"En Zaragoza quisieron ficharme a Dongou porque era el futuro Eto'o y les dije que de Eto'o no tenía ni la E, ni la T, ni la O"
En la segunda parte de esta entrevista con Relevo, el técnico recuerda lo cerca que estuvo del ascenso en La Romareda, las heridas de la guerra de Yugoslavia y su singular experiencia en el fútbol indio.

Ranko Popovic ha sido el entrenador que más cerca ha puesto al Real Zaragoza del ascenso a Primera División desde su último descenso en 2013. Después de una tremenda remontada contra el Girona (0-3 en la ida y 1-4 en la vuelta) y de ganarle a Las Palmas 3-1 en el primer choque de la final, un gol de Araujo en el minuto 84 le dio al equipo canario el 2-0 definitivo en el encuentro de vuelta. Aquella herida, y el controvertido segundo año de Popovic en La Romareda (fue destituido en el parón navideño de la Liga), se mezclan en esta segunda parte de la charla con el impacto de la guerra de Yugoslavia en los años 90, cuando el hoy entrenador serbio lanzaba su carrera futbolística. Un periodo de atrocidades del cual rescata su aspecto más luminoso: las amistades perdurables entre futbolistas de diferentes repúblicas, lazos nacidos por encima de un conflicto cuyos rescoldos nunca se apagan del todo, favorecidos por el entendimiento que a veces procura el fútbol. Desde Japón, donde dirige al Kashima Antlers, Ranko Popovic hace memoria de una larga carrera que le ha llevado a conocer países, culturas, personas y realidades absolutamente diversas. Para, al final, asentar a su familia en Zaragoza: una ciudad en la que trabajó poco más de un año entre 2014 y 2015.
Tu carrera futbolística se desarrolló sobre todo en los años 90, justo un periodo trágico para lo que entonces era Yugoslavia, con las sucesivas guerras entre las repúblicas. ¿Cómo lo vivía un profesional del deporte?
La guerra afecta a todo el mundo, quieras o no quieras te toca. Puede que no estés metido en ella, no estás con la escopeta, no te disparan ni disparas, pero las heridas las llevas en el alma, por dentro. A mí me educaron en la creencia de que Yugoslavia era el país de todos nosotros y que teníamos que protegerla. En aquel momento no entendía lo que ocurrió y me afectó mucho, de muchas maneras. Pero también me ayudó a madurar en muchas cosas, cambiar y formar mi personalidad. En esos años ibas a jugar a Croacia y a otros lugares y jugabas como enemigo, igual que ellos cuando venían a Serbia. En los dos lados igual, ahí no había buenos ni malos. Y aquello también nos trajo cosas muy bonitas años después, cuando coincidíamos en otros lugares con jugadores croatas, eslovenos… Éramos compadres. Cada uno puede sentir lo que quiera y yo sentía con mucha fuerza mi país, pero eso era así.
¿Has logrado entender algo de todo aquello después, con los años?
Es una guerra que no tendría ni que haber llegado, era evitable. Mucha culpa la tuvieron los medios de comunicación, que estaban creo que dirigidos todos desde la misma oficina. Alguien quiso que esa guerra ocurriese, para que surgiera otra estructura en el mundo. Y la continuidad de aquello la vemos ahora en Ucrania. Pero bueno, por no hablar mucho de política: me ayudó a conocer la injusticia, a los serbios nos pusieron de malos en todos los lados. Nos hizo daño a todos y nadie salió beneficiado de aquello: sí, tenemos seis países diferentes, pero creo que todo pudo ser de otra manera.
Antes has nombrado la tensión nacionalista en el ambiente de los partidos, pero también la amistad con jugadores de otras repúblicas. Cuéntame sobre esa dualidad odio-amistad con el fútbol como vehículo.
