FÚTBOL

Ravanelli: "Si no se hubiera marchado Capello, yo habría jugado en el Real Madrid"

El que fuera campeón de Europa en 1996 repasa su trayectoria y recuerda con cariño la comparación con "el mejor jugador de la historia del fútbol".

Fabrizio Ravanelli./Relevo
Fabrizio Ravanelli. Relevo
Julio Ocampo

Julio Ocampo

Fue uno de los delanteros italianos más icónicos de los 90. Fabrizio Ravanelli (Perugia, 1968) repasa con Relevo su trayectoria: desde sus inicios hasta sus míticos años con la Juventus, con la que se proclamó campeón de Europa gracias a un gol imposible suyo en la final de Roma.

Después, probó suerte en Inglaterra y Francia, aunque reconoce que siempre le hubiera gustado jugar en España. De hecho, estuvo casi hecho por el Real Madrid de Capello en los 90. Todos, alguna vez, nos hemos enamorado de Penna Bianca. Hemos querido ser él y emular ese estilo físico y futbolístico tan rompedor, tan humano, tan puro, carnal y potente. Ravanelli, en cierta manera, parecía Freddie Mercury. Parecía obrero, pero era mago.

Usted comenzó a jugar en el Perugia precisamente. Fue su primer gran club.

En realidad, desde que tenía tres años ya coqueteaba con el balón. Era mi pasión. Estaba en la guardería. Después me iba a jugar con los amigos de mi hermano, que es tres años mayor que yo. Como nací en Mugnano (cerca de Perugia), en realidad comencé ahí. Pasé por todas sus categorías inferiores. Cultivé esta pasión con mucha determinación, ya que mi sueño era ser futbolista. Yo sólo quería jugar a fútbol, era mi único objetivo… Mi única voluntad era la de estar entre balones. Todos los días.

¿Hacía autostop para ir a entrenar?

Desde mi pueblo hasta Perugia hay 20 kilómetros de distancia. El bus no pasaba asiduamente, así que hacía autostop para ir a entrenar. Yo quería destacar en los juveniles del Perugia -entonces club entre la Serie A y B-, y para eso estaba dispuesto a hacer sacrificios. Cuando debuté en el primer equipo, estábamos en Serie C. Luego ascendimos. A finales de los 80 coincidí allí con un fenómeno que luego me lo encontré en la Juventus: Angelo Di Livio.

Explotó en la Reggiana, donde jugó dos temporadas: 1990-92.

Ya me costó con el Avellino en Serie B, pero en Reggio Emilia fue mágico. Era una escuadra magnífica, muy compacta en aquel periodo. Me ficharon para sustituir a Andrea Silenzi (jugó el Mundial de USA 94), que fichó por el Nápoles. Fue mi primer gran objetivo alcanzado. Marqué tres goles en el primer partido. Fue contra un Verona que acababa de bajar a Segunda División. Desde entonces no paré de marcar goles. Allí también conocí a mi mujer Lara, que me dio serenidad, felicidad, algo clave para la vida de un deportista. Lo hice bien y me quiso el Milán, pero fiché por la Juve porque soy juventino.

Baggio, Vialli, Del Piero. Grandes éxitos y enormes desilusiones (perdió varias finales de Champions). Esa Vecchia Signora de los 90 era un equipo de culto. Enorme a nivel mundial. Allí patentó su forma de celebrar el gol con la camiseta cubriéndose el rostro y los brazos al cielo. En España era icónico. Por esto y por su pelo blanco.

Te diré antes de nada que quiero agradecerla públicamente todo. Me dio la oportunidad de jugar con grandísimos jugadores. Recuerdo que Lippi -durante un partido contra el Nápoles que estábamos jugando mal- nos dijo que éramos estrellas, y por eso debíamos permanecer tranquilos para que el gol -antes o después- llegara. Sucedió. Asistencia de Del Piero y gol mío contra los de Boskov, que tenían un porterazo como Taglialatela. Fui a celebrar con el míster de esa manera espontáneamente. Sí, me dio suerte cubrirme el rostro así que opté por eso siempre. Una cuestión de superstición.

¿Y lo del pelo? En Italia le apodaban 'penna bianca', algo así como pluma blanca. Alto, liviano, blanco y ligero como una pluma que firmaba goles por doquier.

