El esgrimista olímpico que ganó a la muerte y ahora se gana la vida en un Cabify: "Lo cuento para que la gente aproveche sus vidas"
El venezolano Luymar Hernández,soñaba con los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 cuando la espada de su 'sparring' rompió el visor de la careta y le atravesó el ojo izquierdo en un entrenamiento.

"Estuve a milímetros de no sobrevivir. Fue un pasaje perfecto de la espada sobre el globo ocular, que si hubiera sido milímetros hacia arriba muero en el momento por la zona del cerebro en la que hubiera impactado. Impactó en el cerebelo e hipotálamo, la parte de aquí debajo de la cabeza". El damnificado y afortunado a la par que narra su historia es Luymar Hernández, esgrimista venezolano que el 23 de noviembre de 2007 sobrevivió al segundo accidente de esgrima más importante de la historia de este deporte olímpico. El primero lo sufrió en 1982 Vladimir Smirnov, campeón del mundo ruso que falleció.
La suerte estuvo del lado del deportista sudamericano, que se preparaba en Barquisimeto (Venezuela) para los Juegos Nacionales y la posterior cita olímpica en Pekín 2008, en la que aspiraba a medalla, cuando la espada que blandía su cuñado y sparring impactó en el visor de la careta, que se rompió abriendo paso al filo a través del ojo. Con él, su sueño deportivo, pero no una vida que nos cuenta desde el Cabify en el que nos conocimos el pasado mes de noviembre, cuando me llevó de Chamartín a Vallecas a cubrir para DAZN el Rayo-Barça. Fue imposible no verle la gran cicatriz que abrocha su cuello, aunque fue él quien, antes, al saber que era periodista deportiva, empezó a contarme su revés existencial. Hoy lo comparte para Relevo.
"Falló la máscara y ocurrió la eventualidad", dice de forma liviana Luymar. "El sparring era el hermano de mi esposa, la madre de mi hija, que también era esgrimista, el cuarto hombre del equipo. Lamentablemente se dio en un movimiento que hicimos juntos de ataque, los dos a la vez. Él hizo un movimiento de fondo, como lo llamamos técnicamente, directamente a la careta. En ese momento yo cierro un poco la distancia y con el movimiento de ataque ocasiona el impacto. Cuando penetra la espada y sale, porque la espada no quedó dentro, yo quedo con la máscara puesta, pero tendido en el suelo".
"El sparring fue sometido a tratamientos psicológicos"
"Es él al que le toca vivir de primera mano esa situación en el primer momento, en el que me cuenta que incluso intentó sacarme la lengua de la boca porque me estaba ahogando con la sangre, porque empezó el derramamiento. Fue difícil y duro para él, incluso fue sometido posteriormente a tratamientos psicológicos para poder recuperarse y volver a la actividad. Se sintió culpable por lo que había ocurrido, pero no era así, fue un accidente", describe de manera pormenorizada quien entonces era un joven deportista de 25 años que recuerda "pasajes" de aquellos minutos posteriores al impacto.
"Eran aproximadamente las siete de la tarde. Lo recuerdo porque es una fecha y un momento vital de un antes y después de Luis María Hernández. Lo celebro todos los años. Es como un nuevo nacimiento, como una fecha adicional a mi fecha de nacimiento, el 29 de abril de 1982. Cuando caigo, la máscara yo veo que se rompe porque siento que la visión es más clara por un hoyo. Fue un momento muy corto. Ahí entro en un estado de inconsciencia total y comienzo a tener pequeños pasajes".
"Por ejemplo, recuerdo cuando me estaban sacando del recinto deportivo, cargados, un grupo de personas que luego comencé a identificar, ya llegando al centro de salud. Se me iba la conciencia, pero me regresaba y veía a las personas. Estaba un entrenador, un compañero... Estábamos intentando llamar a mi esposa y ellos no sabían el número de teléfono y yo en una de esas pasadas se lo di y la llamaron, y pude hablar con ella. Era como un flash y de repente estaba en una camilla tendido, y pasaba un flash y de repente estaba en la ambulancia y me iba a otro centro, y así sucesivamente", rememora Luymar sobre esas idas y venidas que terminaron en un coma inducido.
"Me caía, me levantaba, volvía a caer en la camilla. Estaba desvariando y empecé a dejar de tener sensibilidad en el lado izquierdo del cuerpo. Me envían a hacer un escáner y ahí empiezo a preguntar, a preocuparme, porque me sentía nervioso y sentía cosas raras. Cuando me van a hacer el escáner escucho al médico, observaría quizá los daños que había a nivel cerebral, e inmediatamente pide que me inyecten algo y me duermen totalmente", describe el vinotinto, que despertó un mes después.
