Víctor Fernández y el increíble equipo menguante: de un arranque histórico a ser el peor de Segunda
El Zaragoza ganó los cinco primeros partidos de Liga y sólo ha vencido en seis de los 34 siguientes: sin ese arranque, hoy sería colista.

El Real Zaragoza tendrá este domingo por la noche la oportunidad de cerrar su salvación matemática. Para ello deberá ganarle al Racing de Ferrol en La Romareda, siempre que antes el Alcorcón y el Amorebieta no hayan pasado del empate en sus partidos. A lo largo de once temporadas en Segunda, el Zaragoza ha exhibido un variado escaparate de fórmulas para el fracaso. Pero esta resulta bastante novedosa: encadenó cinco victorias en los cinco primeros encuentros; desde entonces, ha sumado seis triunfos en los otros 34 partidos. Sólo uno más. Sin aquellos 15 puntos del arranque, a estas horas el increíble equipo menguante sería colista de Segunda División, de la mano del Andorra.
El peso de aquellas victorias iniciales ha actuado a modo de salvavidas de largo alcance. Un abrigo que ha servido para resguardar a tres entrenadores, el deficiente rendimiento general de la plantilla, una epidemia de lesiones y el agotamiento de la afición. Confirmar la permanencia matemática pondría fin a una larga agonía de desencanto para un equipo que, tras su arranque de candidato, se ha convertido en el peor de la liga. Y el adjetivo no responde a una hipérbole ni a una forma de hablar: de la jornada 6 a la 39, el conjunto aragonés ha acumulado 31 puntos. Los mismos del Andorra, último clasificado a día de hoy.
Aquella racha inicial fue histórica: nunca el Zaragoza había hecho cinco de cinco. Aún más histórica ha sido la debacle posterior. Lo dicen los precedentes. Sólo cinco equipos ganaron sus cinco primeros encuentros en Segunda alguna vez. De ellos, sólo el Extremadura en la temporada 99-00 y el Málaga en el curso 18-19 se quedaron fuera del ascenso al final de Liga. No es que el Zaragoza no vaya a subir. Es que aún podría bajar. Así de crudo. Para el domingo el club ha invocado al león que nunca duerme: o sea, el zaragocismo.
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— Real Zaragoza 🦁 (@RealZaragoza) May 15, 2024
Las expectativas se dispararon con aquellos triunfos de verano. Los jugadores acababan los partidos bailando frente a las tribunas el 'Moverse, maños, moverse', la canción elevada por Zapater a la categoría de legado en su despedida del club. El Zaragoza ganaba gracias a la contundencia de su pegada, el acierto en la meta contraria y una pizca de fortuna en la defensa de la propia. El diagnóstico resultaba envidiable: con amplio margen de mejora en varios aspectos del juego, el equipo caminaba con paso ganador. Y sin embargo, buena parte de la hinchada desconfió ya entonces.
Aun admitiendo el ambiente natural de exigencia, Fran Escribá dejó entrever su incomodidad contra los que él llamaba pesimistas. "No quiero cerca a los que ven todo oscuro". Aún era septiembre y costaba imaginar una decadencia tan acusada. Juan Carlos Cordero, el director deportivo, había vivido la extrañeza de ser aclamado en las presentaciones de los jugadores: Bakis, Sergi Enrich, Manu Vallejo, Germán Valera y Maikel Mesa venían a componer un quinteto de ataque capaz de repartirse el desafío del gol.
Sólo dos equipos quedaron fuera del ascenso tras ganar los cinco primeros partidos de Liga: el Zaragoza, en contraste, aún podría bajar
A tres partidos del final del campeonato, Bakis y Enrich llevan cero goles. Manu y Vallejo, dos y Valera, uno. Sólo Maikel Mesa, con 11 tantos, puede defender su temporada. Aquello del mercado champagne ha sido como la pomada de Torrecilla: un proyectil de ida y vuelta. Escribá fue despedido en noviembre, con los futbolistas enredados en un pegapasismo horizontal de torero malo y seis partidos consecutivos sin victoria. El asalto del Huesca a La Romareda (0-2) dictó sentencia. Julio Velázquez fue el sustituto por elección de Cordero. Víctor Fernández ya había hecho llegar al Real Zaragoza su disposición, pero los responsables del área deportiva prefirieron no reabrir las habitaciones del pasado y Cordero optó por eso que ahora se llama con irónica prosopopeya un fichaje de autor. Otro martillazo sobre su consideración en la ciudad. El Zaragoza es una trituradora de prestigios.
Velázquez exhibía en su comunicación con el exterior un lenguaje alambicado, con afectación generosa de neofutbolismos, pero se inventó al extremo Valera como carrilero para paliar las bajas en el lateral zurdo y a Mollejo y Maikel Mesa de doble punta impensada. Y con eso logró un respingo inicial: 14 puntos (tres victorias y cinco empates) en sus primeros nueve partidos. Pero luego, como diría el coronel Kurtz… el horror, el horror.
