EL FÚTBOL DE MENDI

"Prefería los tres cambios; con los cinco, a veces los entrenadores hacemos trampas al solitario"

Sisi era una sustitución habitual de Mendilibar en su etapa en el Valladolid. /EL NORTE DE CASTILLA
Sisi era una sustitución habitual de Mendilibar en su etapa en el Valladolid. EL NORTE DE CASTILLA

Esta semana me ha llamado la atención que Pep Guardiola, en el partido de la Champions contra el Leipzig, no hizo ningún cambio de los cinco que le permite el reglamento a pesar de que en la segunda parte el City atravesó por momentos complicados ante el empuje del equipo alemán. La situación me ha hecho retroceder en el tiempo y he recordado que en mis tiempos de jugador, cuando en la 93-94 acabé en el Lemona, en Segunda B solo se podían hacer dos cambios. Sin embargo, estando de técnico en Lezama en la 96-97, en el Cadete del Athletic, se permitían cinco para que pudieran participar cuantos más chavales, mejor. No era como con los profesionales. Más adelante, cuando comencé a entrenar en Preferente, ya sí se podían hacer las tres sustituciones con 16 jugadores convocados. Luego se pasó a las 18 hasta que en la pandemia se incrementó a los cinco cambios con 23 jugadores disponibles en el banquillo.

Sinceramente, pensaba que iba a ser una norma provisional, pero ya se ve que llegó para quedarse definitivamente. Yo soy más de los tres cambios que de los cinco. Y casi más también de los 18 convocados que de los 23. Me ha costado adaptarme a los cinco, lo reconozco. Podemos cambiar a medio equipo de campo y con esta posibilidad abierta, los entrenadores, que a veces somos los más tramposos, utilizamos las últimas sustituciones para perder tiempo y romper el ritmo del juego. Es como si nos hiciéramos trampas a nosotros mismos al solitario.

Cuando se instauró, hubo división de opiniones entre los entrenadores. Recuerdo que Quique Setién dijo que la norma favorecía a los equipos más débiles porque podían refrescar el once con más jugadores y mejorar sobre la marcha de un partido. Yo no estoy de acuerdo. El equipo pequeño seguirá siendo pequeño por muchos cambios que haga y el banquillo también continúa siendo pequeño en comparación a los equipos grandes. Los jugadores, los titulares y los que luego entren, en teoría, siempre serán peores o de menos nivel. Los cambios del equipo grande siempre serán mejores. Y si son cinco, mejorarán más que si son tres.

Sobre la posibilidad de convocar a 23 jugadores, creo que en ocasiones puede hacer daño a la plantilla. Convocas a todos un poco por obligación, por no señalar a dos o tres, pero sabes de sobra que no vas a contar con ellos y que precisamente los llevas para no marginarlos. Cuando convocas a todos y nos presentamos en el partido parece que todos somos iguales y no es así. Yo ya sé que algunos no cuentan para jugar. Sin embargo, si dejas a cuatro o cinco fuera de la convocatoria, les puedes hacer pensar qué pueden estar haciendo mal para no ir ni siquiera concentrados. A veces, si piensan en ello y curran más durante la semana para el partido siguiente sí podrían estar en la lista definitiva.

"A mí nunca me tembló el pulso a la hora de hacer cambios a la media hora del partido"

JOSÉ LUIS MENDILIBAR

Está claro que los entrenadores tenemos la potestad de llamar a 18 aunque podamos convocar a 23. Si no lo hacemos es porque pensamos que a lo peor podemos dañar la gestión del grupo. Parece que si apartas a dos o tres jugadores, y aunque se lo merezcan, estás haciendo distinciones que pueden afectar al colectivo. No es lo mismo. Lo que está claro es que en ocasiones llevamos gente de relleno al banquillo. Bien gente del filial, que sabemos que no van a jugar, o utilizamos los últimos cambios solo cuando ganamos 3-0 o perdemos 3-0. Los cambios a última hora lo que hacen es bajar el ritmo de los partidos, que es lo que muchas veces pretendes al realizarlos. Si ganas y el contrario te acogota en el área, tiras del cambio para frenarles. Es verdad que al mismo tiempo puedes estar refrescando a gente, pero sobre todo piensas en ellos para bajar la temperatura del equipo rival.

He estado repasando mis últimas temporadas y la verdad es que no he encontrado ningún partido en el que no hiciera cambios. Alguna vez he pensado que no estaría mal acabar con los once con los que empecé. Cuando haces encuentros muy buenos es un premio para esos once jugadores, pero siempre piensas que el cambio no tiene por qué empeorar lo que se está haciendo. Al revés, al estar fresco puede mejorar el rendimiento. Reconozco que a mí nunca me tembló el pulso a la hora de hacer cambios a la media hora del partido o meter a un jugador a los 'veintitantos' minutos y luego sustituirle a lo largo de la segunda parte.