"Cuando me despierto no sé qué ha pasado, qué me han hecho, luego me voy enterando. No tenía una visión muy clara, me costaba hablar. Tenía allí a la familia, amigos. Me di cuenta de que no estaba solo, porque hubo momentos de lucha, de falta de lucidez, momentos en los que empiezas a recuperar la conciencia y te encuentras solo, ves que al lado lo que tienes son aparatos, médicos, atenciones hospitalarias. La alegría enorme fue tener a la gente al lado al saber lo que ha ocurrido, porque no sabes que ha transcurrido un mes, tú crees que fue ayer, pero no, había pasado un mes".
Luymar pasó de 90 a 46 kilos durante su mes en coma. "Yo era músculo y hueso y salí de la clínica hueso y carne"
Un tiempo en el que su cuerpo pasó de 90 kilos a casi la mitad, a "unos 46". "Me habían hecho una gran intervención quirúrgica, me habían hecho una traqueotomía, no estaba ingiriendo los alimentos habituales para un atleta en ese momento. Yo era músculo y hueso y terminé saliendo de la clínica hueso y carne. Estaba muy delgado", revive Luymar, que confiesa que sintió "tristeza" en el reencuentro con el espejo. "Porque dices: '¿Qué es esto?' Te pones triste porque la apariencia de la gente no es la prioridad pero es como te van a ver los demás, entonces me da un poco de pena que me vieran como estaba, porque yo sabía que estaba bien. Por dentro, de mente y espíritu, estaba bien, pero físicamente estaba mal".
"Lo que yo estoy sintiendo por dentro no estaba en sintonía en ese entonces con lo que le mostraba el espejo. Ahora sí, ahora sí, ahora me siento muy bien", reconoce Luymar sentado al volante del vehículo que conduce por Madrid diariamente, desde donde asegura que tardó "diez años" en volver a sentirse él, en volver a reconocer en el espejo al Luymar previo a aquella tarde de noviembre.
Conducir fue precisamente una de las actividades que más ansiaba recuperar tras el accidente. Antes, debió reaprender a hablar y a andar. "Uno de los pensamientos y preocupaciones principales y que a la vez se convirtieron en la fuerza para seguir era el que tenía mi hija por nacer. Yo era una persona que tenía pocos años casada y tenía mi esposa estaba embarazada, y era como el pilar de esa fuerza que me levantó. Ya los objetivos no eran la medalla olímpica, que cuesta mucho y sabemos lo que refiere y lo que amerita para alcanzarla; mi objetivo era levantarme, caminar, ver nacer a mi hija y tenerla en mis brazos, y que ella en algún momento cuando creciera viera a su padre activo, vivo, porque no lo iba a ver", analiza el exdeportista venezolano, al que en estos diecisiete años han intervenido dos veces de estrabismo y que aún mantiene pequeñas secuelas: "Las más fuertes son la falta de sensibilidad en una parte de la cara, el lado izquierdo, y la otra es el equilibrio, muy leve, sobre todo en horarios nocturnos, cuando ya pega la noche y el cansancio y si no ha habido una buena alimentación. También, un poco de la psicomotricidad fina en la mano izquierda, muy leve. Nada de eso se nota pero yo lo siento", asegura.
"Los objetivos ya no eran la medalla olímpica. Mi objetivo era levantarme, caminar, ver nacer a mi hija y tenerla en brazos"
Secuelas de un accidente por el que no sólo Luymar nunca recibió ningún tipo de indemnización ni ayuda, sino que "quisieron culparme, la Federación Internacional de Esgrima intentó hacer ver que el fallo era del competidor, que no tiene ningún sentido, pero fue para intentar defenderse, se intentó tapar la falta de seguridad en la disciplina para evitar de pronto que la disciplina dejara de crecer o pudiese ser desincorporada del grupo de deportes olímpicos, aunque curiosamente la máscara salió del mercado.
El tipo de careta con visor -que se usaba para hacer un poco más de marketing, para que se viera la cara del competidor en la televisión, para hacer un poco más atractivo el deporte-, salió del mercado porque no era efectiva. Las selecciones nacionales e internacionales se opusieron a que se continuara haciendo uso y todas las marcas dejaron de fabricarlas y no se siguen usando en competiciones oficiales de la FIE (Federación Internacional de Esgrima). Vuelven a ser las tradicionales, las caretas sin visor, con la rejilla típica que usan las caretas, con la fuerza que se supone que deben soportar, que son los 1.600 Newtons de fuerza.
