OPINIÓN

Dembélé en una película de Christopher Nolan

Ousmane Dembélé en 2018. /GETTY
Ousmane Dembélé en 2018. GETTY

"No trates de entenderlo, siéntelo". Esta frase que aparece en Tenet, una de las películas más enrevesadas de Christopher Nolan y en la que se viene a decir que no trates de buscarle soluciones a lo que se te presenta, sino que lo notes, que lo vivas. Los mayores fans de Ousmane Dembélé han llevado esta frase hasta la extenuación, convenciendo a quienes dudaban del poder de su fútbol, casi como una experiencia. Y en parte tenían razón. Cuando uno miraba a Ousmane y dejaba de cuestionarse su juego, lo sentía.

Dembélé se ha convertido en un escudo. Un último escollo de resistencia de muchos aficionados que han visto al francés como un incomprendido, alguien a quien valía la pena mantener y defender por su desborde, talento en el uno para uno y esa palabra que ha sido el epitafio final de su carrera en el Barça: sus condiciones. Nadie tenía mejores que él. Las condiciones de Dembélé ejercen una fuerza opresiva, de promesa incumplida que cuando se cumpla cerrará el círculo. Dembélé nos ha interesado tanto porque representa mejor que nadie la fuerza del deseo.

No importaba tanto lo que era, una figura incompleta, a ratos desesperante, sino lo que sus buenas acciones dejaban a la luz: un jugador ambidiestro, de potencial altísimo y techo por conocer al que solo faltaba domesticarle y darle el contexto idóneo. Dembélé era visto como un amasijo de virtudes más que potentes, pero con unas carencias que imposibilitaban mirarle como un jugador completo: en su análisis siempre se hablaba de lo que no tenía en vez de lo que sí hacía, como si lo primero fuese realmente el jugador que es. Y ese fue el gran error conjunto, de club y aficionados; valorar al futbolista por un fútbol ficción, trasladando algo que no era... ni iba a ser. Cuando dejabas de analizarlo en base a lo que no era y bajabas al jugador a niveles terrenales, lo disfrutabas. O era más sencillo disfrutarlo.

La realidad en Ousmane ha sido siempre compleja, aunque se nos ha presentado de forma diáfana. Un jugador que el equipo, en distintas fases desde su llegada, ha necesitado para redondear la propuesta. Primero con Suárez y Messi siendo la dupla titular, como ese vértice profundo y capaz de poner velocidad a un transatlántico que iba al ralentí. Más tarde, con Koeman, fue el delantero que abría espacios y daba oxígeno a Pedri, Messi y Griezmann. Y llegó Xavi, su gran valedor, quien aspiró a convertirlo en el mejor extremo del mundo, dándole un peso demasiado grande para un fútbol tan expolsivo como plano. ¿Qué es, en realidad, Dembélé?

Su mejor fútbol y sus mayores niveles de juego siempre se lograron como especialista, cuando su fútbol, que carece de profundidad colectiva, se enfocaba a una tarea concreta, en la que su velocidad y potencia pudiesen marcar la diferencia. Era un jugador analizado y pagado como una estrella mundial que realmente pedía a gritos quedarse en una esquina esperando su turno sin levantar la voz. Dembélé entraba en ebullición cuando recibía con espacios, con la jugada masticada y el equipo preparado para su pérdida. Allí no hubo extremo que mejorase sus prestaciones. Su problema fue también su mensaje fundacional: nunca llegó para llenar el hueco de un Héroe. El de Neymar.

No habrá mejor forma de recordar a Dembélé que con la imagen del 3-0 al Liverpool en una jugada que hubiese podido marcar el futuro de la eliminatoria y, quién sabe, si la de un triplete que hubiese invertido el futuro a corto plazo del club. Ousmane en realidad fue lo que nos mostró: un jugador al que sus propias condiciones elevaron a un techo en el que el francés se sentía inseguro, alguien que ante la Historia optó siempre por recordarnos que quería vivir en condicional, plegado sobre sí mismo. Dembélé es el mejor inicio de libro de la historia en un volumen sin más páginas que las que se imagina el lector. Porque su principal flaqueza fue también su mayor poder; dejarle a quien le mira demasiado espacio a la imaginación. Hay veces que, en vez de sentirlo, hace falta también entenderlo.