Jugar con ese odio alrededor te hace más fuerte, ya nada te sorprende: luego puedes jugar donde quieras [risas]. Desgraciadamente lo aprendimos de la peor manera posible. Pero mira, por hacer una comparación: después de jugar en el Almería me fui al Sturm Graz, en Austria, y allí coincidí con un entrenador de Bosnia [Ivica Osim]; el capitán era croata, de la zona de la costa [Ivica Vastic, de Split]; otro jugador era croata, de una región interior más próxima a Serbia [Tomislav Kocijan, nacido en Varazdin]; mi mejor amigo, que fui su padrino de boda, era esloveno, el capitán de Eslovenia [Darko Milanic]... A día de hoy somos aún grandes amigos. Y fíjate que eso eran los días tras el final de la guerra, estaba todo caliente, ahí seguía la llama. Pero cómo lo vivimos nosotros, qué vida compartimos: hay que hablar de todo eso. Porque eso es hablar de la parte humana, de cómo se superan los problemas y de lo que se puede lograr con humildad y con respeto.
El deporte como vínculo frente al sufrimiento de la guerra.
Claro, pero es que cada uno tenía sus propios problemas, cada uno veíamos a un culpable en el otro lado. Por ejemplo yo me junté en un equipo con Ivica Barbaric, que es croata, y él me dijo desde el principio: "Mira, yo nunca me he sentido yugoslavo, ni nada. Yo siempre he sido croata, pero eso no tiene nada que ver contigo y conmigo. Somos dos personas". Y a día de hoy somos amigos, pero amigos de familia: seguimos teniendo contacto 30 años después. Depende mucho de cómo se lo toma cada persona. Debes tener capacidad de elaborar y saber manejar esas cosas con naturalidad, con sinceridad y con respeto. En el Sturm Graz aquello fue clave: ganamos muchos títulos en esos años, jugamos tres Champions consecutivas... y mucha culpa de los éxitos la tuvimos los jugadores balcánicos que estábamos en aquella plantilla.
Os cruzasteis con el Real Madrid...
Perdimos 1-5 en casa y 6-1 en el Bernabéu. Pero, hablando con Fernando Hierro y con Manolo Sanchís, que eran los capitanes en aquellos momentos, nos dijeron: "Nadie nos ha hecho sufrir tanto y ha tenido tantas oportunidades en el Bernabéu como vosotros". Hasta el minuto 60 o 70 el partido estaba igualado, pero después... tienen tanta calidad que, cuando llega el cansancio, pagas todos los errores que cometes. Te machacan en cinco minutos [el Real Madrid marcó cuatro goles en la última media hora del partido, uno de ellos en propia puerta del propio Popovic].
"Cuando después de la guerra coincidíamos en otros lugares con jugadores croatas, eslovenos… éramos compadres. Cada uno puede sentir lo que quiera y yo sentía con mucha fuerza mi país, pero eso era así"
Entrenador serbio del Kashima Antlers¿Cómo es que tienes la nacionalidad austriaca?
Me la dieron por los méritos deportivos. Austria está organizada en regiones, como España. Y allí en Estiria me dieron el pasaporte de honor, casi al final de mi carrera profesional. Cuando era seleccionador de Austria Otto Baric, croata, quiso que jugara con la selección austriaca, pero no... Viví muchos años allí y muy a gusto. Igual que en España. En realidad puedo decir que he vivido en muchos países y nunca me he sentido extranjero en ningún lado. Siempre me he acercado a la gente de cada lugar, sin perder lo que tengo como serbio, balcánico, montenegrino... Sin dejar de ser lo que soy.
¿Has necesitado ese cambio constante de lugar, de cultura, de país? ¿Qué te aporta?
Nunca he visto fronteras ni límites. Siempre he buscado el desafío, el desarrollo... El lugar más curioso en el que he estado es en India. Si alguien me hubiese preguntado un día antes de llegar allí si me veía alguna vez entrenando en India, habría dicho: en la vida.
¿Cómo ocurrió aquello?
Estaba en septiembre negociando con un club japonés para empezar allí en enero. Estaba hecho al 99%, un buen club, en la Primera división... Y me llama un amigo indio-americano, uno de los que están ahora en el Leganés, y me dice: "Me ha llamado un amigo y tengo que preguntarte: si puedes, cuando vuelvas de Japón, paras en Bombay y hablas con este club. Es que es muy amigo mío...". Resulta que Antonio López Habas, entrenador español que había estado trabajando en India, no estaba contento con los fichajes que le hicieron. Decidió abandonar el equipo... o bueno, eso me contaron, nunca hablé con él. A mí me llamaron una semana antes de que empezara la pretemporada: yo estaba cenando con Lotina y su mujer y la familia en un restaurante aquí en Tokio. Así que dejo la cena, un avión y a Bombay. Estas cosas sólo las puede hacer un loco: tenía un club en Japón, las condiciones eran incomparables, la infraestructura, el fútbol... todo. Y lo cambié por algo totalmente desconocido.
