La fuerza de Mbappé brilla aunque nadie la vea
El del PSG cuajó un partido gris en líneas generales, lejos de su nivel, pero aún así fue decisivo en los dos goles de su equipo.
Lo mejor que tienen los futbolistas superiores es que en su juego existe un vacío que pesa. Que se hace notar, lo que provoca que, aunque aparentemente no pase nada, siempre sucede algo. Mbappé lleva tiempo perteneciendo a esa estirpe de futbolistas precisamente por partidos como el que ha jugado ante Marruecos en las semifinales del Mundial. Desconectado del juego, atado en corto por parte de los rivales y poco preciso: pero partícipe en ambos goles de Francia.
Cuando Regragui planteó el partido, lo hizo imaginándose un espacio enorme a controlar que, de facto, sería casi imposible de poder dominar: la espalda de Achraf sería el punto que Mbappé atacaría y el que Marruecos dejaría libre con más recurrencia por la naturaleza ofensiva de su lateral. Así, el técnico de Marruecos decidió cambiar de esquema, reforzar la zaga con un tercer central y sacrificar un centrocampista. Se priorizaría tapar ese espacio sensible y liberar a Achraf.
Lo cierto es que si se miran los números, Mbappé no ha estado acertado: solo un disparo en todo el partido, un mano a mano perdonado, 12 pérdidas por 12 pases buenos y la sensación de que cuando aceleraba, siempre aparecía un rival para cortarle el paso. Pero los mejores futbolistas son los que hacen notar su presencia de otra forma, distinta, de tal modo que impacten siempre en el estado emocional del rival. Mbappé como los fantasmas que ve el niño de El sexto sentido, aunque tu no lo percibas, está ahí para aterrorizarte. Porque lo que más pesa en quien le defiende no es tanto lo que hace, sino lo que puede hacer. Es esa posibilidad lo que Mbappé domina.
Para prueba, dos secuencias. En el primer gol, Kylian arranca trazando un desmarque hacia el punto de penalti tras el previo desmarque de Griezmann que deja totalmente rota la defensa marroquí, ya que ese movimiento de Mbappé, veloz y contundente, genera un desorden palpable que termina en el tanto de Theo. Para que los errores existan, alguien debe aprovecharlos. Un error sino se aprovecha queda en un mal gesto.
Pero la mejor fue la jugada del segundo tanto. Con Marruecos encerrando a Francia y los de Deschamps sufriendo para poder tener secuencias de pases de cierto valor, se inventó Kylian una jugada que confirma sus tobillos como aparatos de goma, tan flexibles y agresivos como el del mejor bailarín, y en un espacio reducido, casi inexistente (recordad cuando se decía que Mbappé sin espacios era un jugador mediocre) se inventa un disparo que, tras rebotar en la poblada defensa de Marruecos, termina en los pies de Kolo Muani.
En cuartos y en semifinales se puede llegar a una conclusión que puede sonar contradictoria: Mbappé no ha cuajado dos grandes partidos pero sin él es imposible entender el pase de su equipo a la final. Porque en Mbappé existe un miedo que es imposible de separar de la forma en la que compite el rival: amenaza, hunde y agrieta sistemas aunque luego el gesto le falle. Cuando la presencia de un jugador trasciende su rendimiento en el encuentro, es que estamos ante otra dimensión. Argentina deberá aprender a competir usando el sexto sentido.