Con 14 años ya tenía canas, pero no tenía ningún problema porque me parecía a mi padre, un referente para mí. Recuerdo que mi madre me llevó al pediatra, y me dijo que era algo hereditario. Nunca fue un complejo para mí sino todo lo contrario. Por cierto, el apodo me lo pusieron por Roberto Bettega, en aquel momento vicepresidente de la Juve. Fue un futbolista excelso, y también le llamaban así.

Ravanelli, en un entrenamiento con la selección italiana. EPA/AFP
Ravanelli, en un entrenamiento con la selección italiana. EPA/AFP

Antes de detenernos en los éxitos cosechados con la Juve, decir que usted pudo haber jugado en el Madrid con Fabio Capello. Estaba todo cerrado. ¿Qué sucedió?

Me encantaba el campeonato español. Había equipazos, muy buenos técnicamente. Se jugaba un gran fútbol. Estaban el Barça, Real Madrid, Espanyol, Betis, Valencia, el Deportivo de la Coruña… Una liga extraordinaria.

Respecto a mi posible fichaje, resulta que Capello tras ganar la liga con el Madrid (1996-97) me quiso. Hubo contactos. Además, yo estaba en el mejor momento de mi carrera (en esos años nominado incluso para el Balón de Oro)… El problema es que Berlusconi le llamó para que regresara al Milán. Si no se hubiera marchado, yo habría jugado en el Madrid. No pudo ser.

¡Y pensar que Trapattoni le llamó un obrero del balón!

No es verdad. Muchos decían que yo corría mucho, que me esforzaba para los demás. Un honor total. Un privilegio correr para Baggio. Creo que Vialli y yo hemos tenido una manera única y peculiar de jugar a fútbol. Fuerza, potencia y calidad unidas. Por eso siempre dije que Mandzukic fue mi heredero natural: mucho corazón y calidad técnica. Eso que dicen algunos – "corren quienes no tienen calidad"- es un prejuicio. Yo creo que quienes corren tienen mucha más calidad de lo que parece. Si tienes que controlar un balón tras un carrerón imagina la calidad que tienes que tener.

Más de 60 goles en dos temporadas como 'bianconero'. Hoy parece fácil.

En total jugué cuatro años (1992-96), pero el núcleo duro fue de la 94 a la 96. ¿Sabes? Me llena de orgullo haber sido un obrero de la Juve. Hoy es fácil jugar allí, antes no. Antes había que sudar, conquistar cada día la camiseta. En los partidos, pero también en los entrenamientos.

Una vez Silvio Berlusconi dijo que usted le recordaba a Di Stefano. ¿Recuerda ese halago?

Claro que sí. Me comparó con el mejor jugador de la historia del fútbol. Hoy lo pienso y me alegra mucho. En ese momento, yo estaba entre los mejores delanteros de Europa. No era fácil marcarme. Jugaba en todas las partes del campo. Aunaba calidad, fuerza… No había muchos en el mundo así. Como ya dije, sólo Vialli y yo.

¿Cómo fue la relación con Marcello Lippi?

La clave fue él. Con el Trap ganamos la UEFA en el 93, pero con Lippi fue un salto planetario. Nos dio fuerza y confianza a todos. Nos hizo grandes a nivel mundial, en definitiva. Ganamos la Champions contra el Ajax porque dábamos la vida por él, por la camiseta. Recuerdo mi gol en la final, quizás de los más bonitos de la historia de la competición. Creí en ese balón, creí que podía dar problemas a Van der Sar y De Boer. Sabía que ellos iban sobrados en los campeonatos holandeses. Sabía que ganaban fácil, que abusaban de su calidad y, en ocasiones, pecaban de presunción y superficialidad. Gol con la derecha -mi pierna mala- desde una posición imposible, además con el cuerpo casi perdiendo el equilibrio. Top.

¿Qué significó ese momento para ti?

El momento más alto de mi carrera. Algo mágico. La coronación a un gran sueño, contra el mejor equipo del mundo. En Roma, con mi gente. El fútbol italiano de los 90 fue el mejor del mundo. Estábamos en la Juve Vialli, Baggio, Del Piero… Éramos únicos, inimitables. Desde entonces, un tridente así de eficaz no ha vuelto a pasar por allí. Creo que esa Juve ha sido la mejor de todos los tiempos. Un fútbol total. Atacábamos y defendíamos los once.

Hubo sospechas de doping entonces. ¿Tiene algo que decir?

