OPINIÓN

El desierto y el desamor

El Espanyol, tras consumarse su descenso a Segunda la pasada temporada. /EFE
El Espanyol, tras consumarse su descenso a Segunda la pasada temporada. EFE

La Liga Hypermotion, antes llamada Liga SmartBank y desde siempre conocida como Segunda División, tiene el mismo peligro que el desierto de los tártaros. En la novela de Dino Buzzati, el joven teniente Giovanni Drogo llega a la remota fortaleza Bastiani con la intención de pedir el traslado en pocos meses. Pero con el tiempo se habitúa a la rutina cuartelaria, a la distancia, al olvido y a la inmensidad vacía que rodea la fortaleza. Y así va pasando su vida.

Quien cae a Segunda no tiene otro objetivo que salir pitando de ahí. Como el teniente Drogo. Otra cosa es conseguirlo. Ocurre que es fácil encallar y quedarse. Por otro lado, resulta mucho más difícil salir por arriba que por abajo. Y es mejor no mirar hacia abajo: en comparación con ese abismo inferior, el desierto de los tártaros "Hypermotion" parece Las Vegas.

Permitan que me entretenga un momento en el Espanyol, una entidad que acaba de descender al desierto (que no es desierto para todos: luego me ocupo de eso) y ya se siente, de alguna forma, asomado a la cornisa, mirando el despeñadero. La temporada pasada tenía un equipo regular que jugaba mal. Este año tiene un equipo peor, no ha contratado a ningún futbolista y, sobre todo, nota en el alma el frío de una catástrofe más o menos inminente. No tanto por la falta de juego, que también, como por la falta de amor.

El propietario, Chen Yansheng, un juguetero chino, no está dispuesto a gastar un céntimo, no se acerca casi nunca a Europa y no muestra un especial afecto por el club. El último jugador que se fue de forma profesional, es decir, sin escupir sobre el escudo blanquiazul, fue Borja Iglesias, en 2019: los otros, algunos de ellos tras aparatosas exhibiciones de fe perica, tienden a salir por piernas y sin mirar atrás, como si acabaran de sufrir la peor experiencia de su vida. O sea que tampoco los futbolistas, en general, sienten demasiado cariño por el Espanyol. Incluso el dueño del VAR, el empresario Jaume Roures, proclama su deseo de que el Espanyol se hunda en beneficio del Girona. En torno al Espanyol va creándose, por primera vez en su historia, un peligroso vacío de desamor e indiferencia. Solo la afición perica, esa "maravillosa minoría" cada vez más minoría y menos maravillosa (aunque siga maravillando que los fieles amen tanto a un club que no les da ninguna alegría), sostiene la esperanza. Lo sé porque soy uno de ellos.

El desamor es lo peor que puede ocurrirle a un equipo. Si hasta una institución generalmente apreciada, como el Dépor, puede precipitarse por el barranco, ¿qué no le va a pasar al Espanyol? El que firma ha asistido a sus cinco descensos, desde 1962 a hoy. Las otras cuatro veces se percibía la convicción de que el retorno a primera iba a ser inmediato, y lo fue. Esta vez el ánimo es distinto. Se nota el frío dentro.

Puede ocurrir un milagro, porque en el fútbol los hay. Pero también puede ocurrir una tragedia. Y las tragedias son más abundantes que los milagros. De entre lo malo, cabe seguir la senda del Zaragoza, que, como el Espanyol, es uno de los diez clubes históricos de la liga: una década lleva en el desierto. De entre lo peor, hay donde elegir entre una variada gama de desastres, calamidades, hecatombes, quiebras, refundaciones y desapariciones.

Por supuesto, la Segunda División no es igual para todos. Para los recién llegados desde abajo (Racing, Albacete y, sobre todo, Andorra y Villarreal B) constituye un recreo y permite el sueño de volar aún más alto. A los demás les queda la angustia, la penuria económica, esa larga marcha por el desierto que muy pocos culminan.

Sin los lujos de primera y sin la desesperanza asumida de tercera (por más que la llamen Primera Federación, el estatus semiprofesional y la distribución por grupos geográficos delata su auténtica condición), sometidos a la ley de la máxima exigencia y la mínima posibilidad, un puñado de equipos inician este fin de semana la travesía del desierto. Se trata de un espectáculo duro, hecho de voluntad, resistencia y, dentro de lo posible, un poco de arte. Las gradas son gélidas y ventosas. El césped es áspero. A eso, antes de la feria de los billones y los clubes-Estado, se le llamaba fútbol.