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Lo que no se vio de un histórico fin de semana en el que ardió Asturias y que evocó a la UEFA del 91: "En Primera no se vive el fútbol así"

Oviedo y Gijón fueron el escenario de los partidos de ida de la promoción de ascenso a LaLiga.

Aspecto de El Molinón antes del partido ante el Espanyol. /SPORTING
Aspecto de El Molinón antes del partido ante el Espanyol. SPORTING
Marc Mosull

Marc Mosull

Asturias.- Amaneció frío y pluvioso el sábado en Oviedo (o Uviéu). "Para tener este paisaje así de verde, habrá que regarlo", le decía con gracia la camarera de un bar del casco histórico a unos madrileños mientras les servía un café con leche; demasiado pronto para una cerveza. No opinaban lo mismo los aficionados del Eibar que estaban sentados en la mesa de al lado. Faltaban casi siete horas para que arrancara el primer partido de la ida de los playoff de ascenso y más de uno ya había comenzado la previa.

A escasos metros del local, decenas de runners musculados calentaban piernas antes del pistoletazo de salida de la carrera solidaria de la Policía Nacional. Uno de los agentes, de corto por un día, le pedía a su compañero que le hiciera una foto junto a la Fuente de Escandalera, de la cual brotaba agua de color azul. Azul Oviedo. Y es que el Ayuntamiento, con la excusa del playoff, tiñó del color del club de fútbol algunos de los surtidores más populares de la ciudad. Justo al lado, en la fachada del Teatro Campoamor, donde se entregan los Premios Príncipe de Asturias, colgaba una pancarta de ánimo al equipo con el lema "Vamos Oviedo".

También en el balcón del Ayuntamiento se desplegó una bandera gigante. Hicieron lo propio muchísimos vecinos, pues en casi cada edificio del municipio había alguna pancarta o estandarte que recordaba lo que se jugaba el Oviedo: volver a Primera División 23 años después. Hasta el viajero menos futbolero, dando un paseo por el centro, se daba cuenta de que no era un fin de semana cualquiera en la capital del Principado. Bastaba con poner la oreja para enterarse; no había otro tema de conversación en las cafeterías ovetenses.

La fuente de la Escandalera, con el agua azul.  RELEVO
La fuente de la Escandalera, con el agua azul. RELEVO

'Calvario y resurrección del Real Oviedo'

Por la calle, chaquetas y chubasqueros del equipo a cada esquina porque, pese a ser junio, hacía demasiado frío para ir en manga corta. Y en los escaparates de comercios; camisetas y bufandas -o cualquier ornamento carbayón-. La Librería San Pablo de la calle de la Magdalena exponía en la parte central de su aparador distintos libros dedicados al Oviedo; el primero de todos, como si de una premonición se tratase, el título 'Calvario y resurrección del Real Oviedo', obra de Álvaro Ruiz de La Peña. Y es que no hace tanto, el club azulón estuvo muy cerca de la disolución; sus aficionados lo evitaron. La obsesión de la ciudad por el posible ascenso está más que justificada.

"Ganemos o perdamos ya estamos haciendo historia", le comentaba con cierto pesimismo una mujer a la vendedora mientras le cobraba por el chándal del Oviedo que acababa de comprar. "Pero no seas así, mujer. ¡Vamos a pasar!", le contestó la cajera, mucho más animada. A su lado, otra chica estampaba el número 12 y el nombre de Dani Calvo en la camiseta titular de la presente temporada. "El dorsal más demandado es el de Santi Cazorla, con muchísima diferencia; ¡ha sido una locura desde que llegó! Después, el que más nos piden es el de Colombatto", respondía la trabajadora, un poco agobiada con tanto gentío.

El local que tiene el club en la calle Caveda, en pleno centro, funciona como tienda, pero bien podría servir como museo en vistas de las imágenes, cárteles y material diverso que tienen expuesto en el establecimiento. Solo entrar, hay un retrato de Lángara y Herrerita, dos delanteros míticos del Oviedo de los años 30; justo al lado de una figura de cartón a tamaño real de Luis Aragonés y de una foto del recibimiento a los jugadores del Oviedo en la ciudad tras lograr el último ascenso en Primera División de su historia, en 1988. Algunos comparan el fervor vivido entonces con el de ahora.

