La historia de Lamine Yamal con el Barça comenzó con un par de bocatas y un billete de tren
La popularidad del delantero catalán le obliga a tener que hacer visitas exprés a su barrio.

"En el barrio viven muchos marroquíes", cuenta un vecino de Rocafonda con un marcado acento andaluz. Dice que lleva 35 años viviendo en el mismo piso, al que se mudó desde el edificio de al lado. Es hijo de una de las olas migratorias, de la de posguerra. Del mismo modo que Lamine Yamal, que ha popularizado su barrio con el 304, lo es de otra. El futbolista ha sido el culpable de que los niños de Rocafonda muestren orgullosos hagan el gesto de los números con las manos. También de que haya aparecido pintado en varias paredes del barrio.
Lamine lleva jugando en el Barça prácticamente desde que tiene memoria. Llegó a La Masia siendo prebenjamín y desde entonces no ha dejado de crecer. "Lo veías con 11 o 12 años y pensabas: este niño ganará el Balón de Oro", cuenta un agente que ronda por los campos de la Ciutat Esportiva. Y en ello está. Su familia, de raíces muy humildes, le vio crecer en la pista de fútbol sala pegada al campo del Rocafonda. "Siempre estaba con un balón en la mano", recuerdan quienes le han visto crecer.
Ahora, ya hace tiempo que no lo pisa. En su lugar, decenas de niños, muchos de ellos con la camiseta del Barça -aunque también con la de Marruecos o la del PSG-, juegan pachangas. Dicen los vecinos que cada vez es más habitual ver camisetas de Lamine por el barrio y su familia tiene montones de peticiones. También de entradas. Cuando el futbolista regresa al barrio debe hacerlo con visitas exprés. Sube a ver a la abuela y regresa a La Masia, donde sigue viviendo junto a Pau Cubarsí y otros compañeros.
El honor de tener una camiseta firmada por Lamine
Bajando desde casa de su abuela, Lamine, de pequeño, paraba en El Cordobés. El bar es de Carlos y lleva este nombre por su madre. Carlos tiene el honor de tener en su establecimiento una camiseta firmada por la joven perla blaugrana. Es la que el futbolista utilizó en su debut con el Barça Atlètic, en campo del Eldense. Paradójicamente, debutó antes con el primer equipo que con el filial. Regresó con el 'B' para el playoff de ascenso y ya se instaló en el vestuario de Xavi.

"Si fuera por él, estaría toda la vida aquí", dice Carlos. Por su bar desfilaban Lamine y su padre, Munir, las primeras veces que el chico iba a entrenar a la Ciutat Esportiva. Carlos les ofrecía la merienda, un par de bocatas, y les ayudaba a comprar el billete de tren, que salía desde Mataró. Y poco a poco, con el paso de los años, fue observando cómo aquel niño se convirtió en una estrella mundial.
Lamine, cuentan los que le conocen, sigue teniendo inquietudes de niño. Cuando empezó a escribir su nombre en los grandes escaparates se lamentaba de no poder ir a la bolera tranquilo. Pero tiene el peso y la presión de un famoso, de un futbolista. Y si bien en verano en el barrio había dos grupos -los que decían haberlo visto recientemente y los que no-, ahora es cada vez más complicado cruzarse con él. Cuando aparezca por Rocafonda, será para visitar a su abuela.
El barcelonismo está preocupado por si Lamine deberá doblar este año con la Eurocopa y los Juegos Olímpicos. Curiosamente, hace poco más de un año pocos culers sabían de su existencia. Ahora se abrazan a él para iluminar un futuro que a veces se dilucida demasiado oscuro. El vecino de origen andaluz que remarcaba la presencia de marroquíes en el barrio, tiene puesta la esperanza precisamente en la primera generación de hijos de migrantes para que su selección le dé una alegría el próximo verano.