Gianni Infantino y el Mundial 2030: de ser becario en LaLiga tres meses a los escupitajos en Argentina
El presidente de la FIFA dejó claro en el pasado su pasión por el fútbol argentino, pero también los obstáculos para que ese país y sus vecinos fuesen sede del torneo.

De niño y adolescente, Gianni Infantino soñaba con Diego Maradona y el fútbol argentino. Ya un hombre joven, se enamoró del jamón español. Adulto, Maradona lo decepcionó y el fútbol argentino lo recibió de un modo que jamás imaginó.
No extraña, entonces, que el Mundial 2030 se juegue entre Europa y África, con apenas 3 partidos entre 104 como limosna para Sudamérica. Pero antes conviene ir hacia atrás, entender quién es y de qué está hecho el hombre que gobierna el fútbol mundial desde 2016 y lo seguirá haciendo al menos hasta 2027.
Nacido hace 53 años en Suiza, el alma de Infantino es, sin embargo, italiana. Y su actitud, la de un hombre de mundo. No le gustaría escucharlo a Josep Blatter, mortalmente enfrentado a su sucesor en la presidencia de la FIFA, pero Infantino es un "Blatter recargado". Si el hombre que presidió la FIFA por 17 años hablaba alemán, inglés, francés, italiano y español, Infantino le suma a esos idiomas otros dos, el portugués y el árabe. Y su pronunciación y fluidez son superiores a las de Blatter. No es quizás casual que ambos provengan del mismo cantón suizo.
Hace dos décadas, Infantino se enamoró de España, un amor maduro que llegaba tras el deslumbramiento que tuvo de mucho más joven con Argentina, su fútbol y Maradona. El treintañero Infantino conoció a Pedro Tomás, por entonces presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP, hoy La Liga), que le propuso pasar tres meses en Madrid como becario "para ayudar con el tema de los nuevos fichajes".
El que habla con Relevo es Carlos del Campo, por entonces secretario general de LFP y hoy adjunto al presidente Javier Tebas. "Vente a Madrid de becario tres meses y hacemos unas jornadas para explicar esto a todos nuestros clubes", le dijo Tomás a Infantino. Con "todo esto", Tomás se refería a las nuevas reglamentaciones que imponían límites y restricciones a las transferencias de jugadores.

"Yo le recibí aquí en Madrid, porque venía en coche desde Zúrich. Quedé con él en el Parque Conde Orgaz y le conseguí un apartamento en la calle Juan Bravo", recuerda Del Campo. "Es un tipo muy afable, buen tío, muy normal. Hizo muy buena relación con todos en La Liga, que no es lo de ahora, éramos 25 personas. Se integró muy bien. Le flipa el jamón ibérico. Pero a lo loco. Por lo demás es una persona muy moderada. La comida española le encantaba. Iba a comer a mi casa, con mi familia, y todo bien".
Veinte años después de aquello, cuando Del Campo vuela a Zurich, lo hace con una buena cantidad de jamón envasado. "Jamón bueno", recalca. "Es un 'coquito', un tío súper inteligente. Es la hostia con los idiomas, habla árabe también porque está casado con una mujer libanesa. Y el español, en los tres meses que estuvo aquí, lo perfeccionó, porque es una esponja".
El castellano de Infantino es, en efecto, muy bueno, y solo con un leve acento italiano. ¿Cómo lo aprendió?, le preguntó en su momento el autor de este artículo al presidente de la FIFA: "Bueno, trabajé en España unos pocos meses. Me compré un libro y empecé a leer".
En dos entrevistas entre 2017 y 2018 hechas en Buenos Aires, Infantino dejó en claro su pasión por el fútbol argentino y por Maradona, pero también todos los obstáculos que había para que ese fútbol, y por extensión el de los países vecinos, fuera sede de un Mundial en 2030, por más centenario que se cumpliera de la celebración en Uruguay de la primera Copa del Mundo de la historia.
- ¿Recuerda la primera vez que vio jugar a Maradona?
- La primera vez que vi a Maradona fue por televisión, en el Mundial 82, el que ganó Italia. No fue su mejor Mundial, pero igual me enamoré.
- ¿Qué le dejó aquel Maradona?
- De todo y más. Ha sido un jugador absolutamente increíble. Lo que hizo en el Napoli, en Italia, pero también con Argentina. Ganó títulos solo, casi. Él hacía la diferencia. Mágico, mágico… Lo que hizo Diego por el fútbol es, para mí, algo que tenemos que respetar todos y que ningún directivo o presidente lograríamos. Él nos hizo enamorar del fútbol; argentinos o no, hinchas del Napoli o no… Da igual: todos estamos enamorados de él.