¿Cómo te convencieron?
No sé, llegué allí y tuve la sensación de que eran buena gente. Me dije: "A ver, ¿por qué no pruebas?". Y pensé: coño, voy a probar. La liga empezaba el 20 de octubre. Tenía una semana para ir a casa, coger la ropa, volver... y empezar. Ese equipo nunca había tenido ningún éxito, no se había clasificado para el playoff en la Super League india, no sabía cómo sería trabajar con ellos. Pero si me preguntas por qué, no sé: la forma de hablarme del presidente, cómo me dijeron las cosas, vi que no querían engañarme... Tampoco fue el dinero, ni mucho menos. No, no, no. Fue curiosidad. O igual es que inconscientemente yo tengo la necesidad de hacer este tipo de cosas. No tengo ni idea. Pero acepté.
¿Qué te encontraste?
Bueno, primer entrenamiento ni hablar. Venían de tres meses parados, llegaban a entrenar en chancletas. Te juro que no se daban ni un pase el uno al lado del otro. Y digo: madre mía, qué he hecho. Pero ya que estás ahí no te queda otra. A trabajar. Y luego se trata de convencerlos para que hagan lo que tú quieres, para que jueguen con uno o dos toques. Es lo que me gusta, pensar rápido. Primer partido: al descanso íbamos 0-3. Acabamos 2-3 y yo pensaba: esto es lo que me faltaba en la vida. Pues a partir de ese partido, empezamos a ganar. Le ganamos al ATK Calcuta 4-1, el equipo cogió confianza, empezaron a jugar, les gustaban los entrenamientos. Pero además, luego cuando ves a un central que viene del Punjab, de esas personas no se pueden cortar el pelo por sus creencias, que llevan un turbante... Cuando ves a ese chico marcar su primer gol delante de sus padres, que ese día habían venido a verlo: le vino la pelota, quiso dar un cabezazo, le pegó en el hombro y entró. Si ves esa alegría, sus lágrimas después del gol... ahí te dices: has hecho bien, tenías que venir aquí. Yo amo el fútbol, es mi vida, no un trabajo. Soy muy romántico y todavía me gustan estas cosas. Para mí el fútbol aún es emoción y pasión. Cuando vi eso dije: has hecho bien.
¿Te marcó de forma especial esa experiencia?
Estando allí vino de nuevo el director deportivo de aquel club japonés para ficharme. Y yo le dije que no iba a irme sin terminar mi trabajo en Pune, salvo que se pusieran de acuerdo con el presidente. A este le había dado mi palabra, pero también le avisé: no tengas ninguna ilusión de que voy a continuar aquí. Estoy muy feliz de haber venido, pero no voy a continuar aquí. Cumplo mi palabra y lo que te he dicho, pero en cuanto termine la liga me voy. Al final entramos en el playoff, perdimos contra el campeón y, aunque me ofrecieron el mejor contrato de la historia del club para seguir, les dije que no. Que había sido muy feliz esos meses, pero no. Tengo una gran amistad todavía con el doctor, los fisios, los utileros, el jefe de comunicación... India es una de las experiencias más maravillosas que he tenido y aprendí muchas cosas de la vida. Su alegría cuando mejoran es esa alegría de jugar al fútbol que teníamos nosotros cuando éramos niños y que ya perdimos. Y el contraste entre vivir en un hotel de cinco estrellas y, enfrente en la calle, ver a esas personas que ellos llaman intocables, que van por la ciudad con sus ovejas... Son cosas que te enriquecen y te hacen mejor como persona y como entrenador.
En medio de esa trayectoria tan variada, ¿qué representa en tu carrera el Real Zaragoza?
