Xavi se quema entre periodistas y palmeros
El pasado 14 de noviembre Xavi, como portavoz improvisado, alzó la voz en la última reunión de entrenadores profesionales celebrada en Madrid. Y más allá del VAR o de los malditos parones internacionales y las lesiones, lo hizo lamentando que los técnicos tengan que comparecer ante los medios de comunicación tantas veces a la semana entre previas y postpartidos, sumando los encuentros de LaLiga, la Copa, la Supercopa y las citas europeas. Vino a pedir clemencia y, por tanto, una rectificación del actual sistema de relación con la prensa para reducir esos careos. Me da que hoy, si se repitiera esa cumbre, se encadenaría a la puerta hasta que alguien le diera soluciones y certezas.
No se sabe si por aquel entonces las quejas de Xavi se debían más al agotamiento que le empezaba a producir el hecho de explicarse continuamente -esquivando balas y justificando continuos tropiezos- o como adelanto de lo que le esperaba, con todo pensado y ya dimitido, desde entonces en adelante. Su intervención esa tarde finalmente quedó en nada, entre otras cosas porque Quique Setién había tomado la palabra para exponer sus problemas para cobrar los finiquitos de Barcelona y Villarreal y se hizo el silencio como antesala de la indignación. Entre los problemas de un parado y las molestias de un privilegiado, todos, menos Ancelotti que ya se había ido, priorizaron dar cariño al cántabro.
Sin embargo, el paso al frente de Xavi vino a reconocer ante sus colegas de gremio algo que le va a pesar como una losa hasta junio, si es que llega. Llevamos sólo dos días desde que anunció que lo dejará al final de esta temporada y ya han salido los nombres de Márquez, Tuchel, Míchel, Arteta y De Zerbi para sustituirle. Con guiños, desmentidos y silencios cómplices de por medio. Y lo que queda. Al Barça le esperan cuatro meses por delante este curso realmente duros porque, visto lo visto, hay más partido en la sala de prensa que en el campo. Donde Xavi ve liberación, yo imagino claramente un continuo ambiente conflictivo por culpa de un Laporta de Hacendado, bastante diferente al que conocimos en su día y al que nada ni nadie se le resistía. Xavi, ídolo de antaño, se tenía que haber ido cuanto antes. Y si él no lo ve así, el presidente se lo tenía que haber aclarado en vez de recordarnos que fue una leyenda y conservarlo como escudo.
¿Imaginan ustedes que un día llegan a casa y su pareja les comunica, de golpe y porrazo, que pedirá el divorcio dentro de cinco meses de manera irrevocable y aunque el próximo San Valentín, la Champions conyugal, sea como los de antes? Di Stéfano, que del fútbol y de la vida sabía un rato, siempre repetía que "cuando uno dice que se va es que ya se ha ido". Y no le falta razón. Can Barça lo comprobará lo que resta de campeonato. Separarte y seguir conviviendo bajo el mismo techo sólo es cosa de masocas.
La profesionalidad de Xavi está fuera de toda duda, porque sabe y ama lo que hace, pero entra en contradicciones (renovó en septiembre hasta 2025 pero dice que "tenía pensada mi marcha hace tiempo") y la condición humana es la que es. Llevado el debate futbolístico a nuestra existencia, comparando su decisión con la hipotética de nuestro medio limón, sólo visualizo un sindiós en casa que se palparía en cada detalle. Empezarían a aparecer nombres de futuribles por ambas partes cada dos por tres. O visitas algo molestas. Se deslizarían planes para el verano que parecían olvidados y que tensarían más la cuerda. Ojo a la desatención de las labores domésticas, que es como entrenar a medias o dejar de estudiar el balón parado del adversario. Por no sacar el tema del pago del alquiler, las facturas o quién va a hacer la compra. O incluso podría aparecer cierto desafecto o desapego por los niños, que es similar a dejar de contar con Fermín para no molestar a Gündogan o, al revés, obsesionarse con explotar a Lamine Yamal sin entender que en junio toca Eurocopa.
Hace tiempo que me llevaba dando la sensación de que Xavi vivía más pendiente de lo que decir que de lo que tenía que ejecutar. Cierta tendencia a desgastarse más mirando al tendido que al verde. Sobre todo lo confirmé el día de la prórroga de San Mamés. Viendo a Valverde en la banda, serio, solo y pensativo sobre cada una de las decisiones que debía tomar, Xavi iba y venía, rodeado de voceros, agitado y seguramente barruntando y anticipando -un ejercicio que conduce a la ansiedad- la forma de explicarle al personal después un nuevo disgusto: cómo se iba otro título por el sumidero en sólo diez días. Repasen lo que hizo un entrenador y otro en ese tiempo extra y verán las siete diferencias.
Un técnico no puede estar más pendiente del relato que de la tarea. Y Xavi, más que centrarse en lo que depende exclusivamente de él, parecía obsesionado con lo primero y condicionado para lo segundo. Veremos su forma de comportarse a partir de ahora. Hoy, de momento, se repitió y dejó claro que el futuro con el que venga seguirá siendo negro. Aquí nadie habla de Osasuna -y falta hace-, sino de justificar el caos y querer llevar razón, y esto amenaza con hacerse bola. No soy optimista. Es difícil salir de un bucle como el suyo.
De hecho, desde la temporada pasada, el fichaje de más calado que hizo para reforzar su staff -puesto continuamente en entredicho por su nivel y sus formas- fue un periodista (Edu Polo) para guiarle ante la supuesta toxicidad exterior, el dichoso entorno, cuando la realidad pedía a gritos centrarse en perfeccionar un libreto con repercusión directa en el campo. En concreto, contratando a un genio que le complementara y quitando protagonismo a algún que otro palmero cercano de los que le jalean, confunden y manchan... Hasta junio.