OVIEDO - EIBAR

Un "vamos a ciegas" en el espectacular recibimiento al Oviedo que le empuja hacia el ascenso: "¡Estamos en llamas!"

El autocar del Oviedo con los jugadores llegó al Tartiere entre centenares de bengalas y botes de humo.

Ambiente en una previa del Oviedo. /REAL OVIEDO
Ambiente en una previa del Oviedo. REAL OVIEDO
Marc Mosull

Marc Mosull

Oviedo.- Cuatro horas antes del partido, a más de cinco manzanas de la Plaza Pedro Miñor, lugar de encuentro de la afición del Oviedo en las previas de los duelos que disputa el conjunto carbayón como local, ya olía a pólvora, a bengala y a petardo utilizado, quemado. Desde la hora de comer que en la zona de bares más cercana al estadio retumbaba un cohete tras otro, una experiencia nada recomendable para los más asustadizos. Seguro que a más de uno se le atragantó el almuerzo, entre tanto estruendo.

Estaba previsto que el autocar con los jugadores llegara a la plaza Pedro Miñor a eso de las 16:40, pero desde casi una hora antes, ya había gente esperando, copa en mano, para recibir a los futbolistas del Real Oviedo. Más de uno tenía claro que el recibimiento iba a ser de los que se recuerdan y quiso asegurarse un sitio en primera fila. Bien visto, porque a partir de y media ya era imposible circular por la avenida que lleva el vehículo al Carlos Tartiere.

Los más vagos, apuraron el último trago hasta que oyeron las sirenas de los coches de policía, que habitualmente acompañan al autocar. Todo iba bien, incluso tranquilo, más allá de la lluvia que caía con fuerza y le daba tintes épicos a la tarde, y de algún artefacto explosivo descontrolado que de vez en cuando inquietaba a los menos acostumbrados a este tipo de escenarios.

«¡Vamos a ciegas, joder!»

Cuando el vehículo que transportaba a los jugadores estaba a unos 100 metros de la plaza Pedro Miñor, buena parte de los allí presentes se pusieron la capucha, se ataron la cremallera de su jaqueta hasta arriba y se taparon nariz y boca con su bufanda, dejando solo visibles sus ojos. De sopetón, encendieron más de un centenar de bengalas y otros tantos botes de humo de color blanco y azul que en cuestión de segundos nublaron el cielo y la vista de los que estaban más cerca de los artefactos. Lo de la bufanda en nariz y boca, para evitar inhalar el humo, tenía todo el sentido del mundo.

"¡Vamos a ciegas, joder!", gritaba unos de los encapuchados que sujetaba una bengala mientras la plaza ardía como el infierno. Y es que era absolutamente imposible distinguir si el autocar estaba cerca o lejos; no es que no alcanzara la vista, es que no la había. Solo se veía fuego y humo. Se agarraban unos a otros los aficionados allí presentes para evitar caerse encima de los cristales rotos de las botellas que había en el suelo. La luz de furgón de policía sirvió como guía, pues era de lo poco que se podía distinguía entre la bruma.

Y de golpe, ¡apareció el autocar! Y los cánticos se tornaron en gritos. Enloquecieron los carbayones y los que no sujetaban bengalas ni botes de humo se abalanzaron sobre el autocar para empujarlo, impulsándolo. Golpeándolo, mejor dicho; mientras la policía trataba de evitarlo sin éxito. A todo esto, más de uno se llevó un porrazo. Y cuando el vehículo superó la marea de gente y escampó el humo, se vislumbró en la parte trasera del interior del autocar a Santi Cazorla, percutiendo en el cristal como si fuera un guajín de los que estaba a pie de asfalto, animando a su Oviedo para en su sueño de regresar a Primera 23 años después.