Mira, nos quedamos allí a vivir: mi familia está allí, mi mujer y la pequeña viven en Zaragoza. Con eso quiero decir que la ciudad de Zaragoza y el Real Zaragoza para mí significan mucho. Primero, la gente. Siempre me quedo con la gente. No soy de los que van a ver los monumentos y esas cosas, a mí lo que me gusta es juntarme con la gente. Entrar en un bar y hablar, charlar, sentir... y la forma en que me recibieron y me trataron se ha quedado muy dentro de mí. Y se va a quedar para siempre. Cuando juega el Real Zaragoza yo siento que he sido toda la vida de allí: nunca voy a competir con nadie sobre si soy más o menos zaragocista que ellos. Ni se me ocurre. Pero sé qué sentimiento tengo dentro por este club, por lo que viví, por mis vecinos... Y que sólo con llegar a Zaragoza, entrar a un bar y ver cómo me tratan, me puedo sentir orgulloso. Siendo extranjero, me siento como en casa. Y eso significa mucho.
Pues esas cosas no se le entregan al primero que llega en esta ciudad... que lo sepas.
Yo soy auténtico, soy como soy. Y creo que la gente siente eso. Como he dicho antes, nunca me siento extranjero. Trato de respetar a la gente y acercarme: dar el primer paso para que me conozcas. Me abro y doy todo. Supongo que me educaron así. Pero nunca pierdo lo que soy y como soy. No puedo ser español. Ni austriaco. Ni lo intento. Pero respeto a esos países como si lo fuera. Y hago todo lo necesario para mostrar ese respeto por lo que cada uno de esos países me ha dado. Mantengo lo mío para que la gente vea que hay otras culturas que merecen la pena, que son bonitas. Que no todos tenemos que ser del mismo lugar. Esas diferencias nos unen y nos hacen mejores.
Bueno, ahora eres un 'serbo-maño'... pero en 2014 venías a sustituir a Víctor Muñoz, un emblema del club. Y llegabas desde la segunda división de Japón. ¿Notaste la reticencia en el ambiente?
Sí, sí, me di cuenta desde el principio de cómo iba a ser. Pero nunca tuve ninguna duda de lo que yo tenía dentro. Y tenía un motivo enorme: si alguien apuesta por ti como apostó Carlos Iribarren [en aquel momento consejero y uno de los accionistas mayoritarios del Real Zaragoza]... Él se jugaba mucho más que yo, tenía su prestigio en la ciudad, en el club. Si Carlos creía en mí de esa manera, ¿cómo no lo iba a hacer yo? Mi primer objetivo en cada entrenamiento, en cada partido, fue no decepcionar a Carlos. Como persona y como entrenador. Tener un amigo como él es un privilegio en la vida. Esas situaciones sacan lo mejor de mí: yo necesito un desafío, pelear por algo. Mi mentalidad es muy competitiva. Si juego con los niños a las cartas, quiero ganar. Y eso sale.
Aquello acabó en un casi ascenso. ¿Preveías algo así?
El ambiente en el club lo creas tú. Y eso era lo fundamental para mí: siempre digo que lo que quiero es ambiente familiar. Y si quieres eso, no puede haber mentiras. Yo sé que cada vestuario tiene sus enlaces con los periodistas, con no sé qué y no sé cuántos... En la primera cena que tuve con mi staff les dije: "Chicos, no podemos sentarnos a una mesa juntos a cenar y estar pensando si podemos decir algo o no. Para eso me voy a comer solo". No tengo nunca ningún secreto con la gente con la que trabajo. Si algo de esa mesa sale fuera, llegará un día que se sepa de dónde ha salido. No necesitamos eso. Hoy día, todos son aún mis amigos. No conocía a nadie cuando llegué y con todos mantengo relación y cuando estoy en Zaragoza nos juntamos. No sé pero, para haber estado un año y poco más, hicimos mucho. Habrá quien lo vea de otra manera, pero yo creo que hicimos casi un milagro.
La urgencia por el regreso a Primera era muy grande. Y no ha dejado de crecer. Pero el ascenso no llega nunca...