Un año después de aquel diálogo en Buenos Aires, Infantino ya no podía hablar de amor. "Noto una agresividad aquí que no entiendo. Eso me hace mal un poquito ahora que vuelvo a la Argentina. Somos todos hinchas, vamos al estadio a apoyar a nuestro equipo, todos somos más o menos calientes y decimos cosas que no diríamos en cualquier otra situación de la vida. Pero con violencia, no".
«La Libertadores era fútbol de verdad; la Champions, pura PlayStation»
Infantino estaba pasmado por el grado de agresividad que había advertido en Buenos Aires en los días de aquella volcánica final de la Copa Libertadores 2018 que terminó definiéndose en Madrid. Él también había escuchado lo que Alejandro Domínguez, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), le había dicho a este cronista: la Libertadores era el fútbol de verdad, la Champions League, pura PlayStation.
"¡Me lo dijo a mí también! Y vine a ver el fútbol de verdad y no vi el partido… No sé si no hubiera sido mejor ver un partido de PlayStation esa tarde. Pero quiero decir algo, antes del partido, cuando empezaron a cantar, era impresionante. Impresionante. Eso era un ambiente… Y yo no vengo precisamente de Luxemburgo, he estado en muchos estadios".

- Hay gente en el país que cree que esto afecta gravemente la candidatura de Argentina/Uruguay/Paraguay 2030 y le da fuerza a Portugal, España y Marruecos.
- Bueno, yo creo que es un poquito temprano. La decisión de 2030 se va a tomar en cuatro o cinco años, suficiente tiempo para mostrar que pasó algo, sí, pero también para decir "¡vean lo que hicimos después!".
- Pero la imagen de la Argentina con su candidatura retrocede…
- En la concepción de alguna gente seguramente, porque se habló en todo el mundo de este partido. Pero queda tiempo para cambiar las cosas.
Las cosas no cambiaron, salvo el detalle, en absoluto menor, de la irrupción de Lionel Messi como campeón del mundo. A Infantino lo tentaba la idea de un Mundial 2030 en Sudamérica, al fin y al cabo es un fanático del fútbol y de su historia. En sus primeros pasos como presidente de la FIFA, cargo que asumió en febrero de 2016 tras la debacle que arrasó con Blatter y toda una dirigencia, repetía una frase que entusiasmaba a la Conmebol: "La historia se tiene que respetar".
"Seguramente es un argumento que Uruguay, Argentina y Paraguay pueden utilizar. Es un argumento importante cuando se sabe de historia y la tradición del fútbol. Pero, por supuesto, no es un argumento que te haga ganar o perder la sede del torneo. El Mundial, y sobre todo el de 2030, es un evento, más que una competición, es el evento social más importante del mundo (...). Creo que lo que va a decidir el Mundial de 2030, al igual que el de 2026, que es anterior y ahora mi prioridad, son los criterios técnicos, quién puede cumplir con los criterios técnicos", dijo Infantino en aquella entrevista en 2017. Un año más tarde, los criterios no eran técnicos, porque las emociones estaban a flor de piel.
Infantino, fascinado por el fútbol argentino y por la leyenda de Maradona, había sido recibido a escupitajos en las entrañas del Estadio Monumental, el mismo en el que Argentina ganó en 1978 su primer Mundial. Él y Domínguez fueron escupidos por aficionados furiosos mientras recorrían uno de los pasillos internos del estadio en noviembre de 2018. "Bueno, mientras caminaba pensaba que no iba a ver un partido de PlayStation…". Y largó la risa amarga.
Eran ya los tiempos en que Maradona, al que le había dado un lugar simbólico en la FIFA tras años de guerra abierta del argentino con Blatter, se le daba vuelta y decía las peores cosas de él. Una cosa era leer fascinantes historias del fútbol argentino en La Gazzetta dello Sport, lo primero que buscaba cuando en su adolescencia llegaba al kiosko de periódicos del que eran dueños sus padres. Y otra cosa era vivir ese fútbol en carne propia.
¿Se podría hacer un Mundial ahí? Cinco años después del aquelarre de la final 2018 de la Libertadores, el fútbol sudamericano sigue siendo imprevisible y violento, y la situación económica de Argentina, más que delicada.
No, no se podía hacer un Mundial allí, aunque Infantino seguía necesitando a los sudamericanos: los tres partidos inaugurales en Argentina, Uruguay y Paraguay, más la adición de Marruecos a España y Portugal le permiten concentrar en un solo Mundial tres de las seis confederaciones existentes y abrir las puertas a la asiática: un Mundial 2034 en Arabia Saudí con algunos partidos en Australia se perfila como la opción que se impondrá en el Congreso extraordinario de la FIFA el año próximo.
Habrá que ver. Eso sí, si los australianos se avienen a compartir la organización con el régimen saudí. Ser "invitados" y no "organizadores", tal como se hizo con los tres países de la Conmebol, puede ser una opción.