El Ayuntamiento de Oviedo, engalando para el playoff.  RELEVO
El Ayuntamiento de Oviedo, engalando para el playoff. RELEVO

El agua de la Gabinona, la fuente de la Plaza América, también brotaba de color azul. Está muy cerca del Centollu de Santiago Calatrava, una monumental y controvertida construcción que data de principios de siglo y que ahora es el Palacio de Exposiciones y Congresos de la ciudad. Allí se asentaba el antiguo Carlos Tartiere antes de ser derrumbado. "Se caía a pedazos, pero era mucho más céntrico y el ambiente era distinto al nuevo. Mucho mejor", reconocía uno de los más viejos del lugar, una opinión generalizada en la afición carbayona. De hecho, fue estrenar estadio y el Oviedo descendió a Segunda. Ya lo predijo Luis Aragonés: "Jaula nueva, pájaro muerto".

El fenómeno peñístico

En la parte de atrás de la construcción, ahora hay un hotel, en el cual se alojó el Eibar para su partido del sábado. A eso de las 14:00, a cinco minutos de allí en dirección al nuevo Tartiere, el bar La Pata Negra ya estaba a rebosar de oviedistas. Comían chorizo a la sidra y jamón; comprado especialmente para la ocasión. Casi todos eran miembros de la Peña Luismi, bautizada así en honor al vigués Luis Miguel Areda, que se marchó del Pontevedra en Segunda B para jugar en 2003 con el Oviedo en Tercera. En el partido de ida por el ascenso en Ávila, marcó el 0-3 y se rajó la mano cuando quiso celebrar con su afición el tanto agarrándose a la valla. Ese corte le hizo inmortal en Asturias. "Tenemos un grupo de Whatsapp con él", reconocía Jaime Campillo, fundador de la peña y vicepresidente de la asociación de peñistas del Oviedo, que tiene más de 6.000 afiliados distribuidos entre 82 entidades, pues entre la afición carbayona es habitual asociarse en cuadrillas para ver los partidos, en casa y fuera, además de para comer y beber antes de los encuentros.

Mientras el resto devoraban el jamón, Campillo, que es uno de los tipos más respetados en el oviedismo, andaba haciendo sumas y restas para repartir las 200 entradas de las que disponían para la vuelta en Ipurúa. "Tenemos 713 peticiones", resoplaba. Ya en el partido de la última jornada de Liga, decisivo para lograr el billete al playoff, 1.500 aficionados del Oviedo se desplazaron sin ticket a Eibar, lo cual da un poco la medida de la fiebre que se está viviendo en la ciudad por el playoff.

Algunos de los allí presentes estuvieron en el único desplazamiento europeo de la historia del Oviedo, a Génova en 1991. "Cuando vi que Skuhravý saltaba, me quería morir", recordaba uno de los más veteranos acerca del 3-1 italiano, en el 89', que eliminó a los carbayones de la Copa de la UEFA. "Fueron 24 horas en autobús hasta allí; ida y, después, vuelta". En la ida, más de 6.000 tifosi del Genoa invadieron la ciudad ovetense, en plenas fiestas de San Mateo. El extinto grupo Fossa dei Grifoni trajo consigo material pirotécnico y "por primera vez se vieron en las gradas de España bengalas y fuegos artificiales", según relataban antiguos miembros de la afamada peña azul Chiribí, desaparecida a finales de los 90. Más de uno todavía luce con orgullo su bufanda. "¡Salimos en la Supertifo!", una revista italiana que era referencia en el mundo ultra, gritaban desde la barra.

Entre la muchedumbre hacinada en la terraza del local, y a medida que se iban apilando las botellas de sidra y de vino, ganaba más adeptos la querencia por una final asturiana en el playoff de ascenso, un melón que hace días que ya se abrió en la provincia. "Serían los dos partidos más importantes de la historia de Asturias y, de perder, te marcarían para siempre", razonaban los partidarios del 'no'. "Siempre que subimos fue con la vuelta fuera de casa. Además, les tenemos la medida tomada", aseguraba el más optimista de todos, que pronosticó un 3-0 ante el Eibar, en un partido que cada vez estaba más cerca de empezar, lo cual hizo que, cuando el jamón estaba en los huesos, algunos empezaran a desfilar hacia Pedro Miñor, epicentro de las previas carbayonas y punto de encuentro para el recibimiento del autobús del equipo en los días grandes.

Y el sábado, era el día más grande de los últimos 23 años, lo cual hizo que los aficionados desempolvaran sus mejores galas; una segunda equipación de mediados de los 90 Joluvi negra con detalles amarillos y el dorsal de Víktor Onopko, así como una roja Kelme de principios de la misma década con Lacatus a la espalda, fueron avistadas en los alrededores de la plaza. Ambas harían las delicias de cualquier cazador de piezas retro.