Ya lo dije entonces: yo veo el fútbol de forma un poco diferente. Esa pasión, esa necesidad de ser de nuevo importante, como ha sido históricamente el Zaragoza, esto te frena y te impide lograr lo que deseas. Entonces pregunté si había alguien que pudiera decir: "En los próximos tres o cinco años vamos a dedicarnos a hacer un equipo, llevar un camino poco a poco...". Le matarían, ya lo sé. Pero estoy convencido de que era la única manera. Si alguien hubiera hecho eso, el Zaragoza estaría ya en Primera.
A Víctor se le destituyó con sólo cuatro partidos sin ganar. ¿Qué te pidió a ti el club?
Cuando llegué me dijeron: "Si nos llevas al playoff, eres es el rey. Y si no, no pasa nada, no te preocupes". En esos términos hablamos al principio. Yo les dije: para nosotros, viendo la situación, cómo se vive todo en el Zaragoza... lo mejor es estar siempre entre el sexto y el octavo puesto. Y al final, pum, meternos. ¿Por qué? Porque nadie va a contar con nosotros en serio. Esa es tu oportunidad. Y fue así. Nos metimos en el último tramo, jugamos con el Girona que había perdido el ascenso en el último minuto de la última jornada. Nos ganó 0-3 en casa en la primera eliminatoria. Injustamente, pero nadie habló de eso porque nadie lo veía así. Pero yo sí. Y en el vestuario a los chicos se lo dije: "No vamos a perder dos partidos seguidos de esta manera". Estaba convencido de que íbamos a ganar en Girona. No sé si a pasar, pero ganar, seguro. Se lo dije: no quiero ver a nadie con la cabeza abajo. Jugando así, dándolo todo, un equipo mío puede perder. Pero no va a ocurrir dos veces en tres días. Vamos a ir a ganar... y el que no se lo crea que no venga.
¿Creías posible una remontada como aquella?
[El Zaragoza ganó 1-4 en Montilivi, después de perder 0-3 en La Romareda]. No te puedo decir que creyera en una remontada como aquella. Mi objetivo era ir a ganar. Y eso les dije, justo así: les vamos a meter uno y ellos no van a hacer ni caso. Les vamos a meter el segundo y van a empezar a pensar: aún tenemos uno más. Pero ahí ya son nuestros. Cuando metamos el segundo ellos ya no pintan nada, pintamos nosotros. Si nos meten, vamos a meter otro más. Y así fue, exactamente. Si es suerte o no, pues no lo sé. No sé tampoco por qué lo pensé así, pero lo sabía y esas fueron mis palabras. Lo que dije fue lo que hicimos. Y, ¿sabes?, creo que aquello fue el principio de otra etapa en el Real Zaragoza.
¿A qué te refieres?
En ese momento volvió el zaragocismo tal y como había sido siempre. Antes de aquella eliminatoria yo hablaba con mis amigos y me contaban que sus hijos no querían llevar la camiseta del Real Zaragoza en el colegio, que llevaban la de Messi, la de Ronaldo... y yo les dije de broma: ya volveremos. El ambientazo que hubo en aquella final contra Las Palmas, en fin. Espero estar en el campo cuando vuelva a ocurrir algo así, pero como aficionado. Con la victoria en casa, como el 3-1 que hicimos nosotros, pero que acabe en ascenso.
Puede ser, sí: aquello marcó un punto de inflexión en el protagonismo de la hinchada en Segunda.
No lo digo porque estuviera yo, eh. Pero ocurrió como ocurrió. Gran parte de la culpa de cómo está el Zaragoza tiene que ver con la afición: por el amor, por la pasión, por la necesidad. Se creaba un ambiente muy negativo, los jugadores no podían expresarse... Porque ojo, en aquel equipo no teníamos a los Magníficos. Teníamos jugadores que jugaban en el Reus, que jugaban no sé dónde, se fichaba lo que se podía fichar y la camiseta les pesaba. Si ves después el rendimiento de los jugadores... estoy muy orgulloso de ellos. Pedro jugó su mejor temporada, Jaime jugó su mejor temporada, Eldin jugó su mejor temporada, Borja Bastón lo mismo, a Willian José lo reanimamos. Y luego hay quien quiere decir que aquello no fue un éxito: yo creo que sí lo fue. Que no fuera suficiente para lograr lo que queríamos... eso es otra cosa.
