El 'no' de PNV y HB que dejó a Atotxa fuera del Mundial 82, en el que la Real era media Selección
España, como país, afrontó organizar una competición de élite sin experiencia en este tipo de eventos e inmersa en una delicada situación política, económica y social
El Naranjito ya ha perdido color. O casi. Estas líneas ven la luz 41 años después de que España organizara el primer gran evento deportivo de su historia, un Campeonato Mundial de Fútbol. El duodécimo del palmarés. Cuando vuelva a repetir la experiencia, en el verano de 2030, habrán pasado 48 años, casi medio siglo y será la vigésimo cuarta edición. Más de media existencia de un ser humano. Los que vivimos profesionalmente aquella inolvidable experiencia quedamos marcados por el fracaso competitivo de nuestra Selección, el peor de la vida de un país anfitrión hasta Estados Unidos 94, más allá de por cualquier otra contingencia política, económica o social y eso que la crisis era generalizada en todos los aspectos.
Las generaciones posteriores se han tenido que poner al día sobre cómo fue aquel acontecimiento por lo que les hayan contado sus progenitores y demás allegados, y por los escritos e imágenes que se han presentado ante sus ojos de manera recurrente, sobre todo, cada vez que caía un nuevo aniversario. España se lanzó a organizar una de las dos grandes competiciones deportivas, junto a los Juegos Olímpicos, con la mínima experiencia de haber sido el anfitrión de la fase final de la Eurocopa de selecciones en 1964, con dos sedes, Madrid y Barcelona, y que acabó con el triunfo patrio en el Bernabéu con aquel gol de Marcelino ante el gran enemigo del momento, la Unión Soviética. Y también con la organización de los segundos Juegos del Mediterráneo que se habían celebrado en Barcelona en 1955. Nada más.
En 1966, pocos meses después del Mundial de Inglaterra, la FIFA confirmó que Alemania Occidental y España organizarían los dos próximos Campeonatos en tierras europeas, 1974 y 1982, respectivamente. Por medio estaría el de Argentina 78. España, por gestión de la Federación y a instancias del Gobierno de Franco, ya había hecho un amago de presentar su candidatura para organizar el evento británico, retirándola en beneficio del Reino Unido y de una promesa formal de que entraría en el próximo reparto, como así fue.
Un entorno nada propicio
Inmersa en cuestiones mucho más importantes de inminente solución a todos los niveles, desde la transición política a la crisis económica, sin olvidar el intento de Golpe de Estado en febrero del 81, a 15 meses de la gran cita, aquella España de los 70 camino de los 80 transitaba su día a día sin dar la menor importancia al hecho de que más temprano que tarde tenía que organizar un Mundial. Hasta 1976, diez años después de la concesión, no se comenzó a trabajar realmente en el proyecto. Primero por medio de una Comisión que fue tratando todos los asuntos relacionados con las infraestructuras, las telecomunicaciones, las sedes, los estadios... y, posteriormente, en septiembre de 1978, por un Real decreto en el que se aprobó la creación del Real Comité Organizador de la Copa del Mundo (RCOM), cuya presidencia recayó sobre Raimundo Saporta, que había sido la mano derecha e izquierda de Santiago Bernabéu en el Real Madrid.
Nadie había avisado que el desarrollo de tal empresa fuera a ser fácil. Desde la FIFA, su presidente, Joao Havelange, apostaba claramente por un ampliación de selecciones finalistas, de 16 a 24, con todo lo que significaba para el país organizador ese aumento desde el punto de vista de las infraestructuras a crear y las consiguientes inversiones a realizar. Finalmente, el RCOM aceptó la propuesta de ampliación y en julio de 1979 se hicieron oficiales los nombres de las 14 ciudades y 17 estadios que acogieron el Mundial.
Por el camino, se habían quedado unas cuantas víctimas que no superaron las exigencias mínimas marcadas o, simplemente, por cuestiones de otro índole. La primera premisa era acotar la presentación de candidaturas a ciudades de más de 200.000 habitantes o que tuvieran sus clubes en Primera o Segunda División. Santander, Burgos, Cádiz, Granada, Palma de Mallorca, Las Palmas de Gran Canaria y San Sebastián no pasaron el corte. Media docena de los 18 clubes que jugaron en Primera en esa temporada se quedaron sin vivir el acontecimiento: Osasuna, Racing, Las Palmas, Cádiz, Castellón y Real Sociedad.