Un recibimiento apoteósico

A las cinco menos diez, apareció el vehículo que transportaba a los jugadores en la que fue la madre de todos los recibimientos. Los vendedores de bengalas y botes de humo hicieron el agosto, y pese a la lluvia, aquello se convirtió en un verdadero infierno, como ya relatamos en Relevo. Del "vamos a ciegas" y el "estamos en llamas", a la imagen de Cazorla golpeando el cristal en la parte de atrás del autobús como si fuera un guajín más de los que alentaban desde el asfalto, fue apoteósico.

Recibimiento del bus del Oviedo. RELEVO

Cuando el bus enfiló hacia el estadio, los miles de aficionados presentes en Pedro Miñor, regresaron a sus bares de confianza para apurar el último trago, mientras seguían cantando, claro. No faltaba nadie. Vili, por ejemplo, jugador del Oviedo en el último ascenso a Primera en el 88, también estaba en los aledaños departiendo con amigos como un seguidor más. Antes de las 18:00, ya todos pusieron rumbo hacia el Carlos Tartiere, efectivamente mucho más alejado del centro que el antiguo estadio.

Justo enfrente del Tartiere hay un campo, mucho más modesto. Es del Astur, un equipo rebautizado hace 20 años como Oviedo ACF que fue utilizado por el Ayuntamiento para rivalizar, en Tercera, con el Real Oviedo de toda la vida en pos de hacerlo desaparecer y suplantarlo. En 2003, se hicieron virales las imágenes de aficionados carbayones viendo el derbi entre ambos clubes disputado en Tercera en el estadio Hermanos Llana desde la tribuna del Carlos Tartiere. Pero esa es una historia que Relevo contará otro día.

“Gijonudo el que no bote es”

Dentro del estadio, al igual que en la previa, el ambiente fue fabuloso y, como era de prever, los carbayones volvieron a acordarse del Sporting. Son vasos comunicantes. El "Gijonudo el que no bote es" fue el cántico más recurrente de una tarde con más ambiente y tensión que fútbol: solo un cabezazo de Paulino en los compases finales pudo decantar un 0-0 que dejó abierta la eliminatoria para la vuelta. Mención aparte para el tifo desplegado por el Fondo Norte y el mosaico con cartulinas azules y blancas formado por el resto de aficionados mientras sonaba el himno del club interpretado con una gaita. Piel de gallina. Antes, los clásicos Sweet Caroline y Sarà perché ti amo, y Thunderstruck de AC/DC -que se escucha cuando salen a calentar los jugadores-, entre otros temas muy rockeros, encendieron la grada de un Tartiere que a lo largo del encuentro la tomó con el árbitro.

La hora del partido, 18:30, propició que tras el pitido final otra vez los bares y restaurantes situados alrededor de la plaza Pedro Miñor se llenarán. "En un día bueno, podemos gastar 40 cajas de sidra, unas 500 botellas", contaba el dueño de una de las sidrerías cercanas al estadio más concurridas a la vez que servía unas patatas al cabrales y un pastel de cabracho. Para el que no lo sepa, la sidra se vende por botellas -cuesta entre tres y cuatro euros cada una- y se sirve en culines y escanciada; generalmente el encargado de hacerlo es el camarero que, a cada rato, pasa por la mesa y pregunta "¿Echamos un culín?", como si fuera posible negarse a ello. Y lo más importante, se bebe de un trago. Además, para no parecer un foriatu, hay que tirar las últimas gotas de líquido que quedan el vaso después de cada buche.

"Si te tomas tres botellas, ya empiezas a ir 'enfiláu'", descubría, tras años de probaturas, un señor de edad avanzada, con una camiseta de Iván Ania; estaba sentado en la barra y deglutía las patatas al cabrales que le acababan de servir. Él llevaba ya dos botellas, lo cual indicaba que en breve se iría.

"No se vivía un ambiente así en Asturias desde la UEFA del 91", dijo poco antes de despedirse, recordando uno de los capítulos más bonitos del fútbol en la región, cuando por primera y última vez en la historia, los dos principales equipos asturianos jugaron competición europea la misma temporada, ambos en UEFA. El día antes del Oviedo-Genoa, el Sporting recibió en El Molinón al Partizan de Belgrado de Mijatovic en la primera de dos jornadas consecutivas de fútbol de élite y emociones fuertes en la comunidad autónoma.