Fracasado su deseo de un Mundial cada dos años, en especial por la cerrada oposición de su némesis, el esloveno Aleksandr Ceferin, que preside la UEFA, Infantino logró hacer crecer el Mundial de 32 a 48 países y de 64 a 104 partidos. Es, casi, como tener dos Mundiales en uno.
Infantino tiene además a favor la experiencia de Catar 2022, un Mundial que durante años fue objeto de todo tipo de críticas por la situación de los derechos humanos en el pequeño emirato, asunto que conforme avanzaba el torneo se diluyó mientras iban creciendo la historia de Argentina y la figura de Messi.
Es cierto: la familia Al-Thani, que reina en Catar, no fue acusada de ordenar el descuartizamiento de un periodista crítico, como es el caso de Mohammed Bin Salman (MBS), el príncipe heredero saudí. Pero hay tiempo hasta 2030 para limar esas aristas. En parte de eso se encargó el mismo presidente de la FIFA durante el Mundial del año pasado.
"Estoy aquí para que me crucifiquéis, estoy aquí para eso. Pero no critiquéis a Catar, dejad que la gente disfrute el Mundial". La frase es de Infantino horas antes de que comenzara el Mundial: si Jesucristo fue crucificado, por qué no él también.
"Europa y Occidente han dado muchas lecciones, demasiadas. Creo que teniendo en cuenta lo que nosotros, los europeos, hicimos en los últimos 3.000 años, debemos disculparnos por los próximos antes de comenzar a darle lecciones a los demás".
La frase era toda una provocación para el mundo europeo, esencialmente anglosajón, que se empeña en contarle las costillas a la FIFA: ¿así que Catar es una dictadura en la que miles y miles de personas murieron al construir los estadios? ¿Así que en Catar los gays están en peligro? ¿Así que las mujeres son discriminadas? ¿Y qué me decís acerca de los inmigrantes subsaharianos que mueren en el Mediterráneo en su intento de entrar a la fortaleza europea? ¿Qué me decís de lo que sufrieron las mujeres y los gays hasta hace bien poco en tantos países europeos?
«Hoy me siento gay»
Hasta 2015, Infantino era un dirigente de relativo perfil bajo, con la misión de facilitar, como secretario general de la UEFA, el camino de su presidente, Michel Platini, rumbo a la presidencia del fútbol mundial. Pero llegó el FIFA-Gate, en el que tanto tuvo que ver la elección de Catar como sede del Mundial de 2022, y todo cambió: hoy el jefe es él, con más poder que ningún otro presidente de la FIFA en la historia.
Y con una confianza sin límites. Alguna vez, presentando al por entonces presidente estadounidense Donald Trump en el Foro Económico Mundial de Davos, Infantino se autodenominó "el segundo hombre más importante de Davos".
Años después asombró a niveles incluso superiores en Doha: "Hoy me siento catarí. Hoy me siento árabe. Hoy me siento africano. Hoy me siento gay. Hoy me siento discapacitado. Hoy me siento un trabajador migrante".
Todo, aderezado con pausas, silencios y miradas con gesto serio que denotaban que el suizo-italiano había preparado a conciencia su discurso para defender la sede del Mundial 2022: "Por supuesto que no soy qatarí, no soy árabe, no soy africano, no soy gay, no soy discapacitado. Pero me siento así, porque sé lo que significa ser discriminado, ser intimidado, como extranjero en un país extranjero. De niño me acosaban, porque era pelirrojo y tenía pecas, además de ser italiano, así que imagínate".
Esa comparación fue calificada de "bizarra" por The Guardian y llevó a burlas de muchos periodistas, testigos de cómo Infantino, al notar que se había dejado algo en el camino, sumó una "sensación" a su colección de personalidades múltiples: "¡Yo también me siento mujer!".
Un hombre con esos recursos y esa decisión no podía caer en la incertidumbre que genera hoy Sudamérica. Y, como se siente mujer, dio vuelta como un calcetín el caso de Jennifer Hermoso y Luis Rubiales para premiar al país que, de una u otra manera, con mayor o menor velocidad, supo finalmente reaccionar ante lo que hoy ya no es aceptable.
Aunque la historia y Argentina lo sigan enamorando, razón de sobra para fantasear con una opción: Messi 2030. Resulta difícil pensar que el argentino deje pasar la oportunidad de competir nuevamente con su selección en 2026 en un Mundial como el norteamericano que, además, le ofrece posibilidades de negocios notables. Tendrá 39 años, y en el fútbol de hoy ya no se es un viejo sin remedio a esa edad.
En 2030 tendrá 43, claro, y nadie en su sano juicio imagina Messi compitiendo. Pero ser de alguna forma parte de un partido homenaje en Buenos Aires, un partido que sea parte de la Copa del Mundo... ¿Cómo resistirse a eso? Sería, de todos modos, solo un aperitivo antes de trasladarse a España. Allí espera el jamón.