La primera semifinal de la Supercopa, víctima de su desastre organizativo: gradas vacías y una imagen desoladora
Poco más de 1.000 aficionados presenciaron el partido que enfrentó al Atleti y al Levante.

La música y poco más. Apenas unos instantes antes del inicio del encuentro que enfrentaba al Atleti y al Levante los aledaños del estadio del Leganés estaban vacíos, sin alma. Sin colas en los accesos al estadio y sin apenas aficionados. Un ambiente desolador. Sin embargo, y por desgracia, la escena, sorprendía a pocos. Sobre todo, a los seguidores habituales del fútbol femenino. Teniendo en cuenta la clandestinidad en la que se organizó la Supercopa, demasiado.
Porque el torneo fue invisible hasta hace muy pocos días de su inicio. Precisamente, fue Relevo el que adelantó los cruces, publicados en la web oficial de la RFEF y con escasa publicidad en sus canales oficiales -por no decir, ninguna-. Una noticia que pilló por sorpresa a los aficionados, que esperaban con ansias los enfrentamientos entre los cuatros equipos participantes: el Barça, el Levante, el Real Madrid y el Atleti.
Sin embargo, la falta de previsión por parte de la RFEF imposibilitó el desplazamiento de muchos de ellos y propició una imagen desoladora: poco más de 1.000 aficionados en las gradas. A esa organización en la sombra, se le une la escasa visibilidad del torneo. Ni punto de comparación con su homólogo masculino, celebrado a todo tren en Arabia Saudí.
Las entradas salieron a la venta una semana antes
Y las entradas. La RFEF las sacó a la venta tan sólo una semana antes del inicio del torneo. El pasado martes 9 de enero, a las 17:00h. El ente federativo ofrece un abono para los tres partidos -las dos semifinales y la final- por precios entre los 24 euros y los 38. Por contra, el precio de las entradas para las semifinales (por separado) es entre 10 y 15 euros. Para la gran final, que se disputará el sábado a las 20:00h, 20 euros la más cara y 12 la más económica. Unos precios populares, pero que sin la promoción adecuada, de poco sirven. Tampoco ayuda el escenario -con todos los respetos hacia el Leganés-, alejado de Madrid.
A pesar de que España es la vigente campeona del mundo, sus efectos están muy lejos de ser los esperados. Pasó en Pasarón, con el lío de las entradas, y la imagen se repite con la organización de la Supercopa. A falta de lo que suceda en los dos próximos partidos, de momento, el balance es negativo: una organización en la sombra y gradas -prácticamente- vacías.