Vinicius es el que de verdad hace ruido en el Bernabéu

En esta época en la que toca medir los decibelios del Santiago Bernabéu, no hay concierto ni lo habrá -si es que vuelven a celebrarse- que supere los rugidos de Vinicius. En un partido en el que el Real Madrid se mostró de nuevo pastoso ante el Villarreal, como los cánticos de la Grada Fans, el brasileño fue una vez más el gran agitador. Nadie desequilibra tanto como él. Sus arrancadas son lo único que el aficionado puede tener ahora mente para no amargarse con los gritos de Carvajal. Y que lo tenga claro Ancelotti: siempre brilla cuando se acuesta en la banda. Como delantero, más centrado en la columna vertebral, lo único que puede llegar a hacer es tropezarse con la ansiedad de Mbappé por agradar.
Vinicius tiene justo todo lo que le falta al resto de su compañeros a estas alturas: nervio, hambre y lo que diferencia a un futbolista bueno de uno diferencial: continuidad. El equipo y el estadio se comportan en octubre con idénticas ganas de que llegue la primavera cuanto antes. Si el verano es tiempo de giras, el otoño es cuando se desarrolla esta aburrida pretemporada. Mendy, Modric y Bellingham están lejos de su mejor tono y parecen ni estresarse. Ya estarán donde tienen que estar. Y el míster, por qué ocultarlo, tampoco anda tan fino cómo acostumbra. Pero quien se desgaste ahora en la crítica es que no aprende.
Lo de Tchouameni sí es más preocupante. Tiene cierta falta de conexión con los de blanco y con la grada. Pero los que tienen un problema real son sus adversarios. Carletto le ha puesto de central en una docena de ocasiones y en todas, sin excepciones, el Madrid ha salido triunfador. Da la sensación de que en la retaguardia no mejora sus prestaciones como mediocentro y no es capaz de quitarse ese cartel de bulto sospechoso. Pero cumple, tiene más rigor táctico que Rüdiger y su salida de balón no es nada despreciable. Habrá que esperar al día que de verdad enganche. Dos temporadas y media después aún sigue como meritorio mientras una mayoría votaría a Camavinga en unas elecciones presidenciales. El 'aplausómetro' les delata.
Del ataque conviene centrar el tiro en su pereza para defender. Si fueran un equipo de natación sincronizada jamás pelearía por las medallas. Uno (Mbappé), porque está deseando que el balón le supere para caminar. Otro (Vini), porque le sucede justo al revés: le sobra intención pero le falta la sabiduría para saber dónde y cuándo apretar. Y el resto (capitaneados por Bellingham), porque confunden la libertad ofensiva con repetir esa suerte para robar. Corren tan descoordinados persiguiendo al rival que pocas veces están plantados donde de verdad exige la jugada. El Villarreal pudo hacérselo pagar, pero estuvo demasiado tímido y respetuoso. Echó mucho de menos el descaro de Ayoze.
Menos mal para el Madrid que Valverde ha aprendido a pararse en medio campo como faro y no salir tanto de paseo, como si fuera un visitador médico o un cartero. Tiene pinta de que en vez de engancharse a Rapa u otras series televisivas de moda, se está poniendo en bucle la vida de Kroos, al que el madridista de a pie echa tanto de menos. El uruguayo, con su capacidad de abarcar terreno permite al Madrid salir con ligereza de la cueva y regresar a ella a deshoras. Y lo mejor de todo, esas conducciones interminables a las que noes tenía acostumbrados -que dejan tantos surcos en la hierba como desmarques sin regar- se han esparcido en el tiempo. Han sido sustituidas por una colección de cambios de orientación que rompen al adversario y dan vida como a nadie a Vinicius y a Carvajal,y además se ha especializado en lanzar misiles desde la frontal como si ese 8 le hubiera impulsado.
En ese arte es donde tiene que mejorar mucho más Camavinga, y más rápido. Su físico y su manejo del balón son poderes de los que tiene que servirse para dominar mucho más el partido. Gusta porque es más estético que efectivo. Y porque la nostalgia empuja a recordar a Seedorf. Vinicius, que juega cerca de él, ganaría con esa progresión cerca de su parcela y se beneficiaría de mejor manera de sus servicios a la espalda. Con 21 años (¡21!) y lo que ha hecho ya se ha ganado todo el tiempo del mundo para que nadie pierda la paciencia.
Mientras llega esa madurez de un futbolista que está en pleno crecimiento, como varios más, Vini se las ingenia a su bola, con una única obsesión de dar espectáculo noche tras noche para justificar el precio de la entrada. Da la sensación de que está cada vez más entonado. Puede que tras el parón, con la llegada en casa del Barça, Dortmund y Milan, y según se acerque más y más la Gala del Balón de Oro, regrese el rock and roll más cañero. Y eso sí que no hay insonorización posible que lo frene. La celebración de su gol se sintió en todas las comunidades de vecinos. En las de Chamartín y en las de Rio de Janeiro.