Sí, que hubo mucha gente maliciosa contra nosotros. Quien nos veía trabajar, los sacrificios que hacíamos mañana y noche… Cambiando metodología de entrenamiento, mentalidad… Éramos 18 highlanders dispuestos a darlo todo por la victoria final. Teníamos hambre, éramos muy competitivos. Sacrificio, determinación son las palabras que nos definían, y no doping.

En un partido de Europa League marcó cinco goles. Sivori, con la Juve, hizo seis en un partido de campeonato en los 70.

Fantástico, inimaginable pensar algo así. Fue en Delle Alpi contra el CSKA de Sofía. Un récord que existe incluso a día de hoy (a la par con Aduriz; cinco contra el Genk en 2016). Fui el pichichi de la competición ese año con nueve tantos. Qué gran recuerdo, que buena tarjeta de presentación para comenzar a conocer Europa antes de conquistarla.

Hace años a usted le diagnosticaron la enfermedad del pie diabético, que produce una serie de inflamaciones difíciles de sobrellevar con este u otros deportes. ¿Cómo se lo tomó?

Con mucha tranquilidad. Fue duro aceptar que no podía ir a jugar el Mundial del 98. Soy creyente, y Dios me ayudó. No le pedí mucho más, porque ya me dio la posibilidad de ganar muchos títulos. Eso sí, significó el momento más duro de mi carrera.

¿Por qué con la 'Nazionale' no se vio el Ravanelli de la Juve?

Fueron años fantásticos. Debuté en Salerno contra Estonia. Sacchi estaba en el banquillo. Muy agradecido con él, porque esto me permitió también viajar mucho y conocer otros países. Un orgullo. Algo increíble. Jugué la Euro 96, pero no el Mundial. No me fue tan mal: en 22 partidos anoté nueve goles. Casi uno cada dos partidos. Un buen botín.

El de la Lazio tampoco fue malo con Eriksson. No es fácil ganar un 'Scudetto' en Roma. Eran los años mágicos del Calcio, donde destacaban le 'sette sorelle' (siete hermanas): cada año hasta siete equipos podían competir por el título. Además de las escuadras romanas, la Juve y las milanistas, se colaron Parma y Fiorentina.

Fueron dos años increíbles. En Italia en general y en la Roma celeste en particular. Logramos la liga, una Supercopa y una Coppa Italia. Teníamos un equipazo (Verón, Simeone, Boksic, Nesta…). De los mejores del mundo entonces.

Entre la Juventus (92-96) y la Lazio (99-01), y antes de jugar sus últimos años -por este orden- en el Derby County (2001-03), Dundee y Perugia, tuvo dos buenas experiencias en Inglaterra y Francia: Middlesbrough y OM. ¿Qué recuerdos tiene?

Se veía venir la potencia del fútbol inglés, que pronto se convertiría en uno de los mejores del mundo. No me equivoqué. En Francia también fue interesante. El Marsella es un gran club, el más glorioso del país, con una afición única. Además, fue una experiencia importante a nivel cultural. Soy un tipo curioso. Nos enriqueció a nivel familiar. También tengo que decir que no fue fácil dejar la Juventus, nunca fue fácil. Si volviera atrás, quizás no lo hubiera hecho.

Ravanelli, en su etapa en el Olympique de Marsella. AFP/PATRICK HERZOG
Ravanelli, en su etapa en el Olympique de Marsella. AFP/PATRICK HERZOG

Tuvo un par de experiencia en los banquillos: Ajaccio (Córcega, Francia) y Arsenal Kiev (Ucrania). No entrena desde 2018. ¿Por qué?

Me faltó suerte en los banquillos. Entrené dos equipos que en teoría no estaban construidos para jugar en la máxima división. En Francia no teníamos calidad para salvarnos. De todas formas, tuvimos algunos buenos resultados: empate contra el PSG o Niza y la victoria contra el Lyon. Éramos muy modestos.

En Ucrania, por su parte, me engañaron. Fui a una entidad que no existía, y que poco después desapareció. Cuando entendí que todo era falso me volví a casa. Lógicamente me encantaría tener otra oportunidad para transmitir mi mentalidad, mi fútbol.

Su amigo Cholo, que lleva años sonando para Italia, lo sigue transmitiendo en Madrid. ¿Cómo le ve?

Le veo capacitado para entrenar en cualquier sitio. Si viene a Italia me alegraría muchísimo por él. Su trabajo con el Atlético es único e inimitable. Es un gran amigo, y estoy contento por sus éxitos. Ojalá venga alguna vez a Italia y traiga su mentalidad, su juego, que es pragmático y concreto. También muy efectivo. Es un grande.