La próxima 'copa de balón' de Aguirre será el 'copón' de la final
En el imaginario programa que se entregaba en las puertas de Anoeta con la sinopsis de cómo podía ser el partido de acuerdo con los protagonistas y los estilos futbolísticos de cada equipo, se podía intuir claramente que se iban a enfrentar dos conjuntos con identidades bien diferentes. En las Antípodas. A uno, a la Real, se le presentaba como un bloque combinativo, que quiere y suele tener la posesión y el mando de los encuentros, que busca ensanchar el campo para generar espacios en el rival y que, por encima de todo, presiona rápido tras pérdida para volver a intentar otro ataque de manera inmediata.
Al Mallorca se le anunciaba como un conjunto nacido para defender. Que se planta muy cerca de su área -por algo es el que menos balones recupera en campo contrario en lo que va de temporada- y que la cuida bien porque sus zagueros son expertos en bloquear remates. También se insinuaba que acumula muchos hombres por detrás del balón e intenta, por sistema, el juego directo con sus delanteros, a veces uno y otras, dos como en Anoeta, para, a partir de ahí, intentar construir su juego ofensivo en las segundas jugadas.
A la hora de la verdad, nada que ver con la realidad. A la hora de jugarse la final de Copa y sin ventaja que defender del duelo de ida, resultó que a Aguirre le dio por darse un trago de táctica con unos hielitos en 'copa de balón' e hizo todo lo contrario a lo habitual y esperado. Primero, como en la ida de la eliminatoria contra el Girona, salió a presionar alto. Muy alto. Hombre a hombre. El principal objetivo era que el balón no pasara por los pies, ni la cabeza de Zubimendi, el Busquets blanquiazul. Una marca en cada zona. Si estaba muy retrasado, le tapaba Abdon y cuando se adelantaba, le saltaba Samu Costa.
Pero no solo había marcaje o vigilancia para el '4'. A Merino le perseguía Rodríguez y a Brais, Sánchez. La Real se vio maniatada. No podía ejecutar su juego de presión alta. Los tres centrales mallorquinistas se saltaban dos líneas de golpe con sus balones frontales en busca de Larín y Abdon. Cómo lo vería Imanol, que a la media hora mandó a su portero Remiro sacar en largo y que se olvidara de salir en corto. O lo que es lo mismo, una renuncia a tu estilo cotidiano. Y así, con el guión cambiado, transcurrió toda la primera parte hasta que la única vez que Zubimendi se escapó de su 'vigilante' envió un centro lateral que Raillo cortó con la mano. Penalti al limbo. Mal tirado por Brais.
Continuó el Mallorca con su plan también tras el descanso. No era cuestión de cambiar cuando estaba siendo superior e incluso estaba teniendo el balón más de lo acostumbrado. La lección táctica de Aguirre alcanzaba el cenit momentáneo con un gol marcado por el lateral derecho (de cabeza) en un centro del lateral izquierdo. A partir de ese momento, nadie podía haber echado en cara al mexicano que mandara a su equipo ser más fiel a sus raíces, pero intentó disimularlo lo más posible con el cambio de Muriqi y mantener los dos delanteros y la presión arriba. Sabía mejor que nadie que tarde o temprano la Real acabaría empotrando a sus chavales en sus área.
La entrada del capitán Oyarzabal fue el toque de corneta y fue él mismo, con la derecha, quien devolvió a la tierra a su equipo, que estaba más KO que vivo. El empate aupó a la Real, pero no empequeñeció al Mallorca. La prórroga fue un buen premio para los dos. Ninguno había merecido perder, aunque tampoco ninguno había sabido ganar. Tampoco, en el tiempo suplementario con lo que el paso a la final se jugó desde el punto de penalti y ahí ya todo lo anterior ya no contaba. A pesar de ello la impresión que uno se llevó a la cama fue que el Mallorca no fue inferior a la Real. Es más, el partido se jugó más a lo que quiso el 'Vasco' Aguirre que lo que pretendía el vasco Imanol... y el arbitraje tuvo cierto tufillo casero, salvo que en el nuevo reglamento no sea penalti que un portero, cuando sale a despejar, pegue un puñetazo a un delantero en la cabeza.