La ciudad del campeón de Liga, excluida
El caso que más llamó la atención fue este último. Entroncado en cuestiones políticas de su propio Ayuntamiento, el caso contenía aristas puramente deportivas que hacían poco comprensible que se pudiera quedar fuera del reparto. Esa temporada, 81-82, y la anterior, la Real Sociedad se había proclamado campeón de Liga y con la Selección iban a jugar el Mundial medio equipo realista: Arconada, Alonso, Zamora, Satrustegui, Uralde y López Ufarte. Como el estadio de Atocha no reunía los requisitos exigidos por la FIFA, el Ayuntamiento tenía que correr con la inversión para construir un nuevo estadio para los que tenía, incluso, los terrenos en Zubieta, pero los gastos se iban por encima de los 125 millones de pesetas. PNV y Herri Batasuna votaron negativamente y ganaron a los partidos que apoyaban la causa: PSOE, Euskadiko Eskerra y la Coordinador Independiente, cercana a UCD.
Las sedes elegidas comenzaban su particular carrera y prepararse para la gran cita: 14 ciudades y 17 estadios. A saber: Madrid, con dos escenarios, Santiago Bernabéu, que albergaría la final y el Vicente Calderón; Barcelona, también con dos soportes, el Camp Nou, que acogería el partido y la ceremonia inaugural y Sarriá; Sevilla (Sánchez Pizjuán y Benito Villamarín); Málaga (La Rosaleda); Valencia (Luis Casanova, sede de los tres primeros partidos de España); Bilbao (San Mamés); Alicante (Rico Pérez), Elche (Nuevo estadio), Oviedo (Carlos Tartiere), Gijón (El Molinón); Zaragoza (La Romareda), La Coruña (Riazor); Vigo (Balaídos) y Valladolid (José Zorrilla), único estadio construido para la ocasión y que fue estrenado meses antes del comienzo del Campeonato. Tres estadios, Vicente Calderón, Sarriá y el viejo San Mamés, ya no existen. En enero de 1980 el Gobierno aprobó la Concesión de una línea de crédito de 5.000 millones para que los clubes financiaran las obras de remodelación de los estadios. El Real Madrid, por ejemplo, invirtió 530 millones en las mejoras del Bernabéu; el Barcelona 362, en el Camp Nou. Eran los dos estadios estrella. Todos los clubes inmersos en el plan de remodelación acabaron hundidos por su mala gestión en una grave crisis económica.
Nuevo modelo y un sorteo caótico
Se estrenó también el modelo de competición que, por cierto, no se volvió a utilizar después. No convenció a nadie. Todo lo contrario. Por primera vez todos los continentes estaban representados en una fase final. Entre las grandes ausentes se echó de menos a Holanda, finalista en Alemania 74 y Argentina 78, y a México. Las 24 selecciones quedaron distribuidas en seis grupos de cuatro y se tenían que enfrentar todas contra todas por sistema de liguilla. La victoria valía dos puntos y el empate, uno. Los dos primeros de cada grupo se clasificaban para una segunda ronda con cuatro grupos de tres participantes que también se enfrentaban todos entre sí. Los cuatro campeones disputarían las semifinales y los vencedores, la gran final. Un total de 52 partidos.
El sorteo, televisado a 70 países, con una audiencia potencial de 500 millones de espectadores, se celebró en Madrid el 16 de enero de ese mismo año. Presidido a sus 13 años por el entonces Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, junto al presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch; de la FIFA, Joao Havelange y de la Federación Española, Pablo Porta, pasó al recuerdo como el más esperpéntico que se hubiera realizado hasta entonces y, por supuesto, después. La organización decidió que el reparto de la suerte y de los enfrentamientos se comparara con un sorteo de la Lotería, incluidos los bombos clásicos y los niños de San Ildefonso para cantar las bolas de las respectivas selecciones.
La primera polémica surgió al designar por primera vez unos cabezas de serie. Seis. Tantos como grupos. Argentina como campeón y España como organizador tenían asegurado el privilegio, así como Italia, Alemania y Brasil. La sexta plaza tenía que ser, por resultados, para Bélgica o en su defecto, Polonia, pero la FIFA se la concedió a dedo Inglaterra por su historial haber ganado el título en 1966. De nada valieron las quejas oficiales de los interesados que también se consideraban perjudicados.
Lo que sucedió a continuación fue aún peor. Errores de bulto en la distribución de equipos en los bombos correspondientes y rectificaciones sobre la marcha con abucheo generalizado de los presentes en el Palacio de Exposiciones, que no sabían ni entendían, exactamente, lo que estaba sucediendo en la sala. Tuvieron que intervenir los responsables de la FIFA, con su entonces secretario general Josph Blatter a la cabeza y después de un sinfín de explicaciones en todos los idiomas se dio marcha atrás al sorteo hasta que las reglas preestablecidas quedaran reflejadas en los bombos correspondientes. Hubo selecciones que viajaron de grupo a grupo con total impunidad. La rotura por la mitad de un par de bolas y de otras que quedaban atascadas provocaron las sonrisas y caras de no saber dónde meterse de los niños del Colegio madrileño no hicieron sino empeorar la situación.
