Luis Enrique va a por el troncho... "y si no, no pasa nada, la vida continúa"
España se mide a una efervescente Marruecos necesitada de recuperar la versión con la que arrancó el Mundial.

Empieza de verdad la caza del troncho, la primera de las cuatro pruebas del juego del calamar, con Luis Enrique al frente de la chavalada, Pelayo revivido, ya sea desde el andamio o desde la sala de stream, la zona Lucho por excelencia, donde no hay margen de error, eliminación o victoria, héroe o villano, porque no nos vamos a engañar, que al seleccionador se le está esperando. La Roja.
Hay que reconocer que Luis Enrique ha venido a jugar. Siempre le fue la marcha al asturiano, último jugador en cambiar directamente el Real Madrid por el Barcelona. Y ya ha llovido como para medir el movimiento del 21. Que nadie se haya quitado la blanca para ponerse la azulgrana en casi 30 años evidencia la naturaleza del personaje y del deportista, porque nunca se sabe cuándo acaba uno y empieza el otro, tan integrados como están en la fina figura del gijonés.
Disruptivo desde que llegó a la Federación, empezando por la manera de comunicar las listas de convocados, todo responde a una estrategia. Su faceta streamer ha sido un rotundo éxito si lo que pretendía era, primero, acaparar todos los focos y dejar a sus jugadores en un cómodo segundo plano; y después, acercarse a la afición, precisamente a ese sector que dicen los de la Superliga están desafectados con el fútbol.
El Profesor
Basta asomarse a Tiktok, el lugar donde viven los adolescentes, para medir el éxito de las reflexiones, anécdotas y risas del seleccionador. Millones y millones de visualizaciones y me gusta. El algoritmo no engaña. Se habla de los huevos que cena y del chiste sobre el chico de su hija, pero también de cuidado, rutina, nutrición, descanso, deporte, fútbol, raíces, familia, staff… Como divulgador, intachable. Como reclamo para acercar la selección a los jóvenes, más que interesante. Para quien nunca quiso dar entrevistas, ponerse a responder preguntas durante horas (suma 13 directos) tiene un punto de retranca. Casi todas las preguntas del chat son interesantes. En cambio, con la prensa abundan los "topicazos".
Pero a partir de las 16.00 hora peninsular ya solo vale el fútbol. Y ahí no sabemos qué España nos encontraremos, si la de los primeros 135 minutos del Mundial, una selección empoderada, sin complejos, que juega con alegría y determinación, o la de los siguientes 135, contemplativa, sin rebeldía y hasta temerosa, tanto que se rozó una tragedia que ahora nos estaría engullendo.
Lucho juega con todos al esconder la alineación, pero las quinielas esa vez no irán tan desencaminadas. Azpi ha adelantado a Carvajal (más osado, no descartable, sería apostar por Llorente de '2'), Rodri no se moverá del centro de la zaga, regresarán al once Laporte y Alba; en el medio solo una sorpresa evitaría la cuarta consecutiva de Busquets, Pedri y Gavi: y arriba, Morata, Olmo y un undécimo elemento que sí es más incógnita. Asensio, Ferran e incluso Ansu se asoman al tridente.
Marruecos, lanzada
Enfrente tendremos a una Marruecos efervescente, seguramente motivada no solo por haber accedido a unos octavos por primera vez en 36 años, sino también por tener enfrente a España, donde han crecido algunos de sus jugadores, y donde cuenta con una representación de casi un millón de compatriotas. Será lo más parecido a jugar un duelo contra vecinos. No solo porque sea un país fronterizo, sino porque son miembros de nuestra comunidad.
En cualquier caso, por muy enchufados que estén, por muy cerca que se encuentren de romper su techo en un Mundial, no pueden ganar a España en el hambre por la victoria. Es inevitable vislumbrar qué pasará si se gana o se pierda. En el primer caso, billete a cuartos, sensación de mínimo exigible conseguido y a partir del sábado a soñar. En el segundo, suspenso y Luis Enrique devorado por la crítica. Porque para bien o para mal, esta es la España de Lucho. Y si no, "no pasa nada, la vida continúa", como dijo este lunes en su (pen)último stream. Ese "la vida continúa" no puede tener más sentido que en palabras suyas.