De esto siempre se habla mucho: que la exigencia frena a muchos futbolistas en el Zaragoza. ¿Lo viviste así, con esa claridad?
Te voy a dar un ejemplo, sin decir el nombre. Un jugador que fue un refuerzo para nosotros el segundo año, lo saco contra Osasuna y le digo: "Te toca a ti, este es un partido para ti. No pienses nada, relájate que los vas a machacar". Sale y no sabía ni quiénes éramos nosotros ni quiénes eran ellos. Tuvo dos oportunidades y las mandó a... ahora que están tirando el fondo sur de La Romareda, si le pega de esa manera tira un semáforo. Al día siguiente le pregunté qué le había pasado y me dice: "Míster, todo aquello que me dijiste, me lo creí; pero cuando salí al campo, se acabó. No sabía que esta camiseta pesaba tanto". Tenías que manejar eso. Más los problemas privados del Zaragoza, de los jugadores... en fin, muchas cosas que podríamos contar.
¿Qué pasó el segundo año? ¿Pensaste que acabaría tan pronto?
Nunca pienso en esas cosas. Siempre pienso en sacar lo mejor de mí y de los jugadores, y ya está. ¿Qué pasó ese segundo año? A ver... después de meter más de sesenta goles el año anterior, esos sesentaipico goles se van. Y tú fichas como primer delantero a Ángel, que en dos años llevaba un gol y había jugado, no sé, diez partidos. Y como suplente fichas a Ortuño, que había marcado cuatro goles. ¡Para sustituir más de sesenta goles de Willian José, de Borja Bastón, de Jaime, Pedro...! Y quieres que funcione así, de golpe. Como cuando te vas a la montaña y haces café de sobre. Pues no es así. A mí me mataban porque ponía Ángel en la banda. ¡Qué cojones, como si yo no supiera que no era su posición! A mí me lo vas a decir... ¿Pero cómo haces para darle partidos y minutos y quitarle la presión? Me lo como yo. Lo puse ahí y le dije: necesitas partidos y minutos. Si metes gol desde ahí eres el rey. Y si no, me lo como yo. Tú no te preocupes, juega. Luego viene Ortuño y mete siete goles. ¿Y qué hacen cuando me voy yo? Echan a Ortuño y... ¿a quién fichan?
...
No te acuerdas. Nadie se acuerda. ¡Dongou! ¡El futuro Eto'o! Me lo querían fichar a mí. Me vinieron con que era el futuro Eto'o y les dije: ni E, ni T, ni O de Eto'o. Que no quiero ficharlo. Igual había ahí algo, porque tú sabes que muchas cosas se controlan y en muchas cosas se puede influir, también en un grupo de aficionados. Si te cantan "¡Ranko, vete ya!" en Bilbao, en San Mamés, ganando 0-1, estando terceros, una semana antes de que te echen... igual es que por detrás hay algo. Dongous y no sé qué.
Aquellos cánticos empezaron muy pronto: contra Osasuna, aún en septiembre. Y no pararon hasta tu marcha en diciembre.
Me acuerdo de todo perfectamente. Perdimos 3-1 en Tarragona, Ortuño falló un penalti en el minuto 45 con 1-0 para ellos. Si lo llega a meter cambia el partido por completo. Y ganando teníamos la oportunidad de ponernos segundos. Yo tenía ya el billete para volver a casa al día siguiente porque venía el parón de Navidad. Entré en el hotel, pero salí de nuevo, me fui al club y les dije que no tenía ningún sentido seguir trabajando así. Y te digo una cosa: si pudiera tener una directiva como la que tenía en ese momento en Zaragoza, lo firmo ahora mismo. Mi relación con ellos y su apoyo, todo lo que hemos tenido, dura hasta hoy. Esa fue la clave del éxito del primer año. El segundo, ellos también tenían muchas dudas. No sólo conmigo, con todo alrededor, sus problemas en el club. E influyó mucho el ambiente. Ahora la afición está mucho más tranquila. Entonces todo era: "Somos un histórico, somos un histórico". Eres un histórico, pero estás en Segunda, perdona. Por algo será. Estoy convencido de que el Zaragoza podría haber vuelto antes a Primera, pero ya ves. Ahí lleva doce años... o ya no sé cuántos.