosas que le salen del estómago le suelen salir en su lengua, salvo que ese uno sea Hristo Stoichkov, que por alguna razón era capaz de elegir según conviniera.

"Lo que tienes que entender es que hay mucha emoción en el campo y estos detalles pueden costar partidos, esa emoción puede no dar lo mejor de ti, pero no creo que sea el caso, he estado calmado y lo puedes ver con la lectura de labios, no es lo que dice en el acta. Estoy calmado, porque sé que solo me he dicho una expresión a mí mismo que he dicho desde que tenía 16 o 17 años", remarcaba el atacante blanco.

Es un modo de jugar al fútbol personal, porque solo el propio jugador es responsable de sus actos, pero también tiene mucho que ver con el lugar donde se aprendió el oficio. A los 16 o 17 años Bellingham empezó con esas letanías, que no son exclusivas del país pero sí abrumadoramente frecuentes. Solo ver un partido de la selección inglesa basta para saberlo.

José Manuel Ochotorena, muchos años entrenador de porteros con Benítez, contaba en el podcast Porteros el tremendo choque cultural que se encontraron al llegar a las islas británicas. Benítez, un loco de la táctica, paraba el entrenamiento constantemente para ir corrigiendo detalles, los jugadores se desesperaban con aquello. "Te daban las gracias cuando los entrenamientos eran intensos, si era al revés no te decían absolutamente nada", explicaba el que también fue durante lustros preparador de guardametas de la Selección. La cosa era tan así que terminaron llevando a Reina a ver si así encontraban un portero capaz de entenderles.

Ochotorena le explicaba a Zubizarreta en esa conversación que esto era algo tan inyectado en el fútbol inglés que con frecuencia tenían problemas con las estructuras del club en el mercado de fichajes. Donde los directivos pedían intensidad y un constante derroche de esfuerzo, el cuerpo técnico buscaba otro modelo. "Ellos querían jugadores ingleses, que fueran muy intensos, y tú, al final, para lo contrario, traías a jugadores como Xabi Alonso para que organizaran un poco el juego y no te lo aceleraran", explicaba el asistente de Benítez.

Bellingham aprendió el juego en ese contexto y con ese espíritu, por más que después haya hecho un Erasmus en Alemania y se haya consagrado finalmente en el Real Madrid. Los jugadores con calidad, como sin duda es él, no sirven de nada si no terminan el partido con la voz entrecortada y ganas de irse a dormir lo antes posible. Lo de regularse no forma parte de sus opciones, y ese exceso de revoluciones no es solo algo futbolístico sino que tiene relación también con su manera de expresarse en el campo.

Tampoco es el primero de esta estirpe que ha jugado del Real Madrid. Cuando Beckham apareció en el equipo había a su alrededor un halo de sofisticación que hoy es difícil de entender. Fue el fichaje más mediático, en un fútbol todavía no tan abierto, estaba casado con una Spice Girl, su resumen de mejores momentos acumulaba un reguero de tiros libres delicadísimos y su cuidado estético estaba muy por encima de lo que se estilaba en la Liga española. Se esperaba de él un jugador dado al capricho, pero cualquier sospecha en ese sentido estaba injustificada.

Beckham, vestido de corto, era intenso, era agresivo, era muy caliente. Un árbitro le expulsó por llamarle "hijo de puta", en castellano, una lengua que prácticamente nunca habló en público pero de la que echaba mano si, como en aquella ocasión, la veía necesaria para dejar clara su indignación. Ese carácter le llevó también a una expulsión en un Mundial que casi lo convierte en villano nacional, porque jugar con explosivos tiene estas cosas. Y cuando Capello lo mandó a la grada porque creía que su salida del Madrid unos meses después le iba a desconectar del equipo, él terminó dándole la vuelta a la situación y siendo importante en la consecución de una liga milagrera.

Bellingham y Beckham son jugadores muy distintos, evidentemente, pero surgieron de un mismo fútbol, uno en el que se puede perdonar un "fuck off" —aunque, como en todo, depende del contexto— pero no una triquiñuela que busque engañar al árbitro para que te pite un penalti.

"Creo que es importante decir que hay árbitros fantásticos en España, los incidentes pueden opacar la calidad de muchos de ellos, pero incidentes como el de hoy no ayudan", reflexionaba el actual jugador del Real Madrid sobre los árbitros en ese intento final por fijar el relato y buscar la menor de las sanciones. La frase, evidentemente, contradice el mensaje que sale de su club, pero esto también forma parte de ese mismo carácter: aunque la Premier haya cambiado mucho —cada vez es menos inglesa— en la conversación en el país suele intentarse que el árbitro quede fuera de la polémica. Cada vez lo consiguen menos, eso también es verdad.

Bellingham es todo eso y, también, uno de los jugadores más vigilados del mundo. No necesariamente por el árbitro, pero sí por las cámaras de televisión. Es normal, no deja de ser una de las grandes estrellas de uno de los equipos más famosos de la tierra, las retransmisiones de los partidos en los que él juega tienen más cámaras que la mayoría y es bastante común que alguna de ellas le siga de manera personalizada. Es un arma de doble filo, esa exposición es la que le hace célebre, la que le convierte en lo que es, pero también ayuda al resto, y esto incluye a los árbitros, a hacerse una idea de lo que se enfrentan.

La semana previa al partido, varios medios ingleses, luego recogida por otros españoles, señalaron que Bellingham había hablado de más en el derbi. Lo de hacerlo en inglés a algún árbitro le puede empujar a obviar el tema, no le vaya a haber entendido bien, pero otros pueden hacer más por entenderle y mantenerse más alerta, que al fin y al cabo saben que tiene tendencia a hablar y lo hace en un idioma foráneo.

Dejó a su equipo con diez y el equipo empató en Pamplona, es un dolor que le reconcomerá si, finalmente, ese resultado deja al equipo sin el título de liga. En todo lo que ocurre con Bellingham, de todos modos, falta un elemento más para entender, y es recordar que tiene 21 años. Esa bravura tan inglesa es algo que, con el tiempo, aprenderá a domar. Porque las consecuencias de decir fuck off, fuck you, o lo que sea al árbitro o a sí mismo, son evitables si no llega a decir nada.