Incluso luego han evolucionado y tienen otra forma de cerrarse en la parte trasera, un poco más segura. Van variando en función de la seguridad, que es lo primordial", explica Luymar, que define el cambio en las caretas tras su accidente como "una victoria". En verdad, "una de las muchas victorias" que le dejó le suceso, del que "para mí lo mejor y la mejor recompensa es estar aquí, es estar" y tras el que no le cogió miedo a la espada: "Al revés, la añoraba".
La llegada a España y una nueva vida
"¿Qué otras victorias hubo?", le pregunto a quien desde su recuperación afrontó la dirección deportiva del club al que pertenecía, la Asociación de Esgrima del Estado Lara, y con el que en 2012 empezó a viajar a España acompañando a otros esgrimistas jóvenes que, como él antes del accidente, soñaban con hacer carrera de la esgrima. En 2018 se asentó en el país para seguir la carrera de uno de ellos, Víctor León.
En Madrid obtuvo la nacionalidad española y hoy trabaja como maestro de la especialidad de espada en el Club de Esgrima Cardenal Cisneros, desde la que también gestionan la organización Esgrimas Sin Fronteras para ayudar a esgrimistas de aquí y de allá a crecer en su especialidad y en trámites burocráticos gracias a sus estudios de Derecho en Venezuela y España. "Muchas, muchas victorias. Para mi familia, el tenerme con ellos, el verme ahora triunfar, seguir en mi actividad. Obviamente, se aceleró el retiro de aquel deportista, pero aquel deportista continúa en la actividad trabajando en función de objetivos muy similares, de la mano del deportista. Otra de las victorias es haber cambiado positivamente la percepción de este mundo".
"Para mí como persona es una gran victoria el poder tener ahora una vida cargada de muchas satisfacciones, empiezas a valorar lo más sencillo de la vida, porque ahí es donde está el verdadero secreto. Cuando empezamos a valorar lo más simple, lo más sencillo, que nada de ello está vinculado a lo que nos venden hoy por hoy desde un punto de vista material, es una manera inteligente de afrontar la sociedad de hoy", reflexionar Luymar, que confiesa que esta experiencia le permitió dejar atrás el ego que le hacía caminar "dos metros sobre el suelo".
"Aprendí que tenemos que hacer cosas que nos gusten, que las disfrutemos, que las podamos vivir con pasión, porque si no, estamos perdiendo el tiempo"
"Cuando ya comienzas a ser deportista de élite y a tener éxitos deportivos, a mostrar tu talento, el ego se te eleva y de alguna forma te crees un ser superior a un grupo o a un colectivo, pero estos hechos te hacen pisar la tierra. Empiezas a entender que todo depende de un colectivo, que hay personas que igual que tú sienten y padecen, aunque no tengan el talento, el dinero, los resultados que tú puedas tener. Entonces, empieza a fluir todo esto, todos estos valores y la humildad que necesitas tener. Eso me ha ayudado muchísimo. He intentado llevar un mensaje de esta realidad que agradezco a todos aquellos que se interesan por reproducir esta historia", asegura sonriente Luymar.
"Es una vivencia, no una película. No es una ficción, es la realidad de este servidor, de Luis María Hernández, y me he sentido comprometido con la vida, con los amigos, con la familia, con el entorno. Aprendí desde que tuve el accidente que tenemos que hacer cosas que nos gusten, que las disfrutemos, que las podamos vivir con pasión, con ganas, porque si no estamos perdiendo el tiempo y perder el poco tiempo que tenemos de vida es muy lamentable, es muy lamentable".
Este hombre de gesto amable multiplicó sus ganas de vivir y de ayudar tras su terrible accidente, "porque todo pasa para algo". Hasta lo siente en el trabajo que realiza en Cabify desde octubre de 2022. "Sé que el accidente fue una huella en el mundo del deporte, en el mundo del esgrima que para entonces se movía en función de esto que había ocurrido. Quiero seguir dejando huellas", afirma Luymar, que confiesa no saber cuántos puntos marcan su huella física. "¿La verdad? Nunca me lo han preguntado ni nunca lo pregunté. Lo ignoro, sé que tengo un cierre gigante aquí atrás pero ignoro en cantidad. Debe ser porque no me los veo", dice entre risas. Quien se la ven son los viajeros con los que comparte su historia al volante. "Les ayudo a llegar a sus destinos y lo cuento para que la gente aproveche sus vidas". El suyo quedó sellado aquel 23 de noviembre de 2007.