Se ha perdido una gran ocasión para suspender un partido... y que todos nos sintamos culpables
El que, después de la debacle de Mánchester, tenía que ser el primer partido del tercer año de la era Ancelotti acabó como el 'rosario de la Aurora'. Aunque, verdaderamente, lo que popularmente entendemos como el 'rosario de la Aurora', ni más ni menos que lo sucedido en Mestalla, no es lo que realmente significa el dicho cuya vigencia trata del siglo XVII y tiene raíces religiosas. Después de todo lo acaecido no dan ganas de ponerse a explicar cómo afrontó el técnico italiano, desde el punto de vista táctico y de la alineación, su primer día de su nueva etapa como entrenador del Real Madrid. Ni tampoco como la 'Quinta de Baraja' va a salvar al Valencia del descenso de categoría.
Poco importa ahora que realizara Carletto seis cambios. Que sentara a Modric y Kroos, para quizás prevenirles de que cada vez serán menos indiscutibles, y, sin embargo, sí mantuviera a Benzema entre los titulares. Ni siquiera merece la pena recordar que Hazard y Mariano se quedaron en casa porque ya no pintan nada en su plantilla.
Nada de eso tiene ya ningún valor, en comparación con todas las fechorías que se sucedieron en el transcurso de un partido de fútbol. Desde el comportamiento de un puñado de cafres que se identifican como aficionados del Valencia y se pasan el partido coreando gritos racistas, a la pelea callejera entre los jugadores de uno y otro equipo, pasando por la pésima reacción del que desde el principio era la máxima victima de la situación, Vinicius y que acabó expulsado y enajenado momentáneamente porque le ha superado la situación.
Algo falla en el protocolo oficial cuando la víctima de los gritos racistas, que, además, en un gesto de valentía, identifica a uno o varios de sus agresores verbales, acabe como acabó Vinicius. Los últimos ejemplos nos hacen pensar que el fútbol español está volviendo a ser martirizado por una sociedad que encuentra en el anonimato de la masa su mejor forma de expresarse y en un estadio el escenario donde encontrar la máxima repercusión.
Primero fue el loco que, en el Camp Nou, quitó una bandera del Atlético entre los aplausos generalizados de todos los que rodeaban, hasta el punto de que los portadores del emblema tuvieron que ser evacuados por las fuerzas de seguridad. Después fue la invasión de Cornellá después del derbi catalán que todavía no entiende de culpables ni de sanciones. Y ahora lo de Mestalla.
A posteriori se pueden decir y escribir mil argumentos, pero puede que hayamos perdido una ocasión idónea para suspender un partido de fútbol por insultos racistas de los aficionados a uno de los contendientes del partido. Que para hacerlo un árbitro tenga que esperar a que por megafonía se pida a los aficionados que cesen en sus cánticos, me parece decimonónico. Si llevan todo el partido haciéndolo, para qué esperar más... Todo lo que se pueda escribir al respecto me suena a moralina sin sentido. Así que aquí se acaba esta historia. Como dijo Ancelotti, no es día para hablar de fútbol. Y escribir de lo 'otro' es dar aire a los maleducados que a lo peor no tienen ni la mayoría de edad.