Tras la marcha del señor, en su sitio llegaron otros dos hombres que rozaban la cincuentena, pero con camisetas del Eibar, que se entremezclaron sin ningún problema con los oviedistas. Hablaron del último playoff de ascenso que disputaron Oviedo y Eibar, en 2013 para subir a Segunda A, y del miedo que les infundía que Cazorla jugara en Ipurúa. "Es el mejor jugador de toda la categoría, menos mal que hoy no estuvo", comentó el mayor de los dos.

Sobre las 12 de la noche, los camareros sirvieron los últimos culines y, poco después, el dueño cerró el local. En Plaza Miñor todavía aguantaban unos centenares, los más jóvenes, tras una jornada histórica para la ciudad de Oviedo, que confía en volver a vivir otra ronda de playoff en unos días.

28 kilómetros de rivalidad

Si bien arrancó el día lloviendo, la mañana fue desperezándose poco a poco, a medida que el autobús avanzaba desde el interior de la provincia hasta el mar. Por la salida 7 se llega a Lugo de Llanera, el pueblo de Santi Cazorla, muy cercano al Requexón, pero el vehículo siguió circulando en línea recta hasta llegar a la costa. El billete de Oviedo a Gijón (o Xixón) solo cuesta 2,55 euros. Y es que las dos ciudades están separadas por apenas 28 kilómetros; es un trayecto corto, de una media hora, que transcurre por la A-II, la autovía industrial. Centenares de personas lo recorren a diario; también en domingo.

Si unos presumen de ser la capital -y apodan irónicamente a Gijón como la "sucursal"-, los otros fardan de tener playa -y se mofan de Oviedo por no tener salida al mar-. De hecho, es imposible ponerles de acuerdo acerca de cuál de las dos ciudades es más bonita; es un debate estéril porque cada uno defiende lo suyo, forma parte de la rivalidad feroz e histórica que hay entre ambos municipios, los dos más importantes de una comunidad autónoma uniprovincial de tan solo un millón de habitantes. Y cada una de estas ciudades está representada por un equipo de fútbol profesional que odia al otro con todas sus fuerzas.

Aficionados del Espanyol en la playa de San Lorenzo.  RELEVO
Aficionados del Espanyol en la playa de San Lorenzo. RELEVO

Se acercaba la hora de comer y las terrazas del barrio pesquero de Cimadevilla, auténtico y laberíntico, con olor a mar, se empezaban a llenar. Ya no hacía frío. En uno de los muchos restaurantes de la zona, un mesero atendía a los clientes con una camiseta de Quini, mientras otros muchos transeúntes lucían sus zamarras rojiblancas; también lo hacían algunos los tenderos de la plaza mayor de Gijón. Si hasta los vendedores ambulantes ofrecían réplicas de las equipaciones sportinguistas.

"¿Echamos un culín?", resonaba una y otra vez en uno de los locales con más solera del barrio playu. "Algunos restaurantes ahora echan la sidra con una máquina, pero aquí lo tenemos prohibido. Nos vamos a cargar las tradiciones", se quejaba un veterano detrás de la barra. El propio camarero ofreció acompañar el trago con bígaros, andaricas, parrochas o chipirones de potera, todo frutos del mar, pues Gijón, es tierra de pescados y mariscos.

'Nos va a salir bien'

Circulaba una familia sonriente por el paseo marítimo de Gijón, los cuatro con una camiseta roja con la inscripción 'Nos va a salir bien', el lema para el playoff de ascenso a Primera de un Sporting que en los 70 y los 80 fue subcampeón de Liga y de Copa, pero que no pisa la élite nacional desde 2017. Después de comer, salió el sol por primera vez en más de 48 horas, y algunos valientes decidieron pegarse un chapuzón en la playa de San Lorenzo, la más famosa de la ciudad. En ella, ondeaba una bandera gigante del equipo sportinguista. Otros aprovecharon la marea baja para dibujar el escudo del Sporting y escribir en la arena mensajes de ánimo al equipo en las horas previas de uno de los partidos más importantes de los últimos años.

A pesar de lo que diga -y entone- el cantautor xixonés Nacho Vegas, Gijón no es ni mucho menos una ciudad triste. Más bien al contrario, a juzgar por la ilusión y la confianza de sus habitantes con el ascenso a Primera. "Ya lo tenemos planeado; si subimos, nos tatuaremos todos el escudo del Sporting", prometían un grupo de chicos y chicas postadolescentes que se dirigían hasta El Molinón a través del parque de Isabel la Católica. Entre la mareona, la posibilidad de una final asturiana no tenía tantos apoyos como en Oviedo. "No lo aguantaría ni mentalmente ni físicamente. Nos podría dar algo", se justificaba un socio con más de 20 años de antigüedad.