Una serie de cuatro derrotas y un empate, con un fútbol en franca regresión. Velázquez había prometido "un Zaragoza más proactivo", pero lo enroscó en una defensa de cinco, mientras crecía la tendencia a atacar jugando hacia atrás. En La Romareda se llegó a ironizar si no habría un día en que, de tanto afán de dar pases hacia la portería propia, el guardameta acabase por entregarle la pelota a alguno de los fotógrafos tras la línea de fondo. Como ya había ocurrido con Escribá, el Zaragoza se decidió al recambio cuando ya era tarde. La temporada estaba perdida hacía tiempo.
Víctor, mejoría sin resultados
La reaparición de Víctor Fernández tuvo el efecto de reanimación social esperado. Sobre todo porque con él viene garantizada una dosis de compromiso y audacia que otorgan gallardía a la ingrata tarea de apagar incendios. La realidad, sin embargo, no ha sido generosa con Víctor: el técnico logró variar las percepciones; los resultados han sido tan escasos como el resto del año.
Cuando se presentó contra el Espanyol en la jornada 30ª, el Zaragoza tenía 37 puntos, siete sobre el descenso. El equipo describió un primer momento de impulso, mayor volumen de ataque, remates y una leve alza de la producción goleadora. Eso y la aparición de Adrián Liso, con su joven osadía de duelista. En contraste, Bakis se consumió en su propia inoperancia hasta el ostracismo, donde se encontró con Enrich y Vallejo. Azón volvió a imponerse arriba: su insistencia y un gol bastaron para exponer de nuevo la escasez general. Maikel Mesa siguió sumando. Es decir, más o menos lo de todo el año o casi.
Los marcadores y la frialdad de los datos han ensombrecido la fe en Víctor: sólo 9 puntos de los 27 disputados, con dos victorias y tres empates. De los tres técnicos del año, es quien menos puntos (1,00) ha sumado por partido. Las diferencias, en una temporada tan mediocre, no pueden ser realmente significativas: Velázquez obtuvo 1,07 puntos por partido y Escribá fue (otra vez el peso de aquellas cinco primeras victorias) el de mejor promedio: 1,38 puntos ganados por encuentro.
En el apartado goleador, Escribá y Víctor firmaron un gol por partido y Velázquez, ni eso (0,87). En cuanto a los tantos encajados, una mínima diferencia explicada por el mayor descuido defensivo del Zaragoza de Víctor (1,22), efecto colateral a la búsqueda de un fútbol más generoso en la búsqueda del marco rival. Ese desequilibrio a la hora de regresar hacia atrás llevó a Víctor a protegerse con la misma fórmula, aunque matizada, de Julio Velázquez: tres centrales y dos carrileros largos. Jugando contra su propia naturaleza, Víctor tampoco ha dado con la tecla. Las bajas lo han debilitado tanto a la hora de hacer alineaciones como en la gestión de los cambios.
El diagnóstico se ha impuesto: si por el banquillo pasan tres entrenadores y nada cambia, es que el problema no eran sólo ellos
El diagnóstico ahora es común: si pasan tres entrenadores y nada funciona, el problema no eran (sólo) ellos. Las deficiencias de la plantilla, expresadas todo el año de forma notoria en el ataque, se han agravado con la poca prestancia física y el infortunio de muchos jugadores. Al Zaragoza se le han ido cayendo piezas todo el año. Pronto desaparecieron Nieto y sus recambios en el lateral no tuvieron fortuna: Lecoeuche ha entrado y salido con problemas musculares crónicos; y a Borge, parche valiosísimo con su versátil adaptación a cualquiera de los dos costados de la defensa, se le rompió la plastia en el cruzado.
En el medio y arriba ha sido donde las bajas han tenido mayor incidencia estructural en la última fase del campeonato. Bakis ha pasado buena parte del año parado. Mollejo, recurso para todo, está a punto de volver tras dos meses fuera. Guti, incorporado en invierno, se fracturó la rótula el día de su debut. Después, ya con Víctor en el banquillo, el Zaragoza perdió a Francho, la dinamo de generación de energía en el medio; y más tarde a Marc Aguado, metrónomo táctico del juego, en pleno crecimiento en la fase crepuscular de la liga. Este domingo tampoco tendrá a Toni Moya, sancionado por doble amarilla contra el Oviedo, así que Jaume Grau se ha quedado solo y el entrenador deberá inventarse un recambio del filial (Lucas Terrer y Alberto Vaquero han debutado ya con el primer equipo) o reciclar a un futbolista desde otra posición.
Ya sólo queda conjurar la amenaza, por fin, y esperar a un futuro que nunca llega. En lo deportivo, la segunda temporada de la sociedad Real Zaragoza LLC -la intrincada amalgama de inversores, propietarios y gestores, con Jorge Mas como presidente en remoto desde Miami- ha sido más de lo mismo. Pero ahora, con dinero: el cuarto límite salarial de Segunda División (cerca de 10,8 millones de euros en la actualización del mercado invernal). Ni siquiera las estrecheces del fair play financiero sirven ya como coartada.
El Zaragoza lleva cuatro años coqueteando con la caída a 1ª RFEF. Otra vez cambiará media plantilla para intentar construir un bloque digno de sus aspiraciones. El bucle interminable. Quién sabe si con otro director deportivo. Quién sabe si con Víctor Fernández.