El fracaso deportivo
El resultado final deparó un Argentina-Bélgica como partido inaugural y España quedaba encuadrada en un grupo junto a Honduras, Yugoslavia e Irlanda del Norte, rivales por ese orden. La euforia se desató sobre el futuro de la Selección porque antes de jugar se le concedió el favoritismo en el grupo. Craso error. En el primer partido contra Honduras (1-1) no se pasó del empate tras ir perdiendo. El empate llegó en un dudoso penalti transformado en gol por López Ufarte. En el segundo, la victoria (2-1) se debió también a otro penalti que entra más en la categoría de los 'que no fue' y que permitió empatar un encuentro en el que Yugoslavia también había adelantado. Saura deshizo la igualada y colocaba a España con la opción de ser primera de grupo, como se esperaba, antes del tercero partido contra Irlanda del Norte. Allí llegó la debacle. Por tercera vez el rival se adelanta en el marcador, pero en esta ocasión no llega el empate, a pesar de jugar la media hora final con un hombre más.
La desilusión estaba servida dentro del equipo y entre los aficionados. Ser segundos de grupo te enviaba directamente al grupo de Alemania e Inglaterra. El Bernabéu fue testigo de la derrota ante los germanos (2-1). Cuando la Selección saltó al estadio para disputar el segundo duelo contra los británicos, ya está matemáticamente eliminada. Fuera del Mundial. El empate sin goles fue una anécdota más. Fueron momentos duros para los futbolistas y, sobre todo, para el seleccionador, José Emilio Santamaría que fue crucificado en vida por la mayoría de los medios de comunicación y, también, por los aficionadas que pensaban que el factor campo tenía que conceder al equipo nacional un salto competitivo, olvidándose de que el fútbol español no se había clasificado para los Mundiales de México 70 y Alemania 74, y había pasado sin pena ni gloria por Argentina 78.
Como era de esperar, la eliminación de la Selección tuvo un reflejo directo en la asistencia y el aficionado español medio desenchufó del Mundial, pero el nivel futbolístico de determinados partidos de la segunda fase y las semifinales y la final mantuvieron alto el interés y resultaron un éxito en todos los sentidos: deportivo y económico con llenos impresionantes en los estadios. La imagen organizativa del Comité fue ganando enteros según avanzaba la competición y se olvidaban los ecos del sorteo, hasta el punto de que con el paso de los años, la gestión fuera de lo propiamente futbolístico fue considerada positiva por los altos estamentos del deporte y clave para restringir errores en la organización de los Juegos de Barcelona 92, justo 10 años después.
Un gran negocio económico
Hicieron daño determinadas situaciones, como el 'amaño' entre Alemania Occidental y Argelia para empatar su partidos y clasificarse los dos equipos para la siguiente ronda, o la presencia sobre el terreno de juego del José Zorrilla, en Valladolid, durante el Francia-Kuwait, del presidente de la Federación asiática y hermano del Emir del país del Golfo Pérsico. Fahid Al-Ahmad Al-Sabah consiguió que el árbitro anulara el cuarto gol francés, ante la insistencia de los futbolistas árabes de que se habían quedado parados porque habían escuchado un pito. Al minuto de ser incomprensiblemente anulado ese tanto, Francia volvió a marcar y el partido concluyó (4-1). La sanción al jeque por su irrupción en el terreno de juego y parar el partido se quedó en 10.000 dólares, mientras al árbitro se le suspendió de por vida por haber dejado coaccionar por el presidente kuwaití.
La FIFA anunció meses después de concluir el Mundial que las ganancias habían ascendido a 3.800 millones de pesetas y que la Federación Española recibiría aproximadamente un total de 1.500 millones: 940 de fijo como país organizador. Más los 125 que le correspondía por ser la Selección uno de los países participantes y los 350 por el alquiler de los estadios, que se tendrían que repartir entre los clubes y los ayuntamientos propietarios. Los resultados obtenidos en el Mundial-82 superaron en un 40% a los del Campeonato anterior, Argentina-78. Los ingresos totales fueron de 6.850 millones de pesetas, aunque se aseguró en su momento que superaron los 8.000 por la suma de los tres conceptos: venta de entradas (2.400); derechos de televisión de los partidos (2300) y por la publicidad estática de los estadios (2.100). La FIFA no incluyó entre los ingresos del Mundial-82 la comercialización del Campeonato, y que superó los 2.000 millones. Los gastos ascendieron a 3.050 millones de pesetas. El Mundial-82, por otra parte, estableció un nuevo récord, el del porcentaje de venta de entradas. En España se vendieron el 84% de todas las localidades de todos los campos en que se disputó el campeonato, mientras en el Mundial de Argentina no se pasó del 81%.