Todavía faltaban más de tres horas para el comienzo, pero en los bares cercanos al estadio no cabía ni una aguja. En la terraza del popular Carlin Goal, ubicado en El Molinón, pusieron una pantalla grande para que los seguidores rojiblancos pudieron amenizar la previa viendo la final de Roland Garros. Al otro lado del río Piles, la policía tenía controlados a los cerca de 100 aficionados del Espanyol que viajaron en autocar; habían salido a las cuatro de la madrugada desde Barcelona. Durante la tarde se rumoreó que podría haber altercados entre los seguidores más radicales de ambos equipos, pero Relevo no ha tenido constancia de ningún incidente en este sentido. De hecho, muchos pericos que viajaron por libre convivieron con total normalidad en bares y restaurantes con aficionados rojiblancos durante toda la jornada dominical.

Y la mareona se convirtió en tsunami

A partir de las 18:30, se empezó a ultimar el recibimiento, que se organizó a través de la Avenida de Torcuato Fernández y la calle Luis Adaro Ruiz-Falco, paralela al estadio. Se distribuyeron centenares de bengalas y botes de humo entre los presentes, muchos de ellos ataviados con zapatillas Adidas y jerséis Stone Island; a otros un pasamontañas les cubría casi todo el rostro. Los más animosos mataron el tiempo de espera haciendo pogos y entonando algunos cánticos. "No tiene playa, Oviedo no tiene playa…", fue uno de los más seguidos. Mientras tanto, un globo aerostático sobrevolaba el estadio con una pancarta con el lema 'Nos va a salir bien' que ha hecho fortuna entre la afición.

Y a poco de las 19:30, a cinco minutos de que Alcaraz ganara su primer Roland Garros, la mareona se convirtió en tsunami, en un infernal recibimiento que asustaría al mismísimo diablo, como ya contamos en Relevo. El humo y las llamas de las bengalas tiñeron de rojo y blanco el cielo de Gijón mientras los aficionados zarandeaban con fuerza el autobús de su equipo; a porrazos trataba de evitarlo la policía, sobrepasada por la situación.

Recibimiento del bus del Sporting. RELEVO

Una vez aparcado el autobús, la fiesta se trasladó a la esquina del fondo norte, donde la mayoría apuraron la última cerveza antes de entrar al campo. El Molinón-Enrique Castro Quini es el estadio en pie más antiguo de España (1922). También es uno de los más bonitos y de los que más intimida; pelos de punta cuando sonó el himno y la grada formó el mosaico para dar la bienvenida a sus futbolistas. Retumbaban los cimientos.

“En ningún campo de Primera se vive el fútbol así”

Durante todo el partido, el ruido fue ensordecedor; ni los propios futbolistas oían el silbato del árbitro entre tanto estruendo desde las gradas. "No viví un ambiente así de hostil en la vida. En ningún campo de Primera se vive el fútbol como aquí", se comentaba entre los 300 pericos desplazados, que fliparon con la atmósfera del estadio gijonés.

"Sabemos de lo importante que es para nosotros El Molinón y la afición. Y presumimos de ello", decía entre bastidores y algo decepcionado por el 0-1, un cargo institucional del club tras el partido. Deberá remontar el conjunto rojiblanco si quiere llegar a la final del playoff, pero la simple posibilidad de que el encuentro decisivo por el ascenso a Primera se decida entre Sporting y Oviedo en este escenario, asusta. El estadio vacío, por cierto, también es una preciosidad. Su tribunona es imponente.

Más allá de las 12, cuando ya casi no quedaba nadie en la instalación, se apagaron las luces de El Molinón, quien sabe si hasta la temporada que viene.

Ya a día siguiente, a primerísima hora del lunes, coincidían en el aerobús de Gijón camisetas de Espanyol y Sporting. Ya en el aeropuerto, también zamarras del Oviedo, pues, además de los pericos que se desplazaron desde Barcelona, fueron muchos los aficionados carbayones y sportinguistas en el exilio que regresaron a su casa con motivo de la disputa de la promoción para vivir un fin de semana histórico para la región.

"El ambiente de El Molinón fue mucho mejor que el del Tartiere", picaba un xixonés a su amigo ovetense a las seis de la mañana; la rivalidad no cesa ni de madrugada. Uno se fue a Madrid y el otro a Barcelona. "Hasta el domingo", se despidieron con la fe absoluta de reencontrarse de nuevo el siguiente fin de semana en la final asturiana del playoff de ascenso a Primera.