Son cambios distintos y tienen un objetivo diferente. Cuando hago un cambio a los 30 minutos, como he hecho dos o tres veces y además con el mismo jugador en el Valladolid, Sisi, ha sido porque el equipo estaba jugando muy mal. Porque habíamos empezado horrible y tenía que pegar un golpe de timón y hacer algo. No era exactamente por que ese futbolista estuviera jugando mal. ¿Y qué era hacer algo? Cambiar a alguien para que la gente espabilara. ¿Y por qué quitaba a Sisi y no quitaba a otro? Porque tenía una muy buena relación con él y me era mucho más fácil explicarle por qué lo hacía. Le señalaba que había sido él, pero podía haber sido cualquier otro. Además, al partido siguiente Sisi era titular. Podía hablar con él con más comodidad y comprensión que con otros que no me iban a entender y se iban a enfadar toda la semana.

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Lo que sí hacía cuando realizaba un cambio de esos a los 25 minutos, era explicarle a toda la plantilla que quitaba a uno porque no podía quitar a todos. Que los once tenían la misma culpabilidad de estar jugando mal, aunque solo hubiera quitado a uno. Es mi forma de pensar y trabajar en esas situaciones extremas de que lo veo tan mal que pienso que tengo que moverme aunque llevemos un rato de partido.

Recuerdo también un partido con el Eibar contra el Cádiz, en la 2004-05, en Ipurúa. Metí en el descanso a un chaval de 20 años que estaba cedido de la Real Sociedad, Avimileth Rivas, colombiano, y le cambié en el minuto 70. ¿Por qué? Porque no estaba jugando bien y no estaba haciendo lo que le había dicho que tenía que hacer. Era la primera jornada y pensé que al chaval le podía doler, le podía afectar, pero tenía que hacerlo. Y resultó que salió aplaudiendo al público y la afición, aplaudiéndole a él.

Luego tuve otro caso con Iván Alejo, en el Eibar también, en un partido en Girona en 2018. Sustituyó a Pedro León, que se había lesionado, en el minuto 29 y le quité en el 68. No lo estaba haciendo bien. Iván salió llorando del campo, siguió llorando en el banquillo. Salieron sus imágenes en televisión y todo se magnificó. En ese caso lo que haces es esperar a que acabe el partido y en el vestuario le coges, le hablas, le intentas explicar el porqué del cambio. Nunca debes hacerlo en el momento que se marcha del campo porque entonces es difícil hacer entender al jugador, con la frustración que tiene, por qué has tomado esa decisión. Después del partido tampoco es fácil, pero también depende de las circunstancias. Ese día habíamos ganado (1-4), él estaba fastidiado, pero intenté que me entendiera. Y le dije la verdad, lo que yo había visto. Si lo entiende, bien; si no lo entiende, pues qué vamos a hacer. Era mi trabajo, mi pensamiento en ese momento. Forma parte de la vida de los entrenadores.

Orellana recibe órdenes de Mendilibar.  GETTY
Orellana recibe órdenes de Mendilibar. GETTY

Lo mismo que puedo hacer sustituciones en cualquier momento del partido y no me corto, de lo que nunca he sido es de esos entrenadores que antes de empezar ya tiene previstos dos o tres cambios por cuestiones puramente tácticas. Es decir, que plantean el encuentro con 13 o 14 jugadores. A Clemente alguna vez le leí que él lo hacía a veces en la Selección. Esa situación podía suceder más antes con los tres cambios que ahora con los cinco. Lo que sí he hecho, lo hacemos todos, es tener en cuenta si un jugador sale de una lesión, ponerle solo una hora, o al revés, sacarle los últimos 30 minutos. Esa previsión sí la he tenido, pero no la otra. Es verdad que aunque tenga 23 jugadores a mi disposición, normalmente, sé que cuatro o cinco tienen pocas posibilidades de jugar, por no decir ninguna. Cuento con cinco o seis, no más.

También es importante que el entrenador conozca a la perfección las condiciones de sus jugadores y sepa qué futbolistas son capaces de revolucionar un partido. Siempre les tienes que tener presentes a la hora de hacer las sustituciones. Yo, por desgracia, no he tenido jugadores revolucionarios. Si acaso Bryan Gil, pero casi siempre era titular. Todo lo contrario. He tenido futbolistas que cuando salían desde el banquillo rara vez hacían algo. Por ejemplo, Orellana. Salía con tanta mala leche, de tan mala uva, que se ofuscaba y no era fácil que hiciera algo.

Hablando de ese tipo de jugadores recuerdo que en aquel Athletic de Clemente que fue dos veces campeón de Liga, él utilizaba mucho a Sarabia en los segundos tiempos para que diera la vuelta al partido. Pensaba que siempre rendía más saliendo después que de titular. A Manolo no le gustaba, claro, pero era evidente que, por su forma de jugar, su entrada transformaba los encuentros.

Ahora, en el Real Madrid pasa con Rodrygo. Es una gran jugador que puede ser titular, pero la realidad nos dice que cuando sale sobre la marcha siempre pasa algo y casi siempre en forma de gol. Es evidente que el míster lo tiene en cuenta porque sale, al principio, con cuatro centrocampistas, y luego le mete a él. Asensio es otro jugador de esos que con una jugada te levanta un partido. Este tipo de futbolistas es más fácil que se den en los equipos grandes porque